Lenet sonrió. Con esos besos, los problemas parecían volverse lejanos, pequeños, como si quedaran fuera de su alcance.
Adrik lo notó. Le agradaba ya no ver en ella el miedo, la desconfianza, la confusión.
Soltó sus brazos para rodearla por la cintura, apretándola contra él.
—¿Señora Moscou? —preguntó ella, contemplándolo con esa sonrisa, mientras pasaba la palma abierta sobre los músculos férreos de sus hombros.
—¿Qué tiene de malo?
Ella se lamió el labio inferior, negando con la cabeza.
—No creo que lo sea… pero, para tales efectos, ¿es cierto eso de que si necesito un apego sentimental, accederá?
La mirada de él se volvió directa, y una sonrisa seductora tiró de sus labios.
—¿Eso quiere?
Lenet suspiró. Pasaba la yema de los dedos por su garganta.
—No estaría mal si soy la señor
