Caminó un momento dejándose llevar calle abajo. La hermosa vista del lugar colaboró lo suficiente para disipar de algún modo sus pensamientos alterados. Respiró hondo el aire. Miró algunas mesas y asientos al aire libre para contemplar la noche con una que otra pareja disfrutando de beber algo.
Al desear ver qué hora era buscó su teléfono, pero había salido tan aprisa y consternada por las emociones nublada por una tentadora pasión que no hizo más que huir. No tenía claro qué había sucedido al llegar allí, luego recordó que el teléfono seguía en la habitación pero las llaves sí las había metido en sus vaqueros. Se espantó al imaginar que había perdido el juego de llaves, por lo que muy enfadada consigo misma regresó tratando de ir por donde había pasado al bajar. Inclinada iba sin ponerle atención a nada que no fuera el suelo por si las había dejado tiradas al andar. Nadie la había volteado a ver que recordara, tampoco nadie le había saludado. Siguió entretenida buscando con los ojos muy abiertos a cada paso, iba y venía.
Pero al cabo de un rato, por tanto rato andar encorvada, rebuscando con curiosidad el suelo empedrado sintió algo de dolor en la cintura. Se estiró un poco, al posar la vista a un lado se dio cuenta que un caballero fumaba a una corta distancia y parecía mirarla divertido.
Él tomó la iniciativa yendo hacia ella. Lenet quedó petrificada sin apartarle la vista.
—Yiá sas, ¿íste kala? —Saludo él, amablemente, alzando las cejas al mirarla.
Ella se fijó en él con asombro. Si bien no hablaba griego moderno tenía un escaso conocimiento del antiguo, además de unas cuantas frases. Estaba convencida que le había dicho: ¡Buenas! ¿Estás bien?
Pero eso de querer responder quedó en espera al verlo ante ella y claramente. Medía a comparación de Valentino diez centímetros más. Los anchos hombros quedaron alineados en cuanto posó ambas manos en los bolsillos del pantalón. Los ojos de Lenet estudiaron la mirada directa y segura del caballero, el color claro de sus ojos, la barba densa y muy bien tallada sobre los rasgos perfectos de su rostro, nariz aguileña pero delicada. La camisa oscura le quedaba entallaba al pecho dejando entrever una cadena de oro.
Se aclaró la garganta, posando la vista sobre los ojos profundos del caballero luego de verlo con curiosidad. No entendió si se debía a lo acalorada que se sentía, pero sin tomar en cuenta a Valentino, ningún hombre le había parecido lo suficientemente encantador y sensual. Por un momento imaginó que el hombre ante ella podría personificar perfectamente a Zeus en la era moderna, aunque más joven al contemplar con atención esa mirada.
—Yiá sas. —Contestó. Lo pronunció muy mal, pero lo prefirió a quedarse callada.
Él dejó asomar en sus labios una sonrisa placentera, dejando lucir su perfecta dentadura.
—Δεσποινίς, λυπάμαι για την αναστάτωση. Το τηλέφωνό μου έπεσε στο πάτωμα και το πόδι σας είναι στην οθόνη. (Despoinís, lypámai gia tin anastátosi. To tiléfonó mou épese sto pátoma kai to pódi sas eínai stin othóni.)
Quedó boquiabierta frunciendo el ceño fijándose con suma atención en los labios de él, pero a duras penas pudo comprender teléfono. El tono de la voz profunda, grave, directa.
—Perdón, no sé hablar griego. Es decir, no entiendo lo que me dices. —Explicó apenada, pero sin poder dejar de ver con gusto ambos labios carnosos.
Él asintió en señal evidente de comprender lo que ella había dicho. Con un gesto amable, se inclinó ante ella. Lenet se dio cuenta que las manos de él se estiraron hasta sus pies, cuyos dedos tocaron algo por debajo de sus zapatos, algo que dejaba entrever una luz. Al ver la inconfundible pantalla, comprendió lo que había intentado decirle.
—¡Lo siento tanto! —Dijo ella apartándose de inmediato para que él recogiera un teléfono Fold.
Él se paró ante ella, sin dejar de sonreír. Ella apenada se sobaba las manos. Por ser la calle empedrada y ya entrada la noche no notó nada diferente al pisar.
—Discúlpame a mí. No sabía que hablabas otro idioma.
Ella quedó estupefacta abriendo los ojos de par en par. Miró que el teléfono tenía requebrada la pantalla en cuanto él lo desplegó. Incluso varios pedazos cayeron al suelo, para luego el teléfono quedar apagado.
—En verdad lamento mucho eso… ¡No me di cuenta!
Sin dejar de sonreír movió las manos en señal de que no le daba importancia al incidente.
—No es la primera vez que me pasa cuando ando solo. Fue mi descuido. Gracias. Al parecer no soy el único que olvida cosas. Encontré unas llaves cuando iba, espero que el dueño…
Ella miró las manos de él una vez más con completo asombro, interrumpiéndolo de inmediato.
—Espere. Creo que son las mías, las perdí hace un momento—Se cubrió las mejillas, sintiéndolas calientes—No suelo ser descuidada. No sé qué pasó, las había perdido y…
Hacía un rato, el caballero por querer encontrar su teléfono había hallado un juego de llaves, al ver que el llavero identificaba al hotel reconocido calle arriba, preguntó lo evidente.
—¿Te hospedas en este hotel?
Ella asintió sin poder dejar de verlo a los ojos. Él se las pasó.
—Gracias—Respondió ella al recibir sus llaves.
—A ti. Yiá sas.
Se pasó al lado, sin dejar de esbozarse en sus labios una sonrisa amable. Ella suspiró fijándose en ese par de ojos intensos, cuya belleza detallaba también severidad con una profunda madurez misteriosa que se envolvía con el tono claro. Él continuó con su camino, ella no apartó sus ojos de él hasta darse cuenta que se había subido a un automóvil n***o deportivo con el logotipo de Bugatti.
Una vez más sus pensamientos quedaron como una madeja de lana revuelta, anudados hechos bolita, sin saber ni entender cómo había coincidido él con sus llaves y ella con su teléfono. Suspiró estaba en Grecia, quizá si eran afrodisiacas sus paradisiacas tierras.
Volvió al bar más tranquila, pero muy pensativa, asegurándose esta vez de llevar las llaves consigo. Tomó asiento sobre uno de los taburetes para pedir otro trago, esta vez pidió el más fuerte, se lo pasaron en seguida. Tomó el vaso removiendo los hielos, justo cuando estaba por beberlo escuchó una voz grave y masculina dirigirse al bar tender.
—Δώσε μου ένα ούζου σε παρακαλώ. (Dóse mou éna oúzou se parakaló)
Al dar media vista, volvió a ver al mismo caballero que le había entregado sus llaves hacía un momento darle un gesto amistoso.
—Hola de nuevo. —Dijo al sonreírle.
No pudo ella más que sonreír tímidamente, especialmente al recordar que en manos tenía una copa con una de las variedades de coñac griego, brandi, vino y especias. No solía beber tanto, y menos tan fuerte. Sólo el olor era intenso, pero de un sabor agradable.
—Hola…—Respondió apenada, apartando un poco la copa.
Pronto le pasaron la bebida a él. Dio un par de sorbos. Ella volvió a mirarle los labios antes de suspirar. No pudo comprender el porqué de sentirse muy atraída de nuevo al verlo.
Él se dio cuenta de la manera en que ella casi absorta lo contemplaba.
—Se me hizo hábito, es una costumbre mía beber un poco de esto como aperitivo antes de comer algo por aquí.
Ella se volvió a él, tragando. Le pareció un poco amargo y fuerte al beber el primer trago.
—Comprendo. ¿Qué es?
—¿Esto? —Preguntó él, mostrando el vaso. Ella asintió.
—Es un licor leve, se llama Ouzu, está hecho con anís, especias y azúcar. Es muy tradicional por aquí. Veo que pruebas un Metaxa.
Ella volvió a sonreír mientras sentía las mejillas encendidas a rojo fuego por vez segunda en un mismo rato. La mirada directa de él le producía un extraño nerviosismo en el vientre.
—Sinceramente no lo sabía, le pedí al bar tender algo con brandi.
Él sonrío ampliamente, para volver a dirigirse a quien atendía en barra.
—Μπορείς να της δώσεις ό,τι ζητήσει, το πλήρωσα εγώ. (Boreís na tis dóseis ó,ti zitísei, to plírosa egó).
Ella no entendió ni media palabra. Pero él volvió a poner su mirada sobre ella.
—Buena elección. Regularmente disfruto mucho de pasear solo. ¿Eres de por aquí?
—No. —Contestó Lenet sintiendo que la bebida le calentaba el cuerpo—Vine por trabajo, estaré unos meses antes volver a casa.
—También me dedico a algunos asuntos por aquí. Tal vez volvamos a vernos. ¿Cómo te llamas?
Ella no pudo respirar con comodidad al querer suspirar, se sentía muy nerviosa al verlo fijamente. Especialmente al notarlo tan amable con ella. Si bien todas las personas eran cálidas y amistosas era vez primera que un griego hablaba con ella en su propio idioma.
—Lenet.
—Mucho gusto. Si nos volvemos a ver… ¿Te gustaría que fuéramos a comer algo?
Al verla tan nerviosa sin decidirse, simplemente volvió a sonreír.
—Te dejo mi número por si acaso.
Pasó a las manos de Lenet un pequeño escrito con varios números. Se puso de pie pagando lo que había pedido. Lenet volvió a mirar sobre su camisa entallada, unas gafas Givenchy oscuras. Recordó de golpe el automóvil y el aeropuerto. Le pareció muy imposible que dos personas tuvieran las mismas características. Por lo que no pudo dejarlo marchar sin preguntarle su nombre.
—Espera, por favor. ¿Cuál es tu nombre?
—Me dicen Hades. —Contestó él de inmediato.
Ella soltó una pequeña risa mostrándose un poco confundida.
—¿Hades? Eso no puede ser cierto.
Él mantuvo también una sonrisa sobre los labios.
—Supongo que si lo pretendiéramos tú encarnarías a Atenea. Espero no te incomode que te llame así si existe una próxima vez para vernos. Kalinychta.
Con una sonrisa dejó el bar. Lenet no pudo ocultar el gran asombro tampoco el deleite que le causó conversar con él hasta verlo salir. Sonrió con asombro.
Al querer pagar lo que había pedido, quien atendía le dijo que ya habían pagado su trago y varios más por lo que le pasaron otro.
Desconcertada pero muy contenta se bebió dos más antes de regresar a la suite. Sí había funcionado el paseo, ahora pensaba en otro suceso, en otro caballero.