Ginebra colocaba las sábanas con una precisión casi ceremonial. Tensaba cada esquina. Alisaba cada pliegue. Y luego, con una delicadeza particular, rociaba el centro de la cama con un difusor de cristal tallado. Un rocío de lavanda llenó el ambiente, suave, reconfortante, íntimo. El aroma favorito de Tiziano. Lo había investigado. Durante semanas. Escarbó en la habitación de Tiziano buscando algún indicio y hasta interrogó sutilmente a Amador. Lo descubrió casi por casualidad, en una fotografía antigua de Tiziano en un campo de lavanda en Provenza tomado de la mano de su madre. Desde entonces, había decidido que ese sería el olor de su camarote. Su refugio en altamar. Ginebra se alejó un paso y observó la habitación. Estaba impecable. Los almohadones estaban apilados con buen gusto

