Zanahorias
Connor se movió en la cama cómo si le faltara algo. Ya había dormido unos días con la joven y se había acostumbrado a despertar con el calor de su cuerpo junto a él. Desde que había tenido sexo con una mujer tenía dos reglas que no rompía. No quedarse o dormir con ellas después de tener relaciones sexuales y no acabar dentro de ellas. Nunca. Con Amélie había roto las dos reglas, una por estar drogado y la otra porque era porque la había convertido en su esposa.
Si lo pensaba con atención, formalmente esos no eran motivos. Podría haber eyaculado fuera de ella cuando se vino en la chocolatería. Si bien estaba drogado, podía controlar el entrar y salir de ella. Fue el ver su expresión desafiante la que lo frustró y lo hizo actuar así. Tenía dolor, pero su ceño fruncido y decisión lo desarmó. Nunca había tomado a una mujer que considerara un deber estar con él. Además, mientras más trataba de acercarse, Amélie ponía más distancia. El dormir con ella le aseguraba que esa mujer no desapareciera por la noche y si a eso le agregaba que, aunque se dormían en los extremos de la cama, siempre despertaban abrazados y enredados entre sí como verdaderos amantes, era buen trato. Amélie se sonrojaba, avergonzada y Connor sólo le decía de manera burlona que debía ser el bebé que lo necesitaba.
Ahora, con el sol de la mañana, Amélie no estaba a su lado. Se incorporó asustado y la cama de Zoe también estaba vacía ¿Su padre se las había llevado? o ¿Ellas escaparon?
- ¡Maldición! - gimió y se levantó a toda carrera poniéndose la bata para salir al corredor donde encontró a varios guardias que lo miraron sorprendidos - ¿Dónde están las mujeres que estaban conmigo? - preguntó ansioso.
- Creo que están en el salón privado, alteza... - dijo serio - Su...
Connor no lo escuchó terminar, salió corriendo hacia las puertas que conducían al salón privado de sus apartamentos cerca de su habitación. Con la respiración agitada, abrió las puertas de golpe para encontrar una escena que lo sorprendió. Cuatro sirvientes que reconoció por los uniformes del ducado estaban de pie cerca de la mesa y Amélie, vestida con un hermoso vestido de interior que resaltaba su figura y belleza estaba sentada en el desayunador acompañada por Zoe, también vestida con un bello vestido mientras Martha y una joven que no reconoció estaban de pie cerca de ellas sirviendo los platos.
- Alteza... - dijo Martha con una suave sonrisa al ver su expresión boba cuando se acercó y los demás se inclinaron frente a él.
-Martha...- dijo sentándose a la derecha de Amélie - No creí que fueras a venir...Fue imprevisto.
- Su alteza me avisó a tiempo, ya había preparado algunas cosas. Le presento a Bea, ella servirá a la duquesa.
Connor sintió con la cabeza al ser saludado y se giró a ver a su esposa en tanto le preparaban los cubiertos para desayunar.
- Te ves diferente, hermosa... - le dijo y Mel se sonrojó cuando escuchó la risita de Zoe - Tu también Zoe. Mi esposa y mi cuñada se ven muy bellas hoy - observó sus platos y asintió - Veo que llegaron las indicaciones del médico - le dijo a la mujer mayor.
- Sí alteza, también hablé con el chef del ducado para que pueda hacer fiancers y bollos al estilo francés.
- Connor es demasiado. - intervino Amélie - No somos quisquillosas con la comida. No es necesario.
- A Zoe le gustan, además, debes comer mejor por el bebé - le dijo empujando las zanahorias al costado del plato en tanto cortaba la carne, pero la joven lo notó.
- ¿Y tu piensas enseñarle a ser quisquilloso con la comida? - le preguntó con una ceja alzada mientras golpeaba con suavidad el huevo cocido frente a ella.
Connor se detuvo y la miró.
- Sabes que no me gustan... - alegó con una mueca.
- ¿Qué le dirás al bebé si ve eso? Podría dejar de alimentarse correctamente por imitar al padre... - se burló Amélie - Zoe se come todo - le dijo y la niña asintió orgullosa - Hazlo por tu bebé... - le dijo tomando su tenedor y trinchando un trozo para luego acercárselo a la boca como si fuese un niño - Abre... - El joven abrió los ojos como platos y miró a su niñera quien mantuvo una expresión neutra, a Zoe quien le sonrió y hasta a los sirvientes quienes bajaron la cabeza, divertidos.
Con un suspiro, Connor abrió la boca y luego lo tomó. Frente a Amélie mordió la verdura con una mueca que no pudo evitar, pero lo tragó.
- Perfecto. - le dijo con una sonrisa y luego pinchó un trozo pequeño y se lo llevó a la boca - Uno para el padre y otro para el bebé. Es justo ¿No? - El príncipe se sonrojó al ver que usaba el mismo tenedor y su imaginación voló en múltiples ideas asociadas a esos labios. La vio tomar otro trozo más grande y se lo acercó - Abre...
Connor resopló y comió sin quejarse, aunque la mueca de desagrado no desapareció. Vio a Amélie tomar un trozo pequeño y lo comió a su vez.
- ¿Por qué yo los grandes? - se quejó.
- Porque eres más grande que el bebé. - dijo con tranquilidad y luego repitió la acción hasta que ya no hubo en el plato - Come la carne ¿Si? No quiero vomitar por los aromas... Logré tomar sopa y el huevo.
- Es muy poco... - le dijo Connor pidiendo un vaso de leche con miel. Termina con eso y algo de fruta. Si te comes lo que acabo de servir, daremos un paseo por el jardín de la reina antes de regresar al ducado.
- ¿Podemos hacerlo? ¿No te meterás en problemas?
- Es el jardín que cuidaba mi madre, no es concurrido. Podemos pedir sombreros cubiertos para que no vean tu rostro. No quiero que te molesten hasta que puedas adaptarte a Inglaterra. Debes estar tranquila tú y el bebé.
- ¿Tu padre? ¿Tu hermano?
- Hablaré con ellos cuando estén más calmados. Eres mi esposa y eso no cambiará.
- Connor, tu familia es importante. No lo hagas... Cuando te des cuenta de que el bebé... - se mordió el labio.
- No discutiré eso de nuevo, Mel... - le dijo levantándose molesto para salir del lugar - Termina de comer. Iré a vestirme para bajar. Martha...consigue los sombreros.
- Ya me ocupé de ello, alteza. - le dijo la mujer y miró a la joven bajar la cabeza, inquieta - Termine de comer, alteza... Todo estará bien...
- Ya no tengo hambre... - murmuró alejando el plato y los sirvientes se miraron preocupados ante el cambio de ánimo.
- Hermana... - dijo Zoe levantándose para abrazarla - Come conmigo... - le pidió - No quiero que te desmayes de nuevo. Me asusta...
La puerta se abrió de golpe y Connor entró con una camisa a medio poner, sobresaltándolas.
- Cómete eso, conejo escurridizo... - le dijo tomando un tenedor para trinchar la fruta - Abre... - ordenó dándole de comer y sonrió cuando sus mejillas se rellenaron - No puedes exigirme que coma zanahorias si tu no comes bien. Es justo ¿O no? Si no, le diré a Zoe que te alimente como un bebé.
Zoe se rio alegre ante la perspectiva y aplaudió haciendo que la joven sonriera.
- Si nosotros comemos, tu también... - sentenció Connor dándole los últimos bocados hasta que quedó satisfecho y la besó en los labios, avergonzándola aún más cuando se levantó y saboreó el jugo de las frutas en sus propios labios - Probemos con fresas la próxima vez... - dijo retirándose de nuevo.
- ¡Connor! ¡Esa boca! - exclamó la joven.
- ¡Toda tuya, esposa! - gritó sin volverse mientras el joven se largaba a reír al salir, descolocando a los guardias del exterior y a Amélie quien se cubría el rostro con las manos.
Martha sonrió frente a la interacción de la pareja, complacida. Su corazón se entibió. Siempre había tenido una relación más cercana con el menor de los príncipes debido a que era el más pequeño cuando la reina falleció. Un pequeño de dos años que no entendía porque su madre ya no estaba a su lado. Su carácter más relajado y curioso diferente al de su hermano mayor, correcto y responsable, llevó nueva vida al Palacio, pero también lo metió en muchos problemas en los que ella intermediaba y lo cuidaba con un amor serio y profesional tratando de mostrar a ambos niños equidad.
La mujer temía que su carácter impulsivo e irritable pudiese terminar de quebrar la relación con su padre y su hermano o que los enemigos de la casa gobernante lo usaran como chivo expiatorio. Era por eso por lo que cuando su labor como niñera de los príncipes terminó, decidió vivir en el ducado y acompañar a ese niño descarriado.
Ahora, veintidós años después, una jovencita de la que no sabía mucho había logrado que su pequeño maestro comiera zanahorias y obedeciera sin quejas. Podía ser algo menor, pero ella, que lo conocía más que nadie, notó el gran paso.