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1078 Words
Drogado La joven lo miró sin desviar su mirada. Mentirle no serviría de nada y quedarse parados tampoco. La droga estaba trabajando y el Príncipe podría sufrir de algo más grave si no se manejaba pronto. - Si, la doncella... - murmuró Amélie levantando el rostro donde una gran zona roja se veía en su mejilla y su labio estaba partido. - Mierda... otra zorra... Tengo que salir...- Connor maldijo entre dientes y trató de caminar, pero se tambaleó por lo que la joven lo sujetó a duras penas por el torso. - ¡Connor! - exclamó Ethan mirando a la joven que apenas lograba sostener el peso del hombre que estaba por desmayarse. - Sujételo. - le pidió Amélie entregándoselo para luego caminar hacia el mostrador - Mi señor, tuvo una reacción alérgica. - le dijo indicándoselo - ¿Puede hablar con el dueño para que lo deje descansar unos momentos? Es un noble inglés, asesor de su rey. - continuó como si fuese un secreto - Si llega a mencionar que trataron de envenenarlo, su tienda... La mujer palideció asintiendo con la cabeza corriendo hacia la parte de atrás haciendo que minutos después un hombre regordete llegara respirando con dificultad. - ¡Oh, dios mío! - exclamó cuando vio al joven a punto de desmayarse y miró a la joven - Tráelo... por aquí. A mi oficina... - - Necesito agua helada y paños... - le pidió Amélie caminando hacia la puerta que le indicaba. - ¡Tráiganlos! - ordenó a sus empleados - ¡Todo está bien! - exclamó a los comensales que veían la escena con temor. El que se creyera que lo que preparaba el lugar podía enfermar a alguien, sería un desastre por lo que miró al escolta que llevaba a Connor en súplica. - ¡Es un veterano! ¡Terrores de guerra! - gritó y varios hombres asintieron por lo que el ambiente se relajó. Francia había estado involucrada en guerras varias veces - Aquí. - le dijo el hombre regordete abriendo una puerta en la habitación más alejada del pasillo. Una habitación con un escritorio, unos pocos muebles y un sofá gastado, los recibieron. Ethan acostó en el sofá a Connor quien jadeaba por aire con el rostro perlado en sudor para después abrirle la levita y la camisa. Amélie dejó la canasta a un lado y los miró revisando su estado. - Es muy fuerte... - le dijo mirando a Ethan y al hombre que se retorcía inquieto parado en la puerta - Necesito vino para lograr que se duerma o podría ser peor. Una mujer entró con una palangana y paños en el brazo los que le entregó a la joven, quien parecía demasiado calmada para la situación. - ¿Cómo sabes que hacer? - le preguntó el escolta con curiosidad cuando la joven le sacó la chaqueta al príncipe y sacó la camisa de sus pantalones ya que el joven trataba de sacarse la ropa que parecía raspar su piel. - La persona que me cuidó de niña fue un escolta que trabajaba en una casa noble... Me explicó que a veces echaban algo en las copas y comidas... Me enseñó. Amélie se sacó el chal y se inclinó para mojar un paño para limpiar el sudor de Connor y enfriar su cuello. Se quejaba como si se estuviera quemando por dentro. - ¿Tienen un licor fuerte? - preguntó al dueño quien la miró y luego al escolta - ¿Hielo en el sótano? - Yo lo pagaré - le dijo Ethan - Llévame a la cava. Lo traeré. - Monsieur... - dijo el hombre preocupado. - ¡Haz lo que pido! - ordenó Amélie con tono tajante que sobresaltó a los presentes. No era la actitud de una sirvienta - Si no bajo su temperatura podría morir aquí ¿Vas a asumirlo tú? Guíalo ¡Qué nadie entre! - Si, si... - exclamó el hombre saliendo seguido de la mujer y el escolta. La joven miró al hombre retorciéndose frente a ella que bajó la mano hacia su entrepierna tratando de calmarse. Una erección era claramente visible bajo la tela del pantalón. - Así que era un afrodisiaco... Qué astuta... - dijo en voz alta, pero Connor la escuchó entre el estado febril. - Si es eso, el agua no me ayudará... - gimió con una risa amarga - Siento que me quemo por dentro... Connor se movió abriendo los pantalones sin ningún decoro para liberar su erección la que palpitaba frente a Amélie quien abrió la boca sorprendida. Había visto a niños desnudos en el convento cuando tenían que ir a los orfanatos, pero el cuerpo de un hombre adulto era otra cosa. El príncipe se rio ronco al ver su expresión. - Vas a tener que ayudarme... - le dijo con los ojos vidriosos y Amélie lo miró sin entender. La simple frase del príncipe dejó a Amélie confundida. No tenía ninguna experiencia con el cortejo o temas relacionados. Tenía seis años cuando dejó el palacio y el convento que fungía de escuela privada no ayudaba a que las mujeres supieran algo más. La joven había escuchado algunas conversaciones entre sus compañeras más grandes cuando una de ellas llegó con una barriga después de ir de vacaciones a su casa. La aislaron al sector del claustro con las monjas y al cabo de unos meses un bebé llegó para ser adoptado. Más detalles no tenía. Cuando su hermana mayor eligió hacer los votos de consagración en vez de responder a la carta de Madame de Rambaud quien solicitaba su ayuda, ella se decidió a ir en su lugar. Tenía once años. Si lo pensaba mejor, fue una locura, pero tal vez el ser una niña les permitió sobrevivir. Dos niñas no eran peligro para el ejército revolucionario. Después que se reencontró con su hermana pequeña, Pierre, su escolta quien se hizo pasar por su padre, las llevó fuera de París y vivieron en tabernas donde una de las amantes del escolta, una prostituta, le explicó la causa de la sangre en su cama a los trece años. Eso era todo. - ¿Ayudarte? - preguntó tuteándolo sin darse cuenta. - Si no me descargo, la fiebre seguirá aumentando... - murmuró con voz ahogada cerrando los ojos para regular las sensaciones y la respiración caliente, aunque sin éxito - Necesito tu coño. - ¿Perdón? - preguntó la joven como si tuviera tres ojos.
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