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1011 Words
Darse Cuenta La noche se cernía sobre ellos, envolviéndolos en una calma silenciosa bajo el cielo estrellado mientras seguían con la lección. La brisa fresca acariciaba suavemente su piel, pero George apenas la sentía. Estaban recostados tan cerca sobre la manta que podía percibir su calor. Escuchaba la voz de Rose, pero su mente estaba lejos, en muchos pensamientos y emociones. En un momento, Zoe se acurrucó junto a Rose, pero ésta se sobresaltó cuando el movimiento rozó su herida. - ¿Estás bien? - preguntó George. - Si, no fue su intención... - miró a la niña con cariño - Nuestra estudiante se durmió... - Deberíamos llevarla a la habitación... - dijo el joven, pero Rose negó. - Quedémonos un momento más. Es una bonita noche... - pidió - Zoe está abrigada. - No quiero que la duquesa me regañe. - avisó George y Rose se rio. - Asumiré la responsabilidad, alteza... - le dijo seria - Lo protegeré... George se descolocó, había visto cómo defendió a Amélie y estaba seguro, conociendo su personalidad, que sería muy capaz. - ¿Ves esa estrella? - preguntó la joven de pronto, señalando un punto brillante en el cielo - Es mi favorita. Siempre parece tan tranquila. George la miró, pero no pudo responder. En lugar de ver las estrellas, la veía a ella. Cada detalle de su rostro se grababa en su mente: la forma en que sus ojos brillaban al hablar, la curva suave de su sonrisa, cómo su risa ligera llenaba el aire como una melodía. Sintió un nudo en el estómago, una presión que no había estado allí antes. Era en ese momento, bajo ese cielo infinito, que lo supo. La quería. Más de lo que debería. ¡Demonios! ¡La quería! y él estaba comprometido con otra mujer. Una princesa de Prusia de dieciséis años. La revelación le pegó con fuerza quitándole el aliento. Rose se giró para mirarlo, sorprendida por su silencio, y sus ojos se encontraron. George intentó apartar la mirada, pero era imposible. Sus emociones lo traicionaron y en su pecho sentía un miedo que no podía ignorar. Un miedo que venía de saber que esto no estaba bien. No podía permitirse sentir lo que estaba sintiendo. No cuando estaba comprometido con alguien más… alguien que no amaba, pero con quien su futuro político estaba profundamente atado. - ¿Estás bien? - le preguntó la joven, su voz era suave, preocupada. - Sí, estoy… bien. - mintió, pero su voz temblaba ligeramente. Ella frunció el ceño, notando su nerviosismo, pero decidió no presionarlo. Se limitó a acercarse un poco para revisar su rostro, tocando su mejilla. - Estás un poco frío. Podrías resfriarte. - Soy un adulto, Rose. No me enfermaré por estar a la intemperie en una noche de verano. - se defendió alejando su mano. - Bueno, te creeré. - le dijo con una risita - Aún recuerdo cuando te enfermaste antes de tu designación. - Estaba algo nervioso, me iba a convertir en el príncipe heredero... Es natural. Es una responsabilidad. -Tienes razón... Después de la ceremonia tu rostro cambió... La frase le dio curiosidad, pero no habló. En ese momento estaba demasiado aturdido por su propio descubrimiento. Desde su nacimiento sabía que su vida estaba prácticamente decidida y nunca se había cuestionado eso hasta ese momento. Quería a la mujer que estaba mirando a las estrellas con él en ese momento. Tal vez, el molestarla y regañarla desde niños fue su manera de mantenerla lejos para que sus sentimientos no fuesen descubiertos... George cerró los ojos por un momento, luchando contra el torbellino en su interior. Sabía que, con cada segundo que pasaba a su lado, se hundía más en ese sentimiento prohibido. Estaba atrapado entre lo que debía hacer y lo que quería, y no había escapatoria fácil. Quería decirle, quería confesarlo, pero… ¿Le creería? ¿De que serviría confesarlo si no podía hacer nada? Ya estaba comprometido desde los dieciséis años cuando la princesa cumplió seis ¿Qué podría cambiar? Su vida, su futuro, estaba ya marcado por las decisiones que otros habían tomado por él mucho antes de que ella entrara en su vida. - Las estrellas siempre me calman. - dijo Rose en voz baja - Cuando el mundo se siente demasiado complicado, me recuerdan lo pequeña que soy en el universo… lo insignificantes que pueden ser los problemas o mis preocupaciones. George sonrió amargamente, pero no dijo nada. Si ella supiera lo enorme que era su problema en ese momento… El joven se giró ligeramente hacia ella con el corazón apretado en su pecho. La deseaba. La quería en su vida de una manera que nunca había querido a nadie, y ese deseo lo estaba destruyendo. Lentamente, bajó la mirada hacia sus labios, queriendo acercarse, queriendo más que esa simple cercanía… pero se detuvo. No podía hacerlo. No a ella, no a él mismo. No sería justo para Rose, le daría expectativas que no podría cumplir. - Deberíamos irnos. - murmuró finalmente, con una tristeza en su voz que no pudo ocultar. La joven lo miró, sorprendida por el cambio repentino de tono, pero asintió. - Claro, si eso es lo que quieres. Mientras se levantaba, George se detuvo un momento, mirando el cielo una vez más. Sabía que nunca volvería a ver las estrellas de la misma manera. Siempre le recordaría ese instante, a ese amor que no podía tener. En silencio, ayudó a Rose a incorporarse y detuvo al escolta cuando se acercó a tomar a Zoe. - Yo la llevaré. - le dijo - Ayuda a Bea con las cosas... - Sí, alteza... Con cuidado, George levantó a Zoe en brazos y se giró para entrar al palacio, pero su expresión preocupó a Rose. - ¿Estás bien? ¿Hay algo mal? - preguntó la joven preocupada sujetando su manga para detenerlo y el príncipe evitó el contacto visual. - Si, sólo algo cansado... - mintió, dejando que la brisa fresca lo envolviera. No podía permitirse mostrar emociones que no podría asumir.
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