Consejo Inesperado
El aire de la mañana estaba cargado de niebla, como si la propia naturaleza intentara ocultar los sentimientos que flotaban en el ambiente. Las campanas de la iglesia cercana repicaban con fuerza, marcando el inicio de un nuevo día.
Connor se ajustó la capa mientras subía los escalones de la entrada hacia el despacho de su hermano luego de montar al amanecer. Desde que su padre le dio la tarea de proponer ideas en la audiencia con la corte, se puso tenso. Jamás lo había hecho, ni siquiera sabía cómo plasmar en papel todas esas ideas locas que imaginó en su cabeza, pero Amélie estaba segura de que podría hacerlo y no quería fallarle.
Cuando entró el secretario de George y Patel lo observaron.
- ¿Y su alteza? - preguntó, sorprendido. George siempre llegaba antes que él.
- Su ayuda de cámara avisó que no se siente bien. No vendrá a trabajar hoy.
Connor se quedó quieto ¿George faltando al trabajo? ¿El sol salió por el oeste? Su hermano, tan puntual, tan meticuloso con sus deberes, se había quedado en su habitación. Algo andaba mal.
- ¿Ha ido el médico? - preguntó.
- No, dio instrucciones que no se le llamara a menos que Su alteza en persona lo ordenara.
- Ordenen los documentos, vean si se puede adelantar algo de menor complejidad.
- Sí, alteza. - dijeron los secretarios antes que el joven saliera.
Los sirvientes murmuraban por los pasillos cuando Connor cruzó la sala principal. Había preguntado a uno de ellos si George estaba enfermo, pero nadie parecía saberlo con certeza. Al final, decidió subir las escaleras hacia el ala del palacio que pertenecía a su hermano. Las maderas crujieron bajo sus botas mientras se acercaba a la puerta entreabierta de la habitación de George.
Al entrar, lo encontró sentado en el borde de la cama, vestido con su camisa y chaleco, pero con la chaqueta aún colgando del respaldo de una silla. George no escuchó entrar a su hermano. Tenía la cabeza inclinada hacia el suelo, absorto en sus pensamientos, como si estuviera a mil leguas de allí.
- ¿Qué ocurre, George? -preguntó Connor, entrecerrando los ojos mientras se acercaba.
George no respondió al principio. El joven pudo ver que su mirada estaba perdida, fija en un punto indefinido del suelo y por un momento, pensó que quizá su hermano estaba verdaderamente enfermo. Pero cuando George finalmente habló, su voz fue apenas un susurro.
- No he podido… salir esta mañana. - dijo, casi para sí mismo - No podía concentrarme.
Connor se cruzó de brazos, observándolo con atención. Esto no era propio de George. Él era el pilar de la familia, siempre al mando, nunca dejando que nada lo distrajera de sus responsabilidades. Y ahora, allí estaba, quebrado por algo que no lograba expresar.
- ¿Te sientes mal? - preguntó Connor con ironía en su tono, intentando aliviar la tensión.
George esbozó una sonrisa amarga, pero no levantó la cabeza.
- No, no estoy enfermo… Al menos no en el sentido que tú crees.
Connor frunció el ceño y un pensamiento empezó a formarse en su mente. Lo observó más de cerca, repasando los últimos días, las salidas de George, las miradas furtivas que había visto en ciertas ocasiones. Y entonces lo comprendió. Lo que su hermano estaba experimentando no era otra cosa que la enfermedad del corazón.
- Es Rose, ¿verdad? - Connor lo dijo despacio, casi con cautela.
George alzó la vista de golpe, sorprendido, como si Connor hubiera pronunciado un secreto que no quería que fuera revelado. En sus ojos había una mezcla de angustia y vergüenza. No hacía falta que respondiera con palabras, su silencio era suficiente.
- ¡Por Dios, George! - exclamó Connor, incrédulo - ¿Es por eso por lo que no has salido de aquí? ¿Por qué te has enamorado de una mujer?
George se levantó bruscamente, como si las palabras de Connor hubieran encendido algo en él. Caminó hacia la ventana, apartando las cortinas pesadas y dejando que la luz grisácea de la mañana entrara en la habitación.
- Tu no eres quien para decirme eso o debo recordarte cuando la duquesa te ignoró y lloraste como un niño en tu habitación tres días.
- Era un niño. Tenía doce años. - aclaró Connor con una mueca - ¿Nunca te habías enamorado? ¿Un amante?
- ¡Como si pudiese moverme libremente como tú! - dijo molesto - He trabajado desde los quince como príncipe heredero. Si pongo un pie fuera lo sabe toda Inglaterra.
- No quise decirlo para molestarte, me disculpo... Pero estás comprometido... Tendrás...
- No es tan sencillo, Connor. - dijo con la mandíbula tensa - No puedo simplemente... dejar de sentir lo que siento. No cuando sé que todo en mí se desmorona cada vez que la veo.
Connor lo observó en silencio, sorprendido por la intensidad de las palabras de su hermano. George nunca había sido el tipo de hombre que se dejaba llevar por las emociones. Siempre tan calculador, siempre tan lógico. Y, sin embargo, ahora estaba atrapado en una red que él mismo no había visto venir.
- ¿Y qué harás? - preguntó Connor, cruzando la habitación hasta llegar junto a él - No puedes seguir así. El mundo no va a esperar que resuelvas tus sentimientos. Sabes que padre no puede permitirse que pierdas el control.
George apretó los puños, el rostro contraído por la frustración.
- Lo sé. - dijo con voz rota - Sé que no debería estar pensando en ella. Sé que no es apropiado, no es lo que se espera de mí. Pero cuando la veo, cuando está cerca... todo lo demás desaparece. No hay compromisos, no hay política, no hay expectativas. Solo ella. Lo negué todo este tiempo peleando con ella y molestándola, pero anoche ya no pude seguir engañándome.
Connor lo observó y por primera vez vio a su hermano no como el hombre fuerte y decidido que siempre había sido, sino como alguien vulnerable, atrapado entre el deber y el deseo.
- Rose es una mujer noble, pero aún con su posición no está a la altura de lo que se ha dispuesto para ti. Estás comprometido con una princesa de Prusia. - dijo Connor en un tono más suave - Y tú lo sabes.
George asintió lentamente, con una expresión de derrota en su rostro.
- No sé cómo seguir así, Connor. – susurró - No cuando todo en mí me grita que la ame, que esté con ella, aunque sé que no puedo.
Connor suspiró y puso una mano en el hombro de su hermano. Había pasado suficiente tiempo junto a George para saber que esto no era algo que pudiera resolverse con facilidad. Las palabras de apoyo o de advertencia ya no servirían de mucho. George estaba enamorado y esa clase de amor, en los hombres como él, solo traía dolor.
- Tienes que decidir qué parte de ti va a ganar, George. - dijo Connor finalmente - Porque si sigues en este estado, terminarás perdiéndolo todo.
George no respondió. Simplemente se quedó mirando por la ventana, como si en algún lugar, entre la niebla y las colinas lejanas, estuviera la respuesta a su dilema. Pero ambos sabían que esa respuesta no era tan sencilla de encontrar.
- Todo está... fuera de lugar. – murmuró.
Connor lo observó detenidamente. Sabía bien qué lo estaba perturbando, pero ese no era el tipo de tema que se abordaba sin más. La prometida de George, la princesa de Prusia llegaría en seis meses, un compromiso que había sido pactado con meticulosidad, asegurando alianzas políticas y poder para la familia. Y, sin embargo, ese compromiso era lo que estaba desmoronando a George, lo estaba empujando a una espiral de desesperación.
- ¿Cómo pude llegar a esto, hermano? Estoy comprometido con una princesa, por Dios, una alianza que traerá gloria a nuestra familia... y, sin embargo, no puedo dejar de pensar en ella. No puedo dejar de desear estar con Rose.
Connor se acercó y tomó asiento frente a él, inclinándose hacia adelante. Sabía que lo que iba a decir era peligroso, pero no podía soportar ver a su hermano en ese estado.
- Lo que te sugiero es que sigas a tu corazón, George. - dijo en voz baja - Si amas a Rose... no puedes simplemente reprimirlo. Sé que el compromiso con la princesa es importante, que nuestra familia depende de esa alianza. Pero... ¿De qué sirve todo ese poder, toda esa gloria, si estás muerto por dentro? Padre tuvo la suerte de que él y madre se enamoraran después, pero no había nadie entre ellos. Tú seguirás viendo a Rose al ser amiga de Mel y tutora de Zoe.