Una hora había pasado desde que Madame Vivienne las dejó. Bernadette caminaba de un lado al otro de la habitación, apretando los puños. Claire la observaba en silencio desde el sillón, con las piernas cruzadas y los ojos inquietos. El reloj marcaba cerca de la medianoche cuando la puerta volvió a abrirse. Una de las mujeres del burdel entró con rapidez, trayendo una pañoleta oscura en la mano. —Es hora. Ponte esto. Bernadette se detuvo. Claire se levantó de inmediato. —¿Para qué es eso? —Para que nadie la reconozca. Por precaución. Sin esperar respuesta, la mujer se acercó y le cubrió la cabeza, anudando la tela bajo su mentón. Bernadette sintió cómo el calor aumentaba en su cuello. Apenas podían verse sus cabellos claros. Salieron por un pasillo más estrecho esta vez. Las luces era

