CAPÍTULO 1: DÍA CERO
NARRA NOEMIE LACROIX
Treinta y cinco días antes de la muerte de Domenico de Giorgio...
Cerré la última maleta en la que llevaba las pocas cosas que iba a sacar de aquel apartamento que tantos malos recuerdos me traía y miré a mi alrededor con algo de angustia. Habían pasado muchos meses, demasiados, desde la última vez que había estado dentro de esas cuatro paredes, pues, pese a todo, no me sentía con el valor de regresar y rememorar los tan malos momentos vividos en ese lugar. Recuerdos que justo en ese momento habían vuelto a invadir mi cabeza, para torturarme de la peor manera.
Llevé una de mis manos a mi mejilla, cerré los ojos un instante y pude sentir el mismo ardor que provocaban los golpes de su puño. Mi mano bajó hasta mi cuello y sentí sus dedos alrededor, cortándome la respiración, mientras me estrangulaba, me humillaba y me hacía sentir que yo era la culpable; mientras me hacía creer que yo no era más que mierda y que no valía nada, para luego obligarme a darle sexo oral.
Inconscientemente, mi otra mano fue a dar a mi abdomen y mi dedo pulgar rozó la cicatriz de la herida que él me había hecho con un cuchillo, el mismo día en que aquel infierno en el que me tenía sometida terminó, porque mi hermano me rescató de ese almacén en el que me había encerrado, como si yo fuera un animal con el que podía hacer lo que le viniera en gana, cuando por fin abrí los ojos y me di cuenta de que debía salir de esa relación tan enfermiza o si no terminaría muriendo. Cosa que por poco casi pasa.
Renaud, mi ex pareja, había sido la persona que más daño me había hecho. Junto a él había vivido varios años de infierno, en los que se encargó, día tras día, de romper mi alma y mi corazón en pedazos. Pedazos que todavía continuaba pegando poco a poco, para poder sanar del todo.
El proceso de sanación había sido duro. Las terapias habían ayudado bastante, pero, más lo había hecho el amor y el apoyo que me había dado mi pequeña familia.
Fabien, mi hermano, Evangeline, mi cuñada, y Pam, nuestra mejor amiga, que también era como una hermana para todos nosotros, habían estado conmigo en todo momento y me habían ayudado a sobrellevar la depresión que me mantuvo encerrada durante meses en la habitación de aquel bar en el que vivía y que nos pertenecía a mi hermano y a mí, antes de que decidiera aceptar un trabajo en Marsella, como líder de un nuevo grupo de terapia para personas que, al igual que yo, habían sufrido abuso familiar.
De los tres, quien más me había apoyado en todo el proceso de sanación había sido Evangeline. Fue justamente gracias a ella que había tomado las terapias y fue ella quien abogó por mí frente a mi hermano, para que este me dejara irme a vivir a Marsella y tomar el liderazgo de ese grupo, porque él estaba renuente a hacerlo, después de todo lo que había pasado con Renaud.
Fabien era un hermano bastante sobreprotector. Él había cuidado de mí desde que éramos unos niños, ya que nuestra madre jamás se preocupó por nosotros, porque era una prostituta y una adicta a la heroína, que en todo momento estaba perdida bajo los efectos de dicha droga.
Él se sintió bastante culpable cuando se enteró de todo lo que yo había pasado al lado de Renaud, pues decía que no me había cuidado lo suficiente. Fue él quien le hizo pagar todas las horribles cosas que me hizo, torturándolo terriblemente, hasta que lo mató.
Por esa misma culpa, y pensando que yo no iba a poder estar protegida si no estaba junto a él, fue que no había querido dejarme ir, pero mi querida Evan lo hizo entrar en razón, porque él amaba demasiado a su esposa y siempre hacía todo lo que ella decía. Aunque se sintiera todo un macho y un hombre muy malote por las cosas que se dedicaba a hacer —mi hermano era un mafioso—, Evan siempre lo terminaba dominando y él cumplía todos sus caprichos. Para mí, ellos eran la pareja perfecta, porque se complementaban muy bien. Yo los amaba demasiado a ambos y amaba que Evan fuera mi cuñada y estuviera conmigo en todo.
Como en ese momento, que estaba allí ayudándome a sacar las cosas que iba a llevar conmigo, antes de poner el departamento en venta.
Entró a la habitación, donde yo me encontraba sentada en el borde de la cama, recordando todo aquel infierno, y me miró, con los ojos entrecerrados.
Creo que intuyó lo que mi mente estaba recordando, porque se acercó a mí, se sentó a mi lado y colocó uno de sus brazos en mi espalda.
—Ey, ¿estás bien? —susurró.
Con su otra mano acarició mi mejilla con ternura y le esbocé una sonrisa un tanto floja, antes de asentir.
—Sí, lo estoy —respondí—. Solamente estaba recordando...
Su mano llegó a mi boca y me silenció.
—No pienses en eso —dijo, hablando con esa dulzura que la caracterizaba—. Piensa en tu nueva vida. En la mujer exitosa que ahora eres, dirigiendo un centro de ayuda para otras personas.
Sonreí.
Era una sonrisa sincera y cargada de mucho ánimo.
Evangeline tenía ese don para decir las cosas perfectas que uno necesitaba escuchar, en el momento más oportuno, para hacerte sentir bien y olvidar lo malo.
—Tienes razón —concordé.
Cerré los ojos, agité la cabeza y eliminé todos esos recuerdos de mi cabeza.
—Únicamente, debo de pensar en todo lo bueno que está por venir —dije—. Como en esta cosita tan bonita que pronto estará con nosotros y vendrá a traernos más alegrías
Llevé mis manos a su vientre abultado, agaché el dorso y deposité un beso suave en él, sobre mi sobrino que pronto iba a nacer.
Evan y Fabien ya tenían una hija; una niña hermosa a la que yo adoraba con toda mi alma y a la cual había disfrutado desde que también estaba en el vientre de ella. Mientras que a este niño, al que mi hermano esperaba con muchas ansias, no lo había podido disfrutar porque yo ya estaba viviendo en Marsella cuando Evan quedó embarazada de él.
Esperaba poder regresar para cuando naciera, pues no quería que nada en el mundo me impidiera estar con ellos durante ese feliz momento y, mucho menos, poder cargar y contemplar a mi sobrino recién nacido.
Aunque no lo crean, la conexión que los tíos tenemos con nuestros sobrinos es grande y fuerte, casi parecida a la que un padre tiene con un hijo, pues los amamos como tales, y yo amaba demasiado a mis sobrinos.
—¿Nos vamos, entonces? —le pregunté.
—¿Ya estás lista?
—Sí, ya es hora de decirle adiós del todo a este lugar, a Renaud y, sobre todo, a mi antigua vida.
Sonrió y asintió.
—Bien, vámonos entonces —dijo.
Le gritó a Luc, la mano derecha de mi hermano, y este entró a la habitación unos segundos después, para ayudarnos con las maletas. Las sacó del departamento, las llevó al coche y las dos lo seguimos cuando cerré la puerta de aquel sitio al que no esperaba regresar nunca jamás y al que le había dicho adiós para siempre, para continuar con mi nueva vida.
Abracé a Evan por los hombros y juntas caminamos hacia afuera del edificio, para regresar a la casa donde ella y mi hermano vivían desde antes que Angeline, mi sobrina, naciera.
Luc conducía y nosotras íbamos en la parte de atrás, conversando felizmente sobre el embarazo y lo feliz que Fabien estaba porque por fin iba a tener a su tan ansiado principito, cuando el fuerte sonido de una explosión a nuestro lado nos sorprendió y golpeó el coche, provocándole un daño severo.
Era un coche bomba.
Luc perdió el control del volante y nuestro automóvil comenzó a dar vueltas sobre el cruce a desnivel hasta que chocó contra el barandal de seguridad y cayó en la carretera de abajo, boca abajo.
Mi cuerpo y mi cabeza se golpearon con fuerza contra el respaldo de los asientos, contra el vidrio de la ventanilla y contra la misma Evan. Los trozos de vidrio que se formaron cuando la ventanilla se hizo pedazos al chocar contra el suelo, se incrustaron en mi rostro y en mi cuerpo, causándome un terrible dolor.
Durante la caída, cerré los ojos y en lo primero que pude pensar era en que íbamos a morir. Cuando los volví a abrir, me sentía muy aturdida y agobiada, todo el cuerpo me dolía y creía que la cabeza se me había partido en dos, por el intenso dolor y por el líquido rojo y caliente que chorreaba por mi frente.
El cinturón de seguridad me mantenía suspendida y era el que había evitado que chocara contra el techo del coche.
Parecía como si todo se hubiera detenido a nuestro alrededor. El tiempo, las personas y hasta la vida misma.
Miré a mi lado, preocupada por Evan, y mi angustia aumentó en sobremanera al verla.
—E-Evan... —la llamé entre titubeos.
En mi garganta apretaba el llanto que me impedía hablar y mi cuerpo temblaba sin control por el dolor y por el terror que me embargaba.
—¡Evan! —grité desesperada y a todo lo que mis pulmones dieron, pero no reaccionó.
Su cabeza estaba bañada en sangre, su melena rubia ahora parecía roja y no reaccionaba en absoluto, ni siquiera cuando extendí mi brazo y la sacudí.
—No, no, no... —chillé y las lágrimas inundaron mis ojos y empaparon mi rostro—. ¡No, por favor!
Busqué a Luc para que nos ayudara, pero él estaba peor. Cuando el coche cayó desde la calle superior hacia la de abajo, la parte de enfrente fue la que chocó directamente contra el suelo y el motor había ido a parar a la parte del conductor, aplastando a aquel hombre que había sido tan leal a nosotros.
Más lágrimas y más llanto. Sentía que estaba perdiendo el control de mí misma, pero me obligué a pensar y a actuar con rapidez, antes de que fuera demasiado tarde.
—¡Ayuda! —grité, desgarrándome la garganta—. ¡Ayuda, por favor!
No podía entender por qué nadie venía a ayudarnos. Por qué nadie se acercaba a cerciorarse si estábamos vivos o muertos.
Luché por soltarme del cinturón, pero este estaba trabado. Jalé, jalé con mucha fuerza, a pesar de que el dolor en mis costillas me dejaba sin aire. No desistí y volví a jalar, con más fuerza, hasta que este se destrabó y caí de cara al techo.
La frente, la nariz y la mejilla me dolieron, pero no había tiempo para quejarme por ese insignificante dolor. Tenía que ayudar a Evangeline. Ella no podía estar muerta... Mi sobrino. Dios, mi sobrino no.
—Evan, por favor... —farfullé en medio de mi llanto.
Como pude, me giré y busqué su cinturón de seguridad para soltarlo y sacarla de allí para auxiliarla, sin embargo, no pude hacer nada.
Varios hombres rodearon el coche; vi sus pies acercándose a pasos calmados, y luego, unas manos grandes y fuertes me sacaron a rastras, al darse cuenta de que estaba viva.
No venían a auxiliarnos. Ellos no estaban ahí por ser almas piadosas que venían a ayudar a personas que estaban en peligro.
No, ellos eran los causantes de esto. Ellos eran los matones a los que alguien había enviado para darnos aquel duro golpe y acabar con nosotros.
Grité, intenté luchar contra ellos y escapar, pero, solamente una tonta como yo podía creer que iba a lograr semejante hazaña.
—¿La otra mujer? —le preguntó uno de los hombres a otro.
—Todos están muertos —respondió, quebrando mi corazón en pedazos, pues aún tenía la esperanza de poder ayudar a Evan y a mi sobrino—. Solo ella ha quedado viva.
Hablaban en italiano y entendí de qué se trataba todo esto.
La mafia italiana había venido por nosotros. Estaban ahí para cobrarle a Fabien los pecados que Renaud había cometido en el bar que una vez tuvimos en Palermo.
—¿Estás seguro? —le preguntó con voz demandante.
—El hombre ha sido aplastado y si la otra mujer no está del todo muerta, bastan unos minutos para que lo esté —dijo.
Yo continuaba luchando. Trataba de soltarme y también lloraba por Evan y Luc.
Recordé las clases de defensa personal que mi hermano me había dado antes de marcharme a Marsella y puse en práctica uno de esos métodos. Le di un golpe al hombre que me sostenía y este me soltó. Corrí, pero no logré llegar muy lejos, porque otro hombre del grupo de matones cogió mi cabellera castaña, jalándome de regreso atrás y tirándome al suelo.
Una patada fue a dar a mis costillas, sacando todo el aire de mis pulmones y provocando que cayera de rodillas al suelo y me arqueara, apretándome el abdomen con las manos, para soportar el dolor. Unas manos se enterraron en mi cabello y lo jalaron con fuerza, obligándome a alzar la cabeza, y luego el cañón de un rifle se posó en mi frente.
—No la mates —le ordenó el otro hombre, el que parecía estar a cargo del grupo, porque este rápidamente obedeció—. A ella la llevaremos con el jefe y estoy seguro de que él se la enviará en pedazos a ese hijo de perra de Lacroix, para enseñarle que con la Cosa Nostra nadie se mete, sin pagar un alto precio de sangre.