LIA
Después de otra hora de charla, todos se dispersan para vestirse para la cena, y encuentro a un m*****o del personal que me muestra nuestra cabaña. El sendero serpentea por los terrenos, hasta un lugar privado junto a un arroyo balbuceante, seria romántico, si el hombre con el que compartiría no fuera un monstruo de sangre fría.
Abro la puerta, preparándome para relajarme antes de la cena, pero cuando entro, Nero esta allí.
Sin camisa, su pecho desnudo se flexiona mientras hurga en una de las maletas que empaqué.
—¿Qué haces aquí? — pregunto de golpe, sorprendida por verlo y la proximidad, los dos solos en la cabaña.
—¿Tu qué crees, princesa? — Nero abotona una camisa blanca y luego se quita los jeans. Me doy la vuelta, examinando la habitación mientras él se viste para la cena.
Es una suite de lujo, decorada con el mismo estilo rústico que la cabaña principal, con un par de astas de ciervo colgando en la pared y una enorme cama con dosel en el centro de la habitación, dominando el espacio.
La única cama, me doy cuenta con el corazón encogido. Supuse que habría una sala, o algún tipo de sofá en el que uno de nosotros podría dormir, pero no hay alternativa. No hay escapatoria.
Trago saliva, —¿Qué vamos a hacer con los arreglos para dormir? — pregunto. Nero está subiendo la cremallera de los pantalones de vestir, así que es seguro regresar. Tan seguro como estaré, mirándolo.
—¿Qué pasa con ellos? — pregunta,
Intento no sonrojarme. —Solo hay una cama—
Nero sonríe. —No te estás volviendo tímida, ¿verdad? Lo he visto todo, cariño… ¿Recuerdas? —
Vívidamente.
No puedo evitar estremecerme al recordar su cuerpo empujando contra el mío. Sus manos, sujetándome. Su boca, llevándome al cielo y de vuelta.
Mis mejillas arden aún más, y por la diversión presumida en el rostro de Nero, él puede decir exactamente lo que estoy pensando. Camina hacia mí, y cada nervio de mi cuerpo se congela anticipando su toque mientras alcanza pasando por delante de mí. Hacia la bolsa de ropa que cuelga junto a la puerta.
—No te preocupes— añade, Nero, con la voz fría como el hielo. —No revivo los errores del pasado. Ya he pasado por eso. O mejor dicho no los repito—
Nero se pone un esmoquin y siento una oleada de humillación. —Te estás vistiendo demasiado— espeto, sintiendo un placer perverso al menospreciarlo a cambio de esa afirmación. —Nadie usará un traje para cenar. Llamarás la atención como un pulgar dolorido— Aunque pesándolo bien, me hubiera quedado callada y dejarlo hacer el ridículo en la cena cuando viera que nadie viste tan formal. Pero eso solo lograría ponerlo de mal humor.
Saco un atuendo más informal del armario, que el personal ya ha desempacado. —Jeans, camisa informal abotonada, un suéter de cachemira— le indico. —Zapatillas deportivas también. Adiviné tus tallas—
Me fulmina con la mirada, pero comienza a quitarse el traje. No estoy en condiciones de soportar otra exhibición de su cuerpo desnudo, así que tomo mi propio atuendo para la cena y me dirijo al baño a cambiarme.
Se mueve para bloquear mi camino.
—Llegaremos tarde— protesto, con pánico estallando por su cercanía. Pánico o algo más peligroso. Deseo.
Pero Nero no se mueve. —Me estoy cansando de tu actitud, princesa, actuando como si estuvieras muy por encima de mi— Se inclina más cerca, su aliento caliente en mi mejilla. —Deberías recordar que es gracias a mi generosidad que todavía respiras. Que tu hermano todavía está caminando por ahí. Vivo—
Trago saliva con fuerza, mi corazón se acelera.
—Dijiste que podrías serme útil— continúa, con los ojos negros y fríos. —Así que no lo olvides, tienes que ganarte el sustento. Y ya sea que lo hagas en la cena o de otras maneras…Bueno, eso depende de ti—
Pasa la yema de un dedo por mi mejilla y me estremezco, atrapada en la intensidad de su mirada.
Otras maneras…
Solo puedo adivinar de que está hablando. Su dedo baja más abajo, por mi cuello y sobre mi clavícula, y no puedo evitar temblar de nuevo. Deseándolo.
Me aparto bruscamente, odiándome por la respuesta de mi cuerpo. —No te pediría que degradaras— le espeto, rodeándolo. —Después de todo, tú mismo lo dijiste: es hora de que ambos aprendamos de nuestros errores. Porque amarte fue el mayor error que he cometido—
Me dirijo al baño y cierro la puerta de un portazo, pero no antes de ver la ira en el rostro de Nero. Ira, y algo parecido al dolor. Pero eso es imposible. Un hombre como él no es capaz de tener sentimientos. Y cuando más lo recuerde, más segura estaré.
***
La cena pasa volando, Ian y Fiorella están sentados en el otro extremo de la mesa grande, por desgracia, así que conozco a más gente e intento recordar todos los nombres. Es una colección de financieros, políticos y personajes de la alta sociedad: los que mueven los hilos y que realmente dirigen la ciudad entre bastidores. Se supone que Nero y yo somos una pareja comprometida, y no pienso mucho en eso hasta que nos sentamos juntos a la mesa y el me rodea los hombros con un brazo, inclinándose para besarme en la mejilla.
Me tenso, aunque estoy en medio de una conversación con Violet. Entonces, Nero se acerca a mi oído y susurra.
—Las apariencias, princesa. Se supone que estamos enamorados—
Enamorados. Con el hombre que detesto hasta la medula.
Fuerzo una sonrisa y me acurruco más cerca de él, forzando una sonrisa enamorada. Adelante, dame un Oscar, porque esta es la actuación de mi vida, no agarrar el cuchillo de mantequilla y clavárselo en la mano cuando lentamente comienza a trazar un círculo en mi hombro desnudo.
La habitación se reduce a ese pequeño punto de contacto, su toque hipnótico. Excitándome.
El calor me recorre. Quiero apartarme, pero ya sé que no puedo. Así que solo tengo que sentarme allí durante la cena, mi cuerpo ardiendo lentamente en llamas mientras el me acaricia con indiferencia. Cada centímetro del atento promedio.
—¿Mas vino, cariño? — pregunta, apartándome el pelo de los ojos.
—No gracias— respondo, —Ya sabes como soy—
—Claro que si— Nero se rie entre dientes, perfectamente a gusto, y esa vena obstinada en mi cobra vida.
—Toma, prueba estas fresas— le susurro, mientras se sirve el postre. —Están muy maduras—
Tomo una fresa perfecta y se la llevó a los labios, dándosela a comer. Me lanza una mirada de advertencia, pero la ignoro. No soy la única que debería sufrir por esta artimaña.
—Siempre te gustaron las cosas dulces— murmuro, mientras empujo la fresa lentamente a través de sus labios, mis dedos rozando su boca. Su mirada se oscurece, brillando de furia, y apretada contra él, siento todo su cuerpo tenso como el acero.
—¿Ves? — ronroneo. —Delicioso— me recuesto lamiendo el jugo de mis dedos. Sin apartar la mirada. El aire entre nosotros prácticamente crepita por la tensión, pero me niego a dar marcha atrás y apartar la mirada primero. ¿Quería demostraciones públicas de afecto? Le daré las malditas muestras públicas de afecto,
—¡Vaya! — se oye una risa incómoda, y ambos arrastramos la mirada para ver a la gente mirando.
—¡Adivina quién está en la fase de luna de miel! —
—¿Puedes culparme? — dice Nero, relajándose, todo sonrisas de nuevo. —Quiero decir, mírala—
Tengo que sonreír tontamente, incluso mientras la lujuria y la rabia se arremolinan en un coctel tóxico en mi pecho. Para cuando terminamos de comer, estoy agotada de mantenerlas a raya. Me las arreglo para darle un educado “buenas noches” y sigo a Nero sin decir palabra de vuelta a nuestra cabaña.
En el momento en que la puerta se cierra detrás de nosotros, su actuación desaparece.
—Mierda— maldice, pasándose una mano por el pelo. —Todo este evento es una mierda. Toda esta maldita charla intrascendente, y apenas he dicho dos palabras con McComark. Tú dijiste que esta sería mi oportunidad de acercarme— añade acusadoramente.
—Llevamos aquí solo unas horas— digo, exhausta, sentada en el borde de la cama y quitándome los tacones. Me froto las puntas de los pies doloridos, demasiado tensos para su actitud.
—No se forja una conexión en un solo día. Necesitas conocer a la gente con el tiempo para generar confianza. Se necesita paciencia. Algo de lo que claramente careces—
—Oh, puedo ser paciente— Nero suelta una risa cruel. —He estado esperando años para que esto suceda—
—Entonces, ¿Qué son unos días más? — respondo. —No puedes culpar a McComark por ser cauteloso. Todo lo que conoce es el apellido Morelli. Necesitas hacerle creer que eres más que eso. Como si te conociera.
—¿De la misma forma en que me hiciste creer que te conocía? —
Levanto la vista. Nero me observa con partes iguales de odio y deseo en sus ojos. Los mismos sentimientos que luchan dentro de mi tambien.
—Me conocías— respondo con amargura. —Me conocías mejor que nadie—
—No mientas— gruñe Nero. —No hay nadie aquí que crea tu inocencia—
Lo miró fijamente, furiosa. De repente, nuestro pasado no está muerto ni enterrado, está lleno de vida, aquí mismo, en los confines de la cabaña. Peligroso. Caliente. Se siente como si tuviera dieciséis años de nuevo, anhelándolo con una intensidad que nunca antes había conocido, a pesar de mi odio ardiente. O debido al él.
Mi cuerpo se tensa. Dios, ¿Qué se sentirá tenerlo de nuevo? ¿Rascarme la picazón que me ha estado atormentando desde la noche en que me fui? La posibilidad me deja sin aliento.
No. Mierda. No puedes.
Me contengo a tiempo y me tambaleo.
—Voy… a tomar un poco de aire— digo de golpe, antes de darme la vuelta y huir de la cabaña. Dejando a Nero allí, maldiciendo mi nombre.