Capitulo 17

1302 Words
—¡Ay, deja de mirarme así! —rió, limpiándose las manos en el delantal—. Ve a cambiarte, Lucien. Te dejé un esmoquin listo en la habitación. Los invitados llegarán en cualquier momento. “Como desees”, respondí con un suspiro. “¡Deborah!” gritó mi madre al notar que mi hermana menor había aparecido de repente detrás de ella. Deborah, recién cumplida quince años, era la viva imagen de mi madre: el mismo cabello castaño claro, los mismos ojos verdes vivaces y la misma chispa rebelde brillando en su mirada. —¡Hermano, por fin puedo verte este mes! —exclamó, cruzándose de brazos—. Ya casi no vienes a casa. Le sonreí levemente. Deborah siempre lograba suavizar mi fachada seria. —No exageres, Deborah. He estado muy ocupada. "Estoy ocupada siendo una gruñona en la academia", respondió ella con un puchero burlón. No pude evitar soltar una risita. Mi hermana siempre encontraba la manera de romper la armadura que tanto me esforzaba por mantener frente a los demás. —Ve a cambiarte, Deborah —dijo mi madre con firmeza—. Dejé un vestido precioso en tu habitación. —¡No quiero ponerme ese vestido! —protestó mi hermana con un gesto de fastidio—. Parezco un pájaro tropical con esos colores. “Deborah…” advirtió mi madre en ese tono que nadie se atrevía a desafiar. —¡Está bien, está bien! —Deborah levantó las manos en señal de rendición, pero puso los ojos en blanco dramáticamente mientras se giraba hacia mí. Empecé a subir la escalera central, con el eco de mis botas en cada escalón de mármol. Deborah corría detrás de mí, intentando seguir mi ritmo con pasos ligeros. —Debe ser una ocasión muy especial para que mamá te obligue a usar un esmoquin —dijo juguetonamente—. Al menos no parecerás un pájaro tropical. Sonreí y la miré por encima del hombro. —Bueno, al menos no me veré tan ridícula como tú con ese vestido. Déborah jadeó fingiendo estar ofendida, pero su expresión se suavizó rápidamente y dejó escapar una risita. “¡Eres un bruto!” respondió ella con una voz llena de cariño. Había algo en su energía que siempre lograba tranquilizarme. Con ella, no tenía que ser el alfa perfecto, el heredero perfecto ni el líder frío y calculador. Podía ser simplemente su hermano mayor: el chico que la cuidó de pequeña y le construyó una casa del árbol detrás de la mansión. Recordé aquellos días en que pasábamos horas en esa casa de madera improvisada, explorando los jardines como si fueran selvas inexploradas, luchando con palos como espadas, pretendiendo ser héroes de cuentos de hadas y explorando el bosque. —Oye, Lucien... —dijo en voz más baja al llegar al segundo piso—. ¿Está todo bien? Pareces... diferente. La miré por un momento, sorprendido por su perspicacia. —Sí, Debbie. Todo bien. Solo que... tengo muchas cosas en la cabeza. Ella frunció el ceño ligeramente, claramente insatisfecha con mi respuesta, pero no insistió más. —Bueno, vaya a ponerse la armadura, señor Reinhardt —dijo con una sonrisa burlona antes de darse la vuelta y correr a su habitación. Me quedé en el pasillo unos segundos, mirando fijamente la puerta por la que ella había desaparecido. A veces, el peso de mi apellido se volvía insoportable. La responsabilidad, las expectativas, la presión constante por ser el hijo perfecto de Aldric Reinhardt... todo se sentía como una jaula de oro. Respiré hondo y abrí la puerta de mi habitación. El esmoquin n***o estaba perfectamente tendido sobre mi cama. «Vamos, Lucien», me dije, cerrando la puerta. «Es hora de interpretar el papel que esperan de ti». Veinte minutos después de cambiarme, bajé la escalera central de la mansión. El esmoquin n***o que llevaba era impecable y se ajustaba perfectamente a mi figura. Cada paso resonaba contra el mármol pulido, y el suave murmullo de las conversaciones del salón contiguo llegaba a mis oídos. El gran salón estaba iluminado por una enorme lámpara de araña, que proyectaba destellos dorados sobre las paredes adornadas con pinturas antiguas y retratos familiares. A un lado, la gran chimenea de piedra ardía suavemente, bañando la habitación con una cálida luz. Mi padre, Aldric Reinhardt, estaba de pie junto a una de las ventanas que daban al jardín trasero. Vestía un traje n***o a medida con una corbata plateada que combinaba con su cabello gris oscuro, peinado hacia atrás a la perfección. Sostenía una copa de vino en una mano, sus dedos largos y fuertes la rodeaban con una firmeza casi amenazante. Su postura era perfecta, erguida y dominante, y cada línea de su rostro parecía tallada en piedra. Sus ojos gris tormenta transmitían una intensidad que hacía que cualquiera bajara la cabeza al mirarlos. Un tenue rastro de barba perfilaba su fuerte mandíbula, y su expresión oscilaba precariamente entre la serenidad y la severidad. Cuando di otro paso hacia el pasillo, sus ojos se clavaron en los míos y el aire pareció quedarse quieto por un momento. —Lucien —dijo; su voz profunda y autoritaria llevaba el peso de años de autoridad. —Padre —respondí con un ligero asentimiento mientras me acercaba a él. Me detuve a unos pasos de él, sintiendo el borde invisible de su mirada escrutando cada uno de mis movimientos. El esmoquin te sienta bien. Al menos esta vez, pareces un auténtico heredero. Asentí sin responder. Los cumplidos de mi padre siempre tenían un matiz crítico, como si esperara el momento en que cometiera un desliz para señalármelo. —Supongo que te estarás preguntando cuál es el propósito de esta cena —dijo después de un breve silencio, llevándose la copa de vino a los labios y tomando un sorbo. “Me lo puedo imaginar.” Dejó el vaso en una mesa cercana y caminó lentamente hacia mí. Su mirada no se apartó de la mía, y su presencia era tan abrumadora que mis instintos casi me impulsaron a bajar la cabeza. Lucien, esta noche no es una cena cualquiera. Esta noche es la celebración de tu compromiso con Nicole Fanning, la hija de Alpha Hendricson Fanning del Norte. Un escalofrío me recorrió la espalda. Apreté la mandíbula instintivamente, pero mantuve una expresión neutra. “¿Compromiso?”, repetí con voz firme pero contenida. —Sí —respondió sin dudar—. Esta unión no es solo un acuerdo entre familias; es una alianza estratégica. Ya no vivimos en tiempos en que la luna elegía a nuestras parejas destinadas, donde los lazos inquebrantables eran el único camino para fortalecer una manada. Se giró ligeramente hacia la ventana, con la mirada fija en la oscuridad exterior. Ahora bien, la clase social, el poder y la influencia son lo que mantiene a una manada en la cima. Las parejas predestinadas son un mito romántico que no tiene cabida en el mundo real. Su voz era fría, casi desprovista de emoción, como si estuviera afirmando un hecho irrefutable. El hijo de un rey no puede casarse con una criada ni con una cocinera, Lucien. No cuando el futuro de nuestra manada está en juego. Asentí lentamente, mientras mis pensamientos daban vueltas como un torbellino en mi cabeza. Me habían educado para aceptar esto, para comprender que mi vida no me pertenecía del todo. Pero oírlo en voz alta, dicho con tanta frialdad, hizo que algo dentro de mí se rebelara. —Lo entiendo, padre —respondí finalmente, con mi voz apenas un susurro. El timbre rompió el tenso silencio que nos rodeaba. Ambos giramos la cabeza hacia la entrada principal, donde el mayordomo abrió las puertas con perfecta reverencia. “Alpha Hendricson Fanning y su familia han llegado”, anunció ceremoniosamente.
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