Alfa Fanning entró en la sala con una presencia tan imponente que el aire pareció hacerse más pesado. Su figura era imponente, de hombros anchos y postura rígida. Vestía un traje oscuro, tan elegante como el de mi padre, y sus fríos ojos azules escudriñaban la sala como un halcón al acecho de su presa.
Detrás de él, su esposa caminaba con gracia. Era una mujer alta y elegante, con el cabello dorado recogido en un moño perfecto y un vestido azul rey que realzaba su porte majestuoso.
A su lado, dos chicas caminaban con paso delicado. La primera, Nicole, me llamó la atención de inmediato.
Era hermosa. No de una forma común, sino de una manera que parecía casi irreal. Sus ojos azules eran tan claros como un cielo sin nubes, su cabello dorado caía en suaves ondas sobre sus hombros, y su piel pálida parecía porcelana fina. Era el sueño de cualquier Alfa: elegancia, belleza y un porte que no dejaba lugar a dudas.
A su lado, su hermana menor caminaba con un aire más reservado, la mirada ligeramente baja como si intentara hacerse invisible.
—Lucien, déjame presentarte a Nicole Fanning —dijo mi padre, haciendo un gesto hacia ella.
Nicole inclinó la cabeza levemente con una sonrisa delicada, sus ojos se clavaron en los míos con una confianza rara vez vista en chicas de su edad.
“Es un honor conocerte, Lucien”, dijo con voz suave pero firme.
Asentí en respuesta, mis palabras salieron de mi boca automáticamente, entrenadas durante años para momentos como este.
“El honor es mío, Nicole.”
El silencio que siguió fue roto por mi madre, que apareció desde el comedor con una cálida sonrisa.
—¡Por favor, vamos al comedor! La cena está servida.
Mi padre les indicó a la familia Fanning que lo siguieran. Nicole caminaba delante de mí; su aroma floral y dulce flotaba en el aire mientras sus pasos resonaban suavemente contra el suelo de mármol.
Mi mente estaba atrapada en las palabras de mi padre, en la fría realidad de mi compromiso y en los ojos azules de Nicole que, aunque hermosos, no podían borrar la sensación de vacío que crecía en mi pecho.
El comedor principal de la Mansión Reinhardt era una obra maestra en sí mismo. Las paredes estaban adornadas con tapices antiguos y retratos de mis antepasados, todos con miradas severas que parecían seguirte adondequiera que fueras. Una enorme mesa de caoba ocupaba el centro de la sala, con una lámpara de araña dorada que iluminaba platos de porcelana fina y cubiertos perfectamente alineados.
Mi padre, Aldric Reinhardt, presidía la mesa con su imponente presencia. Frente a él, Alpha Hendricson Fanning proyectaba una autoridad similar. Mi madre y la esposa de Hendricson , Lady Evelynn Fanning, intercambiaron comentarios corteses mientras supervisaban los primeros platos.
Nicole se sentó a mi derecha, con una elegancia que parecía innata. Su hermana menor, Isabelle, estaba sentada al fondo de la mesa, mirando fijamente su plato como si quisiera desaparecer en él.
La conversación empezó de forma informal: elogios a los platos preparados por los chefs, comentarios sobre la arquitectura de la mansión y algunas anécdotas entre mi padre y Hendricson sobre reuniones pasadas. Pero, como era de esperar, la conversación pronto derivó hacia temas más serios.
—La situación con los vampiros se está descontrolando —dijo mi padre con firmeza, dejando su copa de vino sobre la mesa—. Han invadido tierras que no les pertenecen, expandiendo sus territorios más allá de las fronteras acordadas.
—Es cierto —coincidió Hendricson , cruzando sus robustos brazos—. En el norte, hemos tenido que reforzar las fronteras. Los clanes de vampiros no están respetando los acuerdos. Peor aún, sus movimientos están empezando a llamar la atención de la humanidad.
El aire en la habitación parecía volverse más denso. La sola mención de humanos siempre proyecta una sombra de preocupación.
—Los humanos nunca deben descubrirnos —añadió mi madre con la voz llena de preocupación—. Si descubren nuestra existencia, no solo los vampiros estarán en peligro, sino también nosotros.
“El problema es que los vampiros son mucho más caóticos que nosotros”, continuó Hendricson . “Se alimentan sin control, no siguen un liderazgo claro. Y cuando los descubren, no dudan en aniquilar aldeas enteras para borrar su rastro”.
Nicole giró su cabeza suavemente hacia mí, sus ojos azules fijos en los míos mientras inclinaba su cabeza con curiosidad.
—Lucien, ¿qué opinas de todo esto? —preguntó con voz suave pero clara.
Dejé mi cuchillo en el plato y me recliné ligeramente en mi silla, reflexionando por un momento antes de responder.
—Nunca he visto un vampiro en persona —respondí finalmente—. Pero tengo una idea bastante clara de lo que son. Criaturas nocturnas que dependen de la sangre para sobrevivir, depredadores naturales con instintos que rara vez logran controlar.
Nicole asintió pero no habló, esperando que continuara.
—Lo que realmente me preocupa —continué con voz más firme— no es su necesidad de alimentarse ni su naturaleza depredadora. Es su falta de unidad. Los licántropos, a pesar de nuestras disputas internas y jerarquías, sabemos cuándo unirnos para proteger lo que nos pertenece. Los vampiros no. Sus clanes están divididos, sus líderes cambian con demasiada frecuencia y sus alianzas son tan frágiles como el cristal.
"Y eso los hace peligrosos", intervino Hendricson con tono de aprobación. "No tienen el mismo sentido de comunidad que nosotros".
Nicole inclinó la cabeza y sus labios se curvaron ligeramente en una sonrisa pensativa.
—Pero si los vampiros se unieran... —murmuró—. Si un líder lo suficientemente fuerte lograra controlarlos, ¿no se convertirían en un enemigo invencible?
La mesa se quedó en silencio por unos segundos. La posibilidad que Nicole había planteado era aterradora.
—Sería una guerra que ninguno de nosotros podría ganar —dije finalmente, en voz baja pero firme—. Porque aunque los vampiros carecen de unidad, su poder supera al nuestro en muchos aspectos. Su velocidad, su capacidad para ocultarse en las sombras, su longevidad... son ventajas que jamás podremos igualar.
Alpha Fanning asintió lentamente, sus ojos azules fijos en su copa de vino.
—Por eso debemos controlar esta situación antes de que se agrave —dijo con gravedad—. Todo alfa debe asegurarse de que los vampiros no crucen sus fronteras.
“Y si lo hacen, debemos eliminarlos sin dudarlo”, añadió mi padre con frialdad escalofriante.
El silencio volvió a la mesa. Por un instante, solo el suave tintineo de los cubiertos contra los platos llenó el aire.
—No todo es guerra —dijo mi madre con una sonrisa amable, intentando alegrar el ambiente—. Al fin y al cabo, esta noche es una celebración.
Nicole volvió su atención hacia mí. Sus ojos brillaban con curiosidad, como si intentara leer algo más allá de mis palabras.
—¿Te gustaría ver un vampiro algún día, Lucien? —preguntó de repente.
La pregunta me tomó por sorpresa.
—No sé si «ver uno» sea el término correcto —respondí, entrecerrando los ojos—. Pero si alguna vez me enfrento a uno, espero que sea bajo mis condiciones.
Nicole dejó escapar una leve risa y bajó la mirada hacia su plato.
“Eso suena exactamente como algo que diría un alfa”.
Una leve sonrisa apareció en mis labios, pero se desvaneció rápidamente.