Lucien también estaba allí, tumbado en la cama, jugando tranquilamente con una pelota de béisbol. Su mirada, como siempre, era intensa y calculadora.
—¿Qué haces aquí? ¿No deberías estar en clase? —pregunté irritado.
"Los miembros del circuito de lucha tienen un período libre", respondió Cassian con aire de suficiencia.
—Genial —murmuré irritado, sacando mi maleta para cambiarme los pantalones.
—Buena pelea la de hoy —dijo Lucien de repente, sin burla ni malicia en su voz.
Me quedé paralizada un segundo, mirándolo sorprendida. No sabía si hablaba en serio o si había un doble sentido oculto en sus palabras. Quería acusarlo de hacerme caer, pero la verdad era que ni siquiera sabía si era culpa suya o mía. Al final, asentí levemente, aceptando su cumplido.
Mientras buscaba un nuevo par de pantalones en mi maleta, una de mis zapatillas cayó al suelo y de ella se deslizó algo pequeño y rectangular: una caja de tampones.
El silencio en la habitación fue inmediato. Cassian fue el primero en agacharse y recogerlo, sosteniéndolo entre los dedos como si fuera una granada activa.
“¿Qué haces con los tampones?”, preguntó con una mezcla de confusión y burla en su rostro.
—Yo... bueno... —empecé a tartamudear, sintiendo que me ardía la cara. Las palabras me salieron torpemente—. ¡Las uso para detener las hemorragias nasales! Sí, eso. A veces... me sangra mucho la nariz.
Axel dejó escapar un grito ahogado, agitando las manos dramáticamente y haciendo una expresión de puro disgusto.
—¡Oh, no, qué asco! —exclamó Axel, retrocediendo como si la caja fuera contagiosa.
"Eres demasiado raro, Aleron", añadió Cassian, mirándome con una mezcla de diversión y desconcierto antes de dejar caer la caja sobre mi cama.
Lucien, por otro lado, solo frunció el ceño levemente, como si intentara procesar lo que acababa de ver. Sin decir una palabra más, los tres salieron de la habitación, dejando tras sí un rastro de risas ahogadas.
Una vez que la puerta se cerró detrás de ellos, me dejé caer en mi cama y enterré mi cara en las sábanas.
—¡No vengan a pedirme tampones cuando les sangre la nariz, idiotas! —grité, aunque ya no estaban allí para oírme.
—Eso fue... humillante —comentó Luna con su característico tono de burla apenas contenida.
—¡Cállate, Luna! No me estás ayudando en nada.
Me quedé allí tumbado, sintiéndome el más raro de la escuela. ¿Podría empeorar este día?
¿Podría empeorar? Claro que sí.
Cuando llegué a la oficina del director, Jombo y yo irrumpimos furiosos... o mejor dicho, en la oficina de la directora. Para mi sorpresa, no era un hombre viejo y gruñón, sino una mujer con aspecto intelectual. Tenía el pelo rubio perfectamente peinado, un atuendo impecable de oficina y unas gafas que le daban un aire severo.
"Siéntate", ordenó con firmeza mientras se ajustaba las gafas.
Nos sentamos en las sillas frente a su escritorio, y mientras nos observaba con atención, una gota de sudor frío me resbaló por el cuello. De repente, algo hizo clic en mi mente. ¡La conozco! La había visto un par de veces por la ventana de mi casa... con mi hermano Samuel.
¡Rayos! —pensé con los ojos abiertos—. Es su novia... o al menos se acuesta con ella.
La directora se levantó con gracia y se acercó a un archivador metálico a un lado de la oficina. Sacó un expediente tan grueso como una Biblia y lo dejó caer sobre el escritorio.
—Señor Colmillo Plateado —dijo con seriedad mientras abría el expediente—, esta es una academia prestigiosa, y todos los malos hábitos que trajo de su escuela anterior no tienen cabida aquí.
"¿Mis hábitos?" murmuré incrédulo.
Comenzó a enumerar los “logros” registrados en ese archivo.
Peleas clandestinas, insubordinación al profesorado, acoso escolar, robo de propiedad privada…
¿Robo? ¡¿En serio, Samuel?! Cada nueva acusación era como un puñetazo en el estómago. Mi hermano, ese idiota, había puesto mi nombre en su antiguo expediente escolar. Ahora, cada cosa mala que hacía era mi cruz.
—Como esta es su primera infracción en esta academia —continuó la directora con gravedad—, solo recibirá una reprimenda. Sin embargo, le advierto, Sr. Colmillo Plateado , que a la tercera su expulsión será definitiva. ¿Me he explicado bien?
—Sí, señora… quiero decir, directora —respondí, bajando la cabeza con resignación.
Con el rabillo del ojo, vi a Jombo mirándome con los ojos muy abiertos, claramente impresionado por la larga lista de crímenes que, en teoría, había cometido. Bueno, al menos algo bueno salió de esto: no creo que vuelva a meterse conmigo.
"Y tú, Jombo ", dijo, volviendo su atención al gigante, "esta es tu segunda infracción. Sabes muy bien que no tienes permitido pelear con otros estudiantes".
—¡Pero, directora, él empezó! —protestó Jombo , señalándome con un dedo enorme.
"Eso no importa", respondió con firmeza. "Lo terminaste, ¿verdad? Podrías haberlo evitado, pero no lo hiciste".
Jombo cerró la boca inmediatamente y bajó la mirada, claramente derrotado.
"Como castigo", continuó la directora, "ambos tendrán que ganar puntos extracurriculares. Por lo tanto, se les pedirá que se unan a uno de los clubes de la academia".
"¡¿Un club?!" exclamé horrorizado.
"¿Hay algún problema, señor Colmillo Plateado ?" preguntó ella, levantando una ceja.
"N-No, señora... directora."
"Eso es todo. Puedes retirarte."
Nos levantamos de nuestras sillas y salimos de la oficina en silencio. Jombo caminaba con los hombros encorvados, mientras yo sentía una mezcla de humillación, frustración y unas ganas imperiosas de gritarle a Samuel por haberme metido en este lío.
"Esto fue un desastre monumental", comentó Luna con sarcasmo. "¡Un club! ¡Qué ganas de ver esto!"
—¡Cállate, Luna! —murmuré apretando los dientes mientras caminaba por el pasillo.
¿Un club? Perfecto. ¿Qué más podría salir mal?
El aula se llenó de murmullos y el sonido de sillas raspando contra el suelo. Era la última hora del día, y Aleya sintió un alivio casi divino al saber que no tendría que lidiar con el trío de idiotas que la atormentaban a diario. Sin embargo, ese alivio duró poco cuando la profesora, con su característico tono autoritario, anunció:
Hoy tendremos una clase especial. Alumnos de la Academia Luna se unirán a nosotros durante este periodo. Es una clase mixta, así que compórtense apropiadamente.
Aleya sintió un escalofrío en la espalda. El nombre de la academia resonaba en su mente como un tambor de guerra. Silvy estaba allí. No podía estar segura, pero el riesgo era demasiado alto. Intentó concentrarse en la pizarra, en los libros abiertos frente a ella, en cualquier cosa menos en los pensamientos que la ahogaban.
La puerta del aula se abrió y entraron una docena de chicas. Eran elegantes, seguras de sí mismas y tenían ese aire de superioridad típico de las lobas alfa. Pero entre ellas, apareció una figura familiar, como un rayo en medio de la noche.
Silvy.
Su amiga de la infancia. Su compañera de aventuras. La persona que podía arruinarlo todo con una sola palabra.