Aleya sintió que el pánico le oprimía el pecho. ¿Y si Silvy la reconocía? ¿Y si su voz chillona revelaba su secreto delante de todos? Con las manos sudorosas, levantó la mano.
—¿Sí, Aleron? —preguntó el profesor con impaciencia.
“¿Puedo ir al baño?” Su voz salió entrecortada, apenas un susurro.
La maestra asintió brevemente. Aleya salió apresuradamente, sintiendo la mirada de Silvy siguiéndola hasta la puerta.
El pasillo estaba casi vacío. Aleya respiraba con dificultad, intentando calmarse. No podía perder el control. De repente, al doblar una esquina a toda prisa, chocó con alguien.
“¡Ay, cuidado!” exclamó una voz suave y femenina.
Frente a ella, una chica estaba agachada, recogiendo varios documentos que se habían caído al suelo. Era hermosa: piel suave y clara, ojos de un azul intenso y un cabello perfectamente peinado en una coleta baja. Pero lo que más llamó la atención de Aleya fueron sus zapatos: unos mocasines caqui que parecían de edición limitada.
—Lo... lo siento —balbuceó Aleya, ayudándola a recoger los papeles—. Tus zapatos... son impresionantes.
La niña levantó la vista, sorprendida. Luego sonrió dulcemente.
“¡Vaya! Es raro que un chico se fije en mis zapatos”.
Aleya improvisó rápidamente.
Es que... a mi hermana le encantan. Serían un regalo genial para ella.
—¡Qué tierno! —respondió la niña, con los ojos iluminados de entusiasmo—. Pocos chicos son tan considerados.
Aleya asintió, sonriendo nerviosa. Los nervios la estaban matando. Sin embargo, no pudo evitar notar lo perfecta que era la piel de la chica. ¿Cómo lograba tener una piel tan suave e impecable?
—Debería… debería irme —dijo finalmente Aleya, sintiendo que había hablado demasiado.
—¡Claro! Nos vemos, chico considerado —respondió la chica con una sonrisa antes de alejarse por el pasillo.
Aleya continuó su camino hacia el baño, donde cerró la puerta de golpe. Apoyó ambas manos en el lavabo y se miró fijamente en el espejo. Su fachada empezaba a resquebrajarse.
Sacó el pequeño frasco de sus supresores, los tomó rápidamente y luego sacó un spray de feromonas masculinas, rociándose a toda prisa. El olor era fuerte, pero efectivo. Nadie sospecharía nada.
Cuando salió, con el corazón aún latiéndole con fuerza, sintió una presencia familiar.
Silvy estaba allí, de pie frente a ella.
Aleya intentó pasar junto a ella, pero Silvy levantó una mano.
"Espera...", dijo con tono vacilante. "¿Quién eres?"
El corazón de Aleya casi se detuvo.
El pasillo estaba casi vacío, con el eco de pasos lejanos resonando en las paredes. Silvy estaba frente a Aleya, mirándola con ojos muy abiertos y curiosos.
—Lo siento —dijo Silvy frunciendo ligeramente el ceño—, pero… me recuerdas a alguien.
No. No. No. Esto no puede estar pasando.
—Soy… Aleron —respondió Aleya con voz firme pero con un ligero temblor.
Silvy ladeó la cabeza, observándola atentamente. Luego dio un paso adelante, invadiendo por completo el espacio personal de Aleya.
¿Aleron? Mmm... Qué raro. Tu voz, tu postura... hay algo en ti que me resulta familiar.
Aleya intentó retroceder, pero su espalda golpeó la pared. Quedó atrapada.
—No sé de qué estás hablando —dijo ella, apartando la mirada.
El silencio entre ellas era denso. Aleya podía oír el eco de su respiración agitada. Silvy seguía observándola con intensidad.
“¿De qué academia eres?” preguntó finalmente Silvy.
—Woolfgle —respondió Aleya inmediatamente.
Silvy levantó una ceja.
“Extraño… nunca te había visto antes.”
Aleya sintió una gota de sudor resbalarse por su sien. Esto no iba a terminar bien.
Pero entonces, algo cambió en Silvy. Su expresión se suavizó y dio un paso atrás.
Lo siento... No sé qué me pasa. Es que... me recordaste mucho a alguien muy especial.
Aleya sintió que podía respirar de nuevo. Sin embargo, en los ojos de Silvy aún había una chispa de duda.
—Debería volver a clases —murmuró Aleya, intentando sonar casual.
—Sí… sí, por supuesto —respondió Silvy, pero su mirada se detuvo en ella unos segundos más antes de darse la vuelta y caminar por el pasillo.
Cuando Silvy desapareció de la vista, Aleya dejó escapar un suspiro tembloroso. Había estado tan cerca.
Apoyó la frente contra la pared, sintiendo como si su fachada estuviera a punto de derrumbarse.
Silvy regresó a clase sin apartar la mirada de mí. Todo el periodo me resultó sofocante bajo su atenta mirada, y suspiré aliviado cuando por fin terminó. Salió primero del aula, y decidí buscar un club al que unirme.
El club de lucha, el club de lectura, el club de rastreo y el club de caza.
En el club de lectura, me encontré con los chicos beta del almuerzo: Josh, Tobias y Baltimore. Por desgracia, el club estaba lleno, así que no pude unirme ni conversar con ellos.
—Lo siento, Aleron —dijo Josh, ajustándose las gafas—. Hemos alcanzado el límite de miembros.
—Sí —añadió Tobias, encogiéndose de hombros—. Aquí son súper estrictos con el número de personas.
Baltimore, el más alto de los tres, asintió solemnemente. "Pero oye, si hay una plaza libre, te avisaremos".
“Gracias, chicos…” murmuré antes de alejarme.
Los clubes restantes también estaban abarrotados. En el club de caza, vi a Max, el delegado de la clase. Parecía tan listo, concentrado y seguro como siempre.
—¡Hola, Aleron! —me saludó Max con su habitual tono amable—. ¿Buscas un club?
“Sí, pero parece que todo está lleno”.
Max se cruzó de brazos e inclinó la cabeza pensativo. "¿Sabes? Hay un club con plazas disponibles... el club de la lucha".
Se me cayó el estómago.
—Eh… no, gracias. No es mi estilo.
—Mira, Aleron —dijo Max con seriedad—. Ya tuviste tu primera pelea, ¿verdad? La verdad es que con esos reflejos, te iría bastante bien ahí. Además, es el único sitio que queda.
Forcé una sonrisa. "Claro... porque nada dice 'bienvenido a la escuela' como que te den un puñetazo en la cara por diversión".
Max rió levemente y me dio una palmadita en el hombro. "No es para tanto. Piénsalo".
Pero no tuve que pensarlo; ya sabía que no quería estar allí. Luchar en una jaula para demostrar mi masculinidad me parecía estúpido, sobre todo porque... bueno, no tenía masculinidad que demostrar.
Al final, no tuve opción. La escuela era enorme, y solo los alfas más fuertes se apuntaban al club. Intenté convencer a los betas para que se unieran a mí, pero se negaron rotundamente.
"¡¿Estás loco?!", exclamó Josh. "¿Sabes lo caro que es el tratamiento de ortodoncia? ¡No voy a arriesgar mis brackets!"
—Sí —añadió Tobias—. Los libros no te golpean.
Baltimore simplemente negó con la cabeza. "No. Estás solo, Aleron".
Así que, sin otra opción, me dirigí al gimnasio. Mis pasos se sentían más pesados con cada esquina que doblaba. Pero justo cuando me acercaba a la entrada, una mano apareció de repente, me agarró del cuello y me arrastró hacia un rincón oscuro.
—¡¿Qué...?! —jadeé, con el pulso acelerado.
Cuando vi quién era, mi corazón se detuvo. Silvy.
Su rostro estaba a centímetros del mío, sus ojos penetrantes me perforaban con una mezcla de ira y traición.
"Mientes, perra loca", susurró entre dientes.
Me quedé paralizado. Ella lo sabía. Oh, Dios, ella lo sabía.
Sabía que tu cara me sonaba. Incluso con el pelo corto y ese olor raro, te reconocí. Eres Aleya.
—¡Shhh ! ¡ Cállate! —susurré, tapándole la boca con la mano y sacándola del pabellón antes de que nadie pudiera oírnos.
El corazón me latía con fuerza mientras la arrastraba a un lugar más apartado. Esto era terrible, terrible.