Aleya sintió que el pánico le oprimía el pecho. ¿Y si Silvy la reconocía? ¿Y si su voz chillona revelaba su secreto delante de todos? Con las manos sudorosas, levantó la mano. —¿Sí, Aleron? —preguntó el profesor con impaciencia. “¿Puedo ir al baño?” Su voz salió entrecortada, apenas un susurro. La maestra asintió brevemente. Aleya salió apresuradamente, sintiendo la mirada de Silvy siguiéndola hasta la puerta. El pasillo estaba casi vacío. Aleya respiraba con dificultad, intentando calmarse. No podía perder el control. De repente, al doblar una esquina a toda prisa, chocó con alguien. “¡Ay, cuidado!” exclamó una voz suave y femenina. Frente a ella, una chica estaba agachada, recogiendo varios documentos que se habían caído al suelo. Era hermosa: piel suave y clara, ojos de un azul in

