Miré a Magdalena, una mujer de la edad de mi madre que había sido mi niñera durante muchos años, cuidándome desde pequeña. Nunca había sido mentirosa, pero simplemente no podía creer lo que me estaba diciendo. No podía creer que mamá se fue del país, que ni siquiera me avisó, que se fue dejándome aquí. Luck se acercó también al escuchar lo que estaba diciendo, parecía sorprendido, lo que definitivamente lo hacía peor, porque eso significaba que Jasper no estaba enterado.
—¿Estás segura? —pregunté, parpadeando incrédula. — ¿Sabes a donde se fueron?
Ella lo pensó un segundo, antes de responder.
—No, su madre me mencionó algo de Europa, pero no me dijeron el país exacto, ni siquiera dejó que la ayudara a empacar, fue todo muy rápido —respondió. — Tampoco me dejaron ningún mensaje para usted, yo solo asumí que se reuniría con ellos más tarde.
Asentí, pero mis oídos estaban pitando. Luck se acercó a mí, inclusive su mirada era más suave, como si sintiera pena de mí.
—Tenemos que irnos —aseguró.
Miré alrededor, solo esperando a que mamá saliera de alguna habitación diciéndome que era una broma, pero ella nunca tuvo sentido del humor.
—Si sabe algo de ellos, ¿podrías avisarme? —pedí, porque necesitaba una explicación desesperadamente. Magdalena asintió con lastima. — Gracias.
Salí de casa, ni siquiera dándole otra mirada a mi piano. Luck me abrió la puerta del coche y esta vez se lo agradecí, porque cuando me subí, fue como si todo de repente me golpeara. Mis padres habían huido, se habían marchado del país dejándome metida en un problema demasiado grave del que ni siquiera era culpable. No les importó dejarme en las manos de un hombre que nos odiaba, solo por no tener que pagar las consecuencias de sus actos.
Solo pensar en eso me dieron nauseas. Parpadeé las lágrimas, pero no pude evitarlas y derramé algunas, apartándolas lo más rápido posible mientras miraba por la ventana, saliendo del barrio de ricos y millonarios en donde había vivido toda mi vida, donde pensé que tenía una familia, unos padres que me querían.
Ni siquiera intenté llamarlos de nuevo, porque sabía que no responderían, no estando en otro país, a quien sabe cuántos kilómetros de distancia. Mamá ni siquiera tuvo el valor de despedirse de mí, de decirme adiós. Sabía que lo estaba haciendo era terrible y probablemente ni siquiera quería, pero papá dominaba su vida, ella tenía que obedecerlo, así se tratara de darme la espalda.
—¿Regresamos al pent-house? —preguntó Luck, mirándome a través del retrovisor.
Aparté rápidamente una lagrima que cayó en ese momento y negué, avergonzada de que uno de los hombres de Jasper me viera llorar.
—Podemos ir algún bar —pregunté, porque la idea de volver a encerrarme en el pent-house sonaba terrible. — Necesito un trago.
Él lo pensó durante un segundo, antes de volver a mirarme, ignorando que estuviera llorando. —Puedo llevarla al sexy Night, si no, tendré que esperar indicaciones del señor Anderson.
—Llévame allí entonces —pedí, sabiendo que era más fácil que accediera a que estuviera en su discoteca.
El trayecto fue corto, apenas llegamos a la discoteca de Jasper, me bajé, dejando que Luck me llevara adentro. Aún no habían abierto, pero estaban los asistentes y las meseras limpiando y preparándose para la apertura, que sería dentro de poco. Ya la noche estaba cayendo y pronto el lugar iba a explotar con gente de todas partes que vendría a divertirse y a bailar.
Así que cuando me encontré con Blake, ignoré que este me frunció el ceño. Antes de que pudiera hablar, Luck lo hizo por mí.
—Quería beber un trago así que traje a la señorita Moore aquí —explicó, lo que tuvo que estar bien para Blake porque asintió en entendimiento.
Le di una sonrisa de saludo, pero mi semblante no era el mejor y eso se notaba. Cuando Luck por fin se fue, dejándonos solos, pude respirar tranquila nuevamente. No era que el hombre me cayera mal, pero sentía que cada movimiento que hacía estaba vigilado y era sumamente incomodo, ni siquiera había podido llorar bien por lo de mis padres.
—¿Vas a reunirte con Carrie hoy? —preguntó, seguramente extrañado de que estuviera aquí.
Negué.
—No, tuve un día difícil así que quise un trago —respondí, porque era la mejor explicación que encontraba al lio de mierda en el que mis padres me habían metido. — ¿No hay problema si me bebo uno o dos tragos de vino?
Blake sonrió, dejándome ver su bonita dentadura. Estaba muy bien vestido, ropa cara y reloj de cientos de dólares, se veía que no le iba nada mal administrando la discoteca, así que Carrie debía estar demasiado contenta con el hombre, nunca le gustaron los vagos sin futuro.
—Por supuesto que no —respondió de inmediato. — ¿Te parece si te pongo en la sala VIP? Hoy será una noche loca y van a ver cientos de personas alrededor, puedo darte una burbuja para que estés tranquila.
Asentí de inmediato.
—Eso es justo lo que busco —susurré, haciéndolo sonreír en entendimiento.
Me llevó de nuevo por el pasillo angosto, esta vez, no había ningún guardia de seguridad custodiando la entrada, pero tampoco había clientes alrededor. Entramos al área VIP y dejé que me guiara hacia una de las burbujas exclusivas. Me gustó de inmediato, quería un trago, pero también deseaba estar sola asi que este sitio era perfecto, alcohol ilimitado y privacidad.
Salió un segundo y cuando volvió, traía una cubeta con hielo y la misma botella de vino blanco que bebí cuando vine la última vez, hacía solo unos días. Parecía que había pasado meses desde entonces, porque había pasado por tanto en tan poco tiempo, mi vida cambió por completo. Y ahora estaba sola con muchas ganas de emborracharme. Me sirvió una copa y dejó la botella a mi lado, para que, cuando necesitara más, me sirviera yo misma, lo que le agradecí.
Antes de que se fuera, lo llamé por última vez. — ¿Jasper está aquí? —pregunté, un poco nerviosa si lo estaba, pero un poco decepcionada si no.
Él negó con la cabeza, sonriéndome como si supiera lo que estaba pasando entre nosotros. Aunque eso era imposible, ¿no? Jasper me había prohibido que hablara con nadie de eso, así que no creía que él se lo hubiese dicho a su administrador.
—No, pero debe llegar dentro de poco —respondió, guiñándome un ojo.
Cuando se fue, le di mi primer trago al vino. No encontré nada más estúpidamente delicioso que el dulce y picante sabor en mi lengua. Nunca fui una bebedora, realmente papá siempre me inculcó que las mujeres no debían emborracharse, pero él era un idiota y no podía seguir viviendo la vida a su manera, después de todo, terminó siendo un estafador y me abandonó.
No sabía qué iba hacer, tampoco tenía idea de lo que haría Jasper cuando se enterara de que mis padres habían huido. Yo era su garantía, se suponía que, si estaba en su poder, ellos se encargarían de pagarle todo lo que le debían. Ahora, no tenía idea de qué iba a pasar conmigo. ¿Me haría daño? ¿me asesinaría? No quería pensar que llegaría a tal extremo, son suerte, me obligaría a trabajar para él toda mi vida sin paga, y ni siquiera así lograría pagarle todo lo que le debemos.
Era injusto, podría decir que inhumano, que yo estuviera atrapada por culpa de sus errores. Y, sin embargo, mi padre tenía el descaro de irse y hacer como si nada, como si yo no estuviera dando la cara por sus errores. Todo en lo que había creído, simplemente se fue a pique. Porque a pesar de todo, pensé que tenía una familia, que mi padre era un empresario trabajador que había caído en banca rota por mala suerte, y que mamá no sería capaz de lastimarme nunca.
Y todo era mentira.
Poco a poco, me fui relajando, cuando el vino hizo su efecto. Derramé algunas pocas lagrimas más, pero me dije a mí misma que una mujer adulta, no la niña que esos pensaron que seguía siendo. La música subió de volumen y asumí que la gente ya estaba llegando, pero me mantuve adentro. Solo salí una vez hacer pis y vi a los guardias dispersos en diferentes áreas del lugar, solo uno se quedó en mi burbuja, acompañándome al baño y esperándome afuera.
Era preocupante la seguridad extrema en la que me tenía Jasper, debía estar asustado de que me escapara como mis padres.
Para mi cuarta copa, me sentí mucho más que relajada. Entonces, la puerta de la burbuja se abrió y Jasper entró, luciendo jodidamente sexy. Era caliente verlo, tan serio, tan sensual, la forma en la que miraba, como invitándote a que lo miraras. Era precioso con el cabello tan oscuro y los ojos marrones, del tipo de hombre que llamaba la atención siempre.
Mi corazón se aceleró solo de verlo, no sabía si era en nerviosismo, miedo o calentura.
Puso una tabla con queso, uvas y galletas saladas frente a mí.
—Come —ordenó, mirando la botella de vino a mi lado. — Necesitas llenarte el estómago si quieres seguir bebiendo.
Puse los ojos en blanco, porque sonaba como mi padre, pero él no servía para mucho tampoco. Sin embargo, no quería una discusión con él, no ahora.
—Sí, señor —murmuré sarcásticamente, tomando un poco de queso y metiéndomelo en la boca para masticarlo, casi con rabia.
Aunque sabía bien, estaba delicioso, así que tomé otro más, lo que relajó a Jasper un poco más relajado.
—Te ves más bonitas cuando eres obediente —murmuró Jasper, su cercanía era evidente, me ponía nerviosa.
—Y tú luces menos horrible cuando pides las cosas amablemente —murmuré de vuelta sonriendo, haciendo que sonriera también.
Me di cuenta de inmediato de algo, estábamos coqueteando. Jasper y yo, en medio de la discoteca y a pesar de mi ebriedad, estábamos coqueteando aun cuando ni siquiera sabía lo que tenía preparado para mí.
—Mis padres huyeron —murmuré, matando su sonrisa de inmediato. — Se fueron del país.
Él suspiró, asintiendo. Se veía más tranquilo de lo que había pensado que estaría, después de todo, las cosas no le salieron como quería. Confió en que mi padre me quería lo suficiente como para no huir, que se quedaría por mí, pero terminó sorprendiéndonos a los dos. Ni siquiera fue capaz de enviarme un mensaje, al menos para pedirme perdón por lo que había hecho.
No valía la pena que me sacrificara por él, pero no es como si Jasper pudiera dejarme ir, mucho menos ahora.
—Lo sé —respondió, apartando la mirada.
—¿Vas a matarme? —pregunté, parpadeando hacia él.
No respondió, en cambio, se levantó de su puesto. — Vámonos, ahora.
Me quedé en silencio y asentí, no sabía qué quería decir su silencio y estaba llena de pánico y miedo. Tomé mi bolso y me levanté, siguiéndolo afuera de las burbujas. Tomó mi mano y me llevó por el mismo pasillo donde habíamos salido la última vez que estuve aquí. Ahora no había guardias de seguridad, todos estaban concentrados en la parte delantera de la discoteca, donde los clientes pululaban.
Pasamos a través de un pasillo angosto, y antes de que pudiera siquiera parpadear, Jasper se detuvo. Me tomó de la cintura y me arrinconó a la pared. Aspiré una bocanada de aire cuando sentí su cuerpo pegado al mío, mientras él me miraba con intensidad.
Apartó un mechón de mi cabello que rodó hacia mi rostro y tomó mi mentón, haciendo que lo mirara a los ojos, demandante.
—A partir de ahora, estás a mi merced —susurró, y sentí que mi corazón saba golpes agitados en mi pecho. — Harás lo que te diga, me obedecerás en todo, tus padres se han ido así que tú tendrás que pagar por ellos. Solo no me hagas la vida difícil. Tú tienes algo que quiero y lo obtendré a toda costa, pagarás el precio de lo que tú padre me debe, así que res mía para hacer lo que quiera contigo.
Gracias al cielo, Jasper me tenía sujeta, porque todo mi cuerpo dejó de reaccionar. Escucharlo hablar así, decirme que ahora era suya para hacer lo que quisiera conmigo, era desgarrador. ¿Pensaba que era un objeto? Después de todo, mi padre y él me habían cambiado como si fuera uno, como si no tuviera más valor que el de ser un juguete que se pasaron entre ellos, una transacción.
La otra parte de mi cuerpo vibró con cada palabra, me sentía en llamas, acalorada, mirando al hombre frente a mí. Mis piernas estaban temblando cuando habló de nuevo.
—¿Lo has entendido? —preguntó de nuevo, su mirada me estaba obligando a responder.
Asentí, pero presionó sus labios y tuve que hablar.
—Sí —susurré, mi voz sonó hueca, me sentía desprovista de todo. — Lo entendí.
Presionó sus labios en los míos, estábamos hirviendo los dos, así que no me fue difícil abrir la boca para dejarlo entrar. Su lengua penetró y gemí, porque a pesar de todo lo que podía decir, esto se sentía demasiado bien para ser falso. La boca de Jasper era una mezcla de alcohol y tabaco, tuvo que haberme molestado, pero amé el sabor.
Su mano fue a mi muslo y llevó mi pierna a su cintura, para que pudiera sentir lo duro que estaba. Me separó y tomé aire, mirándolo mientras él me restregaba lo mucho que me deseaba en mi entrepierna. Yo era un rio allí abajo, estaba tan empapada, iba a tener que cambiar mis bragas cuando llegara, o darme otra ducha helada.
Fue a mi cuello y lamió allí, haciéndome gemir más fuerte. Su lengua recorrió detrás de mi cuello, dejando un cosquilleo exquisito.
—Voy a tomarte cuando quiera y como quiera ¿lo entiendes? —susurró en mi oído, mordisqueando el lóbulo de mi oreja. Me quedé en silencio porque estaba excitadísima, a pesar de que no debería. — Respóndeme Micaela, siempre quiero que me respondas.
—Si —susurré débilmente.
Empujó sus caderas y lo sentí con más fuerza. Estaba muy duro, lo que significaba que estaba tan excitado como yo. Siguió empujando, cada vez se sentía mejor, era delicioso, el placer culposo que sentía al saber que lo que estaba pasando estaba muy, muy mal, pero lo disfrutaba como si estuviera bien.
—Me apoderaré de ti y estarás contenta con eso, me necesitarás —gruñó, mientras seguía empujando.
Lo miré, el poder y la dominación que ejercían en mí era escalofriante, pero no encontraba la forma de liberarme. Siendo sincera, no quería. Entre la bruma de placer y lujuria desmedida, me sentía segura con Jasper. Tal vez era la loca forma de protegerme, tal vez mi padre nunca supo hacerlo bien y ahora estaba perdida, sintiendo que estar a merced de otro hombre controlador no era tan malo.
O simplemente estaba demasiado excitada para pensar con claridad, pero ahora, solo quería que me follara.
—¿Vas a follarme? —pregunté, me sentía débil.
Él sonrió, como si aquella palabra le gustara.
—No hoy, pero definitivamente lo haré —aseguró, trayendo escalofríos a mi cuerpo.
Se separó de mí, dejando mi pierna en su lugar y alejándose. Me sentí fría, quise acercarlo de nuevo y hacer que terminara lo que sea que hubiese empezado, me di cuenta de que probablemente mañana, sobria y en mis cabales, me arrepentiría. Así que dejé que me tomara de la mano y me sacara de una vez de la discoteca. Había un guardia de seguridad en la puerta del lado de afuera, así que me tranquilicé, seguramente no había escuchado nada con la bulla de adentro.
No había camionetas negras ni hombres de seguridad. En cambio, estaba un Porsche aparcado, Jasper me abrió la puerta, dejándome entrar en el asiento del copiloto. Dio la vuelta y se subió, sorprendiéndome. No solo porque era el auto más hermoso que había visto en mi vida, sino porque estaba conduciendo él.
Después de un recorrido en silencio por la ciudad, me di cuenta de que este auto era más rápido y liviano, se sentía increíble. Me relajé contra la ventana, apoyando mi cabeza y simplemente disfrutando del viaje. Jasper me daba miradas a cada tanto, pero me quedé en silencio, mi cabeza tenía demasiado por procesar y el alcohol solo me hacía más lenta.
Veinte minutos después, llegamos al pent-house. Entré, pensando en ir directamente hacia mi habitación para poder pensar y darme una ducha, pero me detuve en seco cuando llegué a la sala de estar. Junto a uno de los ventanales, estaba un piano. Me acerqué un poco más y mi boca se abrió, no era cualquier piano, era el que mi abuela me había regalado. El mismo que tuve en casa desde que me lo dio, hacía más quince años.
El mismo que vi en casa de mis padres esta tarde. Ahora estaba aquí, a pocos metros de mí. Jasper estaba detrás de mí, con las manos en los bolsillos, observando mi reacción.
—¿Es… es mi piano? —pregunté, incrédula.
Él asintió lentamente.
—Recuerdo cuanto te gustaba tocar el piano —respondió, sonriendo como si estuviera recordando esa época. — No podías pasar muchos días sin hacerlo porque te molestabas, estoy seguro de que eso no ha cambiado todavía.
Jadee, ver mi piano era lo mejor que me había pasado en estos últimos días. Corrí hacia él, tirando el bolso en el piso. Inclusive estaba mi pequeño banco que tanto había cuidado, tuve que mandar a reforzarlo porque ya no pesaba lo mismo que cuando tenía diez años. Me senté y lo toqué, reviviendo cada momento que disfruté tocándolo, cómo me hizo sentir.
— ¿Te molesta que lo toque? —pregunté, mirándolo a través de mis pestañas.
Sonrió, acercándose a mí.
—Deseo verte haciéndolo —pidió. — Puedes hacerlo las veces que quieras.
Sonriendo en felicidad, quité la tapa y comencé a tocarlo, disfrutando. Cuando la melodía comenzó a salir, fue como si volviera a ser yo. Jasper se apoyó del otro lado del piano y me escuchó, mientras entraba en mi pequeño momento de felicidad, cuando disfrutaba enormemente de lo que estaba haciendo, de lo que me gustaba.
Tocar siempre había sido para mí liberador, siempre me sentí libre, siendo yo misma. Toqué una melodía triste, dejando fluir lo que sentía por mis padres, por la traición, por mi situación con Jasper, por todo lo que había pasado que me hizo sentir así. Me metí de lleno, dejado fluir todo lo que sentía. Cerré mis ojos y toqué y toqué, una canción tras otra, porque no podía parar de hacerlo. A través de los años mi padre siempre quiso hacerme dejar el gusto por tocar, diciendo que tenía que concentrarme en otras cosas, pero esto era lo que más amaba en el mundo.
Cuando terminé, abrí los ojos. Había lagrimas cayendo en mis mejillas, ni siquiera me había dado cuenta de cómo comencé a llorar. Miré a Jasper, estaba mirándome atentamente, seguía allí cuando pensé que se había ido. Me miraba fijamente, sus ojos brillando, como si estuviera viéndome mi mejor amigo, el que me cuidó y me enamoró hacía tantos años, cuando el odio y la venganza no lo habían vuelto el hombre que era ahora.
—Eres preciosa —susurró, acercándose a mí y apartando las lágrimas de mis mejillas. — Tú padre no merece que llores por él.
Aparté la mirada, porque él tenía razón, mi padre no merecía que llorara por él, no después de todo el daño que había hecho.
—Tampoco merezco estar aquí, pero lo estoy —susurré, no estaba tratando de ser sutil, quería decirle lo que pensaba, ahora que estaba ebria para hacerlo. — ¿Vas a liberarme de esto algún día?
Me miró, pero no me respondió. Se movió hacia mí y acarició mis labios, un gesto sutil y delicado, denotaba una ternura que no pensé que él sentiría.
—Buenas noches, Micaela —anunció, pasando su pulgar mi labio inferior. — Descansa.
Se inclinó y depositó un suave beso en mi frente, cálido.
Se fue entonces, dejándome allí sentada, mirando mi piano y preguntándome si este hombre era el mismo que fue a mi casa y me tomó como una garantía, y este que acababa de traerme el mejor regalo del mundo, mi piano. Lo odiaba, pero una parte de mí no dejaba de pensar en ese chico que fue mi mejor amigo, que me cuidó y me trató mejor que mi propio padre. Y ahora, el hombre que me había hecho sentir lo que era la lujuria, lo que era desear a alguien tan fuertemente, aunque no debiera. Estaba confundida y enojada conmigo misma, y lo de mi padre solo lo empeoraba todo.
Me levanté yo también y me fui a mi habitación, y por primera vez desde que llegué, no sentí ese vacío en mi pecho por no tocar mi piano.