Ágata obtuvo el alta del hospital y Ricardo aprovecha para adelantar sus planes de boda.
—Cariño, casémonos en un mes— habla mirándola a los ojos, imprimiendo en su mirada complicidad, conmoviendo las fibras sensibles de Violeta, haciéndola sonreir —vamos a darle esta alegría a tu mamá, con su padecimiento no sabemos cuánto pueda vivir— habla sin tacto alguno y ve la tristeza cruzar la mirada de la chica —no es para que me malinterpretes, tal vez me muera primero que ella, pero mientras tanto démosle felicidad.
La rubia asiente y acepta la propuesta de su novio, por un momento sintió que estaba perdiendo el control de sus decisiones; sin embargo, está de acuerdo en darle a su madre la mayor suma de felicidad posible.
—Está bien Ricardo, pero nos casamos solamente por civil— acuerda la rubia —ya cuando mi mamá esté bien, veremos lo de hacer una boda eclesiástica— con ese acuerdo, fijan la fecha del evento para dentro de un mes.
El día de la boda cada vez está más cerca, después de varios años sin volver a su país, Rodrigo decide ir a la unión matrimonial de su hijo y pese a que no soporta estar en el mismo espacio que Olivia, hará el esfuerzo por Ricardo.
El hombre está preparando su equipaje para viajar, por la mañana saldrá hacia Paraguay, su tierra natal y de la que tiene tantos años alejado; termina su maleta y se dispone a ducharse para descansar.
El sonido insistente en su teléfono le acorta el tiempo bajo la regadera, se envuelve en su albornoz y toma la llamada.
—Hola papá, te llamo para informarte que no traigas a ninguna de tus mujercitas a mi boda, tú estás obligado allí a ser la pareja de mi madre— expresa Ricardo de forma demandante.
—Yo estoy bien, gracias y si la condición para estar presente es imponerme a tu madre de esa manera, te deseo toda la felicidad del mundo desde aquí— contesta molesto para luego colgar la llamada; sabe que su hijo es un manipulador narcisista y secretamente compadece a la mujer que va a ser su esposa...
Este es su último día de soltería, Violeta pasa toda la noche viendo esa habitación que extrañará y recapitulando cada parte de su vida, se siente un poco nerviosa, piensa que tal vez sea porque mañana comienza una nueva vida; saca del buró esa medalla que le recuerda a Rodrigo, una sonrisa triste se dibuja en su rostro, pero de inmediato la guarda, Ricardo es su futuro, mientras que él quedará como un secreto y hermoso recuerdo en su vida.
Finalmente está lista para su boda, su maquillaje perfecto resalta sus facciones y un elegante vestido champagne su figura; aunque siempre soñó con un vestido blanco, optó por ese color debido a que Rodrigo, en una de sus conversaciones casuales comentó lo ridícula que se veía una mujer que no era virgen, vestir como si fuera pura el día de su boda.
—¿Estás lista?— preguntan a coro Elba y Ana junto con entrar a la habitación.
—Con una sonrisa la chica asiente y sus amigas la abrazan— ella siente el cariño sincero, pero no puede olvidar las palabras de su novio, casi dos meses atrás.
—Estás hermosa mi princesa— dice Ágata destellando felicidad en su rostro...
La ceremonia fue sencilla, pero Olivia y Ricardo no podían permitir que la celebración no se hiciera por todo lo alto, por algo quien se casa es un Amaya y los abuelos Bárbara y Renato están presentes, pese a que no soportan a Olivia; el hombre mayor es un poco más amable, mientras que la anciana no disimula su desagrado por la madre de su nieto.
Violeta está feliz, todos la felicitan y hacen de ella el centro de atención dejando a un lado a Ricardo.
Como un feliz recién casado, se lleva abrazada, a un lugar aparte, a su ahora esposa. Ella cariñosamente le rodea el cuello con sus brazos y el tomándola de ambas manos las retira.
—¿Intentas dejarme en ridículo?— inquiere con molestia, Violeta frunce el entrecejo, pues, no sabe a qué se refiere.
—No entiendo de qué me hablas— contesta.
—¿No podías usar un vestido blanco?, yo que he esperado hasta nuestra noche de bodas para hacerte mía, te presentas así— le señala el vestido —para que todos sepan que no me casé con una mujer virgen.
La sonrisa de la rubia se apagó, pues pensó en que debió consultarle antes, no creyó que eso pudiera ofenderlo.
—Discúlpame, no pensé que te molestaras— le dice bajando la mirada y ese se convertirá en su gran error.
Después de este impasse, ambos salen a la fiesta tomados de la mano, Ricardo con una sonrisa espléndida y Violeta fingiendo felicidad, nadie lo ha notado, la forma de tratarla ante todos no deja lugar dudas del amor que siente por ella...
Rodrigo aprieta con fuerza su cadena, ha estado mirándola desde que despertó, la noche entera estuvo soñando con Violeta, nunca pensó que llegaría a amar de esa manera, sabe que amó a su difunta esposa Silvia, pero no puede comprarse con lo vivo que lo hizo sentir esa joven rubia, aquel verano y aún sabiendo que no vale la pena llorar sobre la leche derramada, se arrepiente de no haber intentado hacer que se quedara a su lado...
La pareja llega al hotel donde pasarán su noche de bodas, la suite presidencial, está decorada espléndidamente para la ocasión, los pétalos rojos sobre las sábanas blancas parecen danzar a la luz que emiten las llamas de las velas.
—Hermoso— comenta Violeta con una sonrisa, a lo que Ricardo asiente y se inclina para besarla.
La rubia está nerviosa, la única persona a la que se ha entregado en su vida es Rodrigo, pero recuerda las palabras de Elba, "Sé que Rodrigo te hizo ver estrellitas y duendes, pero en el sexo cada quien es distinto, ni se te ocurra comparar". Se deshace de sus pensamientos y se deja acariciar por su esposo, son muy breves los juegos previos cuando ya Ricardo se encuentra penetrando su interior, está excitada, pero su marido acaba cuando ella apenas iba alcanzando el clímax.
Sin siquiera un beso al final del acto, sale de ella y le pregunta si le gustó; Violeta tarda en responder, piensa que si le dice que sí estaría mintiendo, pero si lo niega pueda disgustarse más; ante la breve pausa, el hombre se siente ofendido, lo demuestra levantándose de la cama para luego entrar al baño...