Sin un lugar a donde ir, camina de regreso a casa cuando se encuentra con Fernando quien iba en la misma dirección.
─¡Te puedo llevar? ─pregunta al detenerse.
─No gracias, ya estoy cerca. ─señala la casa.
Se adelanta un par de metros más allá y se estaciona.
─Se que no debí...
─No. ─lo detiene. ─no voy a justificar con un "estaba ebria", pero lo que sí diré es que no debió pasar. ─dice retrocediendo.
─Pero yo sí lo diré, no debió pasar. ─dice avergonzado. ─y es claro que estabas ebria y eso no detuvo. Lo lamento y es por eso que vine a verte. Me consideras un amigo y yo no debí pasar de ahí, y por eso me disculpo. ─dice más formal
─Ok. ─dice tras un largo suspiro. ─En ese caso, haremos de cuenta que jamás pasó. ─dice y él asiente.
─Por otro lado... ─revisa su teléfono rápidamente. ─se acabó tu tiempo libre, tienes que presentarte el lunes a las siete, no lo olvides. ─dice y ella asiente.
─¿Te puedo hacer una pregunta? ─dice antes de que regrese a su auto.
─Dime...
─¿cómo sabías que estaba en el hospital?
─Solo fue coincidencia... Escuché a mi hermana hablar con la señora Sabrina sobre tu viaje, y sus miedos de que estuvieras sola en un país extraño, así que volé a verte, planeaba buscarte en la editorial, pero allí me dijeron que no habían sabido nada de tí y al salir, no sabía dónde buscarte, tomé un taxi para regresar a mi hotel, pero una loca se atravesó y el conductor del taxi salió mal herido al frenar, así que lo acompañé al hospital, no sabía nada del hombre así que lo dejé allí, y fue cuando yo salía del hospital te vi entrando en una camilla, no pude dejarte después de eso.
─Ah.
─¿yo puedo preguntar algo? ─pregunta ahora él, haciendo que ella se detenga.
─Si.
─La primera vez que me besaste, ¿por qué lo hiciste? ─pregunta y las evasivas de ella son evidentes.
─No lo sé... pero no he vuelto a pensar en ello. ─dice siendo más que clara que no hay más allí.
─Claro. ─espeta cortante regresando a su auto. ─eso pensé. ─sonríe antes de subir.
En lo único que puedo pensar ahora es ¿donde voy a vivir?, tres días hasta que me den respuesta, ¿y qué pasa si la respuesta que me dan no es favorable?. á donde ir mientras espero?
─¿cómo te fue? ─pregunta Sabrina en cuanto la ve entrar.
─Pues...
─¿No te dieron buen precio? ─pregunta tan afligida como Ángel se ve.
─De hecho no, no me dieron un precio, ni siquiera un estimado. Resulta que no lo pueden comprar a menos que tengan la certeza de que no fue robado, o tiene alguna alerta. Me dijo que me dé una vuelta en tres días, así que... Tengo tres días para ver que hago.
─Bien, haremos pijamadas tres días consecutivos, y de paso hacemos una noche de chicas y una de solteras, y...
─pero tú estás casada. ─señala.
─Sí, pero mi amado esposo me abandonó, y hasta que regrese, soy soltera dentro de mi casa, casada al salir. ─bromea.
─Ya cuidaste a Jota todo este tiempo, no voy a abusar más de tu favor... no puedo.
─Mujer, por favor... Abusa de mí, ¡te lo pido! ─dice como una súplica. ─Mi familia no es de aquí, y lo sabes. Mi hija adora estar acompañada, y yo también, además... tu hija hace unas galletas muy ricas, ¿lo sabías?
─Lo sé, pero...
─Ángel. ─toma su mano. ─Hagamos algo, te vas a quedar en mi casa estos tres días, y si te sientes en deuda conmigo, cuando te paguen en la guardería, me invitaras a comer esas costillas deliciosas que tanto nos gustaron en el cumpleaños de Karina. Son caras, y ahora me debes unas costillitas. ─sonríe agarrando su mano.
─Si vendo el anillo, será lo primero que haremos. Lo prometo. ─dice aun intentando no verse tan avergonzada.
─Esperemos que alcance para el arriendo de un buen lugar y las costillas. ─dice regresando a la cocina.
El resto del día lo pasan juntas conversando de cómo ha sido sus días y una que otra travesura de Jota, como van las cosas con su esposo, como se le ha complicado un poco lo de estar en casa sin su esposo. La noche cae y tras una cena muy silenciosa los niños van a la cama.
─Te enamoraste, ¿verdad? ─saca de la nada mientras Ángel lava los platos.
─No sé de qué hablas...
─Ängel por favor... ─dice dejando los platos junto a los que ella ya ha recogido. ─Te he hablado todo de mi matrimonio, ¡todo!, si fueras una desgraciadas hasta podrías quedarte a mi marido, conoce todo de él, porque confío en tí. ¿no confías tú en mí? ─pregunta algo ofendida.
─No es que no confíe, estoy avergonzada. ─se lamenta
─¿avergonzada? ─pregunta con gracia.
─¡Por Dios! mujer, ¿recuerdas cuando tuviste que sacarme encuerada del hotel y a desatar a mi esposo?, ¿o cuando tuviste que sostener el espejo para que yo pudiera reventar ese grano en... ya sabes dónde?, ...
─Sí ya entendí tu punto. ─la detiene aún más avergonzada.
─A eso me refiero, nada puede ser más vergonzoso que eso. Y tú eres de las personas que camina descalza a mitad de la calle, baila bajo la lluvia, y ni qué decir del día que tenías ese vestido blanco y se podía ver toda tu ropa interior...
─Me enamoré en menos de un mes, de alguien que al parecer, solo jugó conmigo. ─dice dejando el último plato lavado. ─y ahora no sé cómo sacarlo de mi cabeza.
─¿Y qué tiene de vergonzoso enamorarse?
─¿has sentido que tienes todas las señales para no creer en una persona, y aún así te dejas convencer?
─¿Sabes la historia de mi primera hija?, no deberías siquiera preguntar eso. Yo te conté como fue de malo el papá de mi hija, y lo increíblemente bueno de ha sido mi jarrón. Nadie me amado como él, y si eso no es amar, o merecer algo bonito, ¿entonces que es?
─Pero... ¿quien se enamora en tan poco tiempo? ─pregunta avergonzada con sigo misma.
─El amor no tiene edad, tiempo, ni nada, y lo sabes. Y tú... ¿cuánto tiempo has estado sola, sin nadie que te ayude, o que si quiera te guste, y luego aparece este desconocido y te trata bien, yo caí por menos que eso... y lo sabes. Lo que me sorprende es que te hayas enamorado. ─espeta sorprendida. ─¿realmente lo hiciste?, ¿te enamoraste? ─insiste.
─No lo sé. ─se levanta evasiva.
─Ángel...
─No importa si me enamoré, ¿no lo entiendes?, se acabó. Él está en su mundo y yo en el mio. En mi mundo solo tengo tres hijos que son mi prioridad, y si dudo por un segundo podría perderlos.
─No los perderás. ─La abraza al estar parada junto a ella. ─mejor, deberíamos ir por tus cosas a casa de tu madre, así evitamos que se dañen, Luisa me dijo que las dejó fuera de la casa bajo un plástico, ha llovido mucho esta semana, esperemos que no se haya dañado nada. ─dice apenada.
─Luisa no debió...
─Sí debió, voy por las llaves y nos vamos.
─¿Pero, y los niños?
─Los dejaremos viendo televisión, no tardaremos. ─dice tirando de su brazo sacándola de la casa.
Tan pronto como llegan a la casa, la madre no tarda en salir.
─¿andas en carro? ─sale antes de ver quien lo conduce.
─Solo vine por mis cosas. ─dice yendo directo a sus cosas y saca el plastico que las cubre.
─Antes de que empieces a quejarte, el electrónico están en la casa, tu hermana no...
─Son mías y lo sabes... ─dice avergonzada.
─Señora... ─dice Sabrina intentado intervenir, pero sale a la defensiva.
─¡¡Usted no se meta!! ─grita su madre amenazante a Sabrina. ─¡¡usted no la conoce!!, es mentirosa, sinvergüenza y malagradecida!!
─Si no tengo mis cosas, llamaré a la policía, esa son mis cosas y los sabes. ─insiste amenazante.
─¡¡Esta es mí casa, no me vas a sacar nada!!, ¡largo de mi casa!
─Son mis cosas, sabes lo mucho que me costó comprar cada cosa, por favor, solo dame mis cosas... ─implora al borde del llanto.
─Ahí están tus cosas. ─señala las pocas cosas bajo el plástico. ─Ya lo otro queda como pago por los años que te dí posada. No seas malagradecida, y deja eso, que ya está usado, tu puedes irte y comprar cosas nueva con el famoso dinero de tu libro. ─dice regresando dentro.
─Ya dejala, ella no te va a dar nada. Solo toma lo que puedas y súbelo a la camioneta. ─dice tomando un par de cajas secas.
Ángel revisa un par de cajas más y hay varios libros de sus hijos de sus hijos mojados, su ropa y varios muebles mojados e inservibles.
─Se arruinó, ella lo arruinó. ─dice entre dientes aguantando las ganas de llorar.
Ropa, muebles, camas, libros, y varias cosas se arruinaron por la lluvia, muy pocas cosas se pudieron subir a la camioneta, las lágrimas inundaron sus mejillas enseguida, pero aprovechando la poca iluminación del rincón donde están las cosas, seca enseguida sus lágrimas para ella no las vea.
─Podemos llevar los libros, los ponemos a secar o usamos la secadora... ─dice al ver la tristeza con la que Ángel ve los libros que ella fue testigo de lo mucho que le costó comprarle a sus hijos.
─Están arruinados. ─dice al abrirlos y ver varias hojas rotas. ─solo vámonos. ─dice regresando al auto.