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[SECUELA DE "PLEASE, DON'T]

Mil noventa y cinco días.

Veintiséis mil doscientas ochenta horas.

Un millón quinientos setenta y seis mil ochocientos minutos.

Ya habían pasado tres años desde la última vez en que Edward y Marie se vieron. Tres años en el que las cosas cambiaron. Tres años en los que ambas vidas dieron giros de ciento ochenta grados. Cada uno había rehecho su vida por su lado: nuevas experiencias, nuevos gustos, nuevas parejas.

Sin embargo, no suele haber barreras para un amor tan salvaje.

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Capítulo uno
« Marie » Respiré profundamente, manteniendo mis ojos cerrados. Me encantaba la playa y me encantaba el verano. Estábamos, mi chico y yo, de camino a la pequeña cala a la que tanto nos gustaba ir, situada en un apartado lugar de Marsella. Amaba cuando hacía tanto sol, y tanto calor. Aquel tiempo me recordaba a Miami, donde solía veranear con mi familia. Entonces me puse a pensar en San Francisco, y la gran oportunidad que había aparecido al volver allí. Después del cubo de agua fría que fue que Edward desapareciera completamente de la faz de la Tierra, haciéndome creer que quizás había sido solo un espejismo, volví a San Francisco. Abandoné la universidad, dándome cuenta por mí sola de que aquello no era lo mío, no se me daba bien y la única razón por la que aprobaba era porque mi padre pagaba una buena cantidad de dinero a la universidad privada para que aquello pasara. Al volver a casa, mi padre me alquiló un loft en el centro de la ciudad, para que pudiera seguir manteniendo la independencia que había ganado al haber pasado un año en Inglaterra. Y una noche, en ese mismo loft, en una de las fiestas que montaba prácticamente cada día, una de mis amigas me grabó mientras yo estaba tocando la guitarra y cantando, y decidió colgarlo en internet ya que, con unas copas de más, aquello había parecido gracioso. Lo que no esperábamos era que, al día siguiente, cuando nos despertamos a eso de las dos del mediodía, la artista hubiera twitteado mi vídeo, diciendo lo mucho que le gustaba, y haciendo que la caja de comentarios se llenara de gente pidiendo más vídeos, haciendo que terminara pudiéndome dedicar a ello de manera prácticamente profesional. Aquello se había convertido en una locura. La gente empezó a reconocerme por la calle y pedirme fotos, las marcas empezaron a regalarme productos a condición de sacarlos en mis vídeos, los eventos empezaron a enviarme invitaciones, y había conocido a más gente del mismo mundo, hasta que había terminado saliendo con un modelo que se había convertido en un invitado recurrente en mis vídeos, haciéndonos la “pareja goals” de Internet. Todavía me costaba asimilar que realmente aquello estaba pasando, aunque con los contactos y el dinero que tenía mi padre, no me sorprendía que hubiera ocurrido. Sin él y sin mi hermano probablemente no habría llegado a nada, ya que ellos eran unos grandes hombres de negocios y conocían a casi todo el mundo importante en Los Angeles. Cuando Jordan, mi novio, aparcó el coche, yo me bajé de éste con una sonrisa en mi rostro. Sentí la suave brisa marina acariciándome y moviendo mi cabello suavemente. Pero mi sonrisa se desvaneció al momento en el que escuché la voz de Jordan, hablándome con el mismo tono déspota de siempre. — ¿Qué haces ahí parada como una estúpida? - gruñó - Ven aquí, habrá gente que nos conozca en la playa, y querrá que nos hagamos fotos con ellos. ― Claro - murmuré, sin ganas de discutir. Estábamos de vacaciones en Francia, y quería disfrutarlas, lo último que quería era causar otra pelea con Jordan, ya había tenido bastante cuando había cuestionado mi elección de traje de baño aquella misma mañana. Así que me acerqué a él y agarré su mano a la vez que dibujaba una sonrisa falsa en mi rostro. Falsa. No estaba feliz. No era feliz. Y el túnel en el que me encontraba era tan oscuro que parecía no tener final. Parecía haberme quedado encerrada en él. Una vez había alcanzado lo que yo creía que era mi sueño, me había dado cuenta de que todo era banal. Todas aquellas fiestas que solo se celebraban para presumir de outfit y pasearse delante de la prensa, todas aquellas personas que se acercaban a ti con un interés fijo, y una pareja más preocupada por la imagen que dábamos al exterior que por el deplorable estado de la relación. No era nada feliz, sin embargo, sentía que, si dejaba a Jordan, si dejaba de acudir a aquellas exclusivas fiestas, si dejaba de relacionarme con aquellas hipócritas personas, y dejaba de grabar vídeos prácticamente diarios, hablando de cada aspecto de mi vida… sentía que iba a decepcionar a tantas personas que no me veía capaz de ello. Así que solo me mantenía a flote como podía. Sonreía cada vez que estaba en la calle, sujetaba en público la mano que me atemorizaba en privado; y luego, en soledad, cuando nadie podía verme u oírme, dejaba que las lágrimas salieran hasta quedarme sin más, y al día siguiente repetía el mismo proceso. Era agotador, y no sabía por cuánto tiempo podría seguir haciéndolo. — ¡Mira! ¡Son Jordan y Marie! - escuché que un par de adolescentes gritaban cuando nos vieron ir hacia a las hamacas. — Más te vale sonreír mejor que eso, parece que estés estreñida - gruñó Jordan de nuevo, aquella vez a mi oído, justo antes de poner su más amplia sonrisa hacia aquellas dos chicas. — ¡Marie, por favor, cántanos algo! - pidieron, después de haber conseguido sus respectivas fotos. — ¿Ahora? Chicas estoy de vacac-... — Canta - me interrumpió Jordan, seriamente, antes de volver a aquella fachada de felicidad y dulzura que siempre mantenía cuando había gente delante -. Pobrecillas, les hace mucha ilusión. Solo quieren oírte cantar, princesa. Un par de versos, ¿sí? — Sí, está bien… - murmuré, algo asustada de las consecuencias que habría si yo no cantaba, como Jordan me estaba pidiendo. Aclaré levemente mi garganta y les sonreí levemente, empezando a cantar la primera canción que vino a mi mente: “Losing my religion” de REM. Mientras Jordan tenía pasado su brazo por encima de mis hombros y las dos chicas me observaban y grababan con sus móviles, yo canté los primeros versos de la canción y seguí a través del estribillo, cerré los ojos, queriendo estar como el de la canción: sola en una esquina. Sin nadie alrededor. Porque yo también estaba perdiendo mi religión. « Edward » Di un largo trago a mi cerveza, bebiéndome más de la mitad del botellín de una sola vez. Pero necesitaba aquello, ya que hacía mucho calor en aquella soleada tarde de agosto. Además, el sur de Francia era una zona especialmente soleada, conocida por su buen tiempo, sobre todo durante el verano. Sin embargo, era donde a Bianca y a mí nos gustaba veranear. Empecé a pensar en la manera en que Bianca y yo nos habíamos conocido. El día en que me marché de la residencia, el lugar que había compartido con Marie tanto tiempo. Vivir ahí sin ella estaba volviéndome loco, y sabía que ella no iba a volver, por lo que tenía que marcharme. Necesitaba un cambio de vida, necesitaba una brisa de aire fresco que cambiara por completo todo lo que me rodeaba, puesto que la marcha de Marie me había dejado completamente hundido. Me había dejado vacío y sin esperanzas de nada. Necesitaba algo que me devolviera la esperanza, que le volviera a dar sentido a mi vida. Me fui de voluntario a África. Al llegar al avión que me llevaría hacia Johannesburgo, Sudáfrica; fui en busca de mi asiento, que estaba junto al pasillo. En el asiento del medio ya estaba ocupado por una chica que me miró con sus grandes ojos negros. Pasó su mano por su cabello azabache, liso y brillante, y me sonrió antes de que tomara asiento. Yo, intentando acostumbrarme al nuevo yo que debía emerger en mi nueva vida, devolví un intento de sonrisa. Poco después del despegue, aquella chica se giró hacia mí y empezó a hablarme. — Hola, me llamo Bianca - se presentó. — Edward - respondí, algo cortantemente, por más que intentara ser más agradable, me resultaba complicado. — ¿Estás yendo como voluntario? - preguntó con amabilidad. — Sí - miré hacia ella y vi que estaba sonriendo, así que intenté hacer lo mismo -. ¿Y tú? — Yo también - comentó emocionada -. ¿Cuánto tiempo vas a estar? — Seis meses. — ¡Yo también! A partir de ahí, entablamos una conversación. Bianca y yo teníamos gustos similares, y ella era muy abierta y cercana. Sin embargo, no coqueteó conmigo desde el principio. No fue hasta que volvíamos de nuestro voluntariado que empezamos a acercarnos en un tono más romántico. Aquello no ocurrió verdaderamente porque yo quisiera, simplemente pasó. Yo no podía quitarme a Marie de la cabeza. Y no creía que nunca fuera a volver a verla nunca más, así que únicamente empecé con Bianca con tal de no estar solo. No me hacía feliz, no me llenaba emocionalmente, no me imaginaba toda la vida junto a ella; sin embargo, aplacaba mi soledad. Así que, a lo tonto, llevábamos ya dos años juntos. Y mi humor cada vez iba a peor, simplemente por el hecho de que la mujer que estaba a mi lado no era la mujer que yo quería. Y no entendía por qué Bianca no se iba, ya que yo tampoco la hacía feliz. Ambos éramos unas personas infelices, al lado de otra persona que solo nos hacía más infelices, y que sin embargo teníamos miedo de dejar por no quedarnos completamente solos. ― Ed… - escuché que B me llamaba de pronto, cuando me levanté para ir de camino al chiringuito. ― ¿Sí? - saqué la vista de mi móvil y miré hacia la chica - ¿Pasa algo? ― Son solo las once de la mañana y ya llevas cuatro cervezas, ¿no crees que deberías parar? ― ¿No crees que no deberías meterte en mis asuntos? ― Ed, no me hables así - gruñó entre dientes -. No puedes estar borracho a las doce del mediodía. ― ¿Quién dice que no puedo? ― No quiero discutir - puso los ojos en blanco -. Haz lo que quieras, y si quieres emborráchate y acaba tirado inconsciente en una esquina - se encogió de hombros. ― Gracias. Sonreí irónicamente hacia Bianca y volví la pantalla a mi teléfono, donde Zack, James y Liam estaban enviándome mensajes realmente importantes, por lo que estuve atento a ellos. O al menos hasta que una voz hizo que el móvil se cayera de mis manos y se hundiera en la fina arena que había a mis pies. Era Marie. Escuché la voz de Marie cantando una canción que ya le había oído cantar hacía años: Losing my religion. Mi corazón empezó a acelerarse, pensando por un primer momento que ya estaba demasiado borracho y aquella voz no era más que un producto de mi imaginación. Me di la vuelta lentamente, en búsqueda del lugar del que provenía la voz. Entonces la vi. Marie estaba de pie en mitad de la arena. El sol se reflejaba en su brillante cabello, y hacía relucir su bronceada piel, contrastando con el impoluto vestido blanco que llevaba. A su alrededor había dos chicas que la miraban emocionadas, mientras ella cantaba hacia ellas. Y finalmente había un chico junto a ella, que poco a poco pasó su brazo por encima de sus hombros, mirándola sin decir nada. De pronto sentí ganas de vomitar. Ver a aquel tío tocando a Marie estaba causándome repulsión. Solo la idea de que alguien que no fuera yo pusiera sus manos en ella me mataba por dentro. Ni siquiera había pensado en aquella posibilidad hasta aquel momento. Sentí que mis pies se habían quedado anclados en la arena, no podía ni siquiera moverme. No podía respirar, ni siquiera podía pensar. Simplemente me quedé mirándola como si fuera un acosador. No podía hacer otra cosa. No podía quitar mi mirada de ella. No podía creer que la tuviera delante. No parecía ser real. Seguía creyendo que se trataba de un espejismo causado por las cervezas que había tomado. De pronto su voz se desvaneció y las dos chicas a su alrededor se fueron. Poco después ella caminó junto a aquel chico hacia un par de hamacas, donde empezaron a dejar sus cosas, preparándose para un tranquilo día de playa. Pero yo me sentía de todo menos tranquilo. Mis manos estaban temblando de tal manera que parecía que padeciera de un severo caso de Parkinson.   Me agaché a recoger mi móvil de la arena y prácticamente corrí hacia la ducha que había a la salida de la playa. Encendí el grifo y eché algo de agua en mi rostro, intentando tranquilizarme. Sentí como empecé a sudar hasta por los codos, y como mis articulaciones empezaron a fallar cuando quise volver hacia donde Bianca se encontraba. Pero de pronto vi que Marie estaba caminando hacia el chiringuito así que me quedé paralizado. Marie estaba viniendo en mi dirección, después de tres años sin verla, y yo estaba completamente inmóvil.

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