La Restauradora
Museo de Arte de Londres
El sol de la tarde bañaba la sala de restauración con un cálido resplandor dorado. Laura estaba de pie junto a una ventana alta, absorta en la vista del jardín que se extendía detrás del edificio. El sonido lejano de los visitantes en las galerías y el susurro del viento eran los únicos acompañantes de sus pensamientos.
La joven llevaba puesta una bata blanca sobre su ropa casual, el cabello recogido en un moño desordenado del que escapaban mechones castaños iluminados por la luz. Sus dedos descansaban contra el marco de la ventana mientras disfrutaba de un momento de tranquilidad antes de sumergirse nuevamente en su trabajo.
El sonido de la puerta al abrirse la hizo girarse.
En el umbral estaba Nicholas Kentwood. Alto, con una postura erguida y un porte que transmitía un control innato, aunque sus ojos azules llevaban un peso que contradecía su juventud. Vestía un abrigo largo, propio de un profesional o un hípster que había pasado la mañana lidiando con los fríos vientos londinenses.
El mundo pareció detenerse un instante cuando sus miradas se encontraron.
Para Laura, el hombre que tenía frente a ella tenía algo extrañamente familiar. Había una intensidad en su mirada, algo que hizo que su pecho se apretara. Pero para Nicholas, el impacto fue mucho más visceral.
En su mente, las imágenes estallaron sin previo aviso:
Una habitación del pasado, iluminada solo por la luz de la tarde. Una mujer de cabello oscuro y vestido de época, parada junto a una ventana similar. Cuando él entró, ella giraba hacia él, pero su rostro estaba pálido, sus labios azules y sus ojos abiertos con una mirada vidriosa y vacía, como si la vida la hubiera abandonado hacía mucho tiempo. Su pesadilla.
El aire le faltó, como si la imagen lo estrangulara.
- No… - murmuró en voz baja, casi inaudible. Sus piernas flaquearon y tuvo que apoyarse contra el marco de la puerta, una maldición escapándose de sus labios - Maldición.
Laura frunció el ceño al ver cómo el hombre frente a ella perdía el color de su rostro.
- ¿Se encuentra bien? - le preguntó mientras se apresuraba hacia él.
Nicholas intentó apartar la mano que ella colocó suavemente sobre su brazo, pero el mareo que lo asaltaba le impedía mantener el equilibrio. Laura lo guio hacia una silla cercana con firmeza, pero sin brusquedad, su mirada cargada de preocupación.
- Por favor, siéntese. - Su voz era calmada, casi profesional, pero también tenía un dejo de calidez que lo desconcertó.
Nicholas dejó que lo ayudara, dejándose caer en la silla con un suspiro. Apoyó los codos en las rodillas y se llevó una mano a la frente mientras respiraba hondo, tratando de expulsar las imágenes que seguían acosándolo.
- Lo siento… no es nada. - Su tono sonó áspero, como si intentara cubrir su incomodidad con una barrera de indiferencia.
Laura lo observó detenidamente, sin molestarse por su brusquedad. Se inclinó hacia un pequeño mueble cercano y le ofreció un vaso de agua que mantenía allí para su uso personal.
- Aquí, bébalo. A veces la sala puede sentirse un poco sofocante por la luz. - Sonrió con gentileza, aunque su mirada seguía escrutándolo con interés.
Nicholas la miró, sus ojos atrapados nuevamente en los de ella. Por un momento, el rostro de la mujer del sueño - pálido y sin vida - se superpuso al de Laura, pero su calidez y vivacidad lo trajeron de vuelta.
Aceptó el vaso, agradecido y bebió un sorbo antes de asentir.
- Gracias. Soy Nicholas Kentwood. - Se presentó, su voz más firme ahora mientras intentaba recuperar la compostura.
Laura lo miró con un destello de simpatía en sus ojos claros.
- Laura Blackwood. Supongo que el señor Langley lo envió. - Extendió una mano, y Nicholas la tomó.
Por un instante, cuando sus manos se tocaron, ambos sintieron una sensación extraña, como si un eco invisible resonara entre ellos. Laura apartó la mano primero, incómoda por algo que no podía explicar, pero Nicholas permaneció inmóvil, observándola con una intensidad que lo desconcertaba tanto como a ella.
Finalmente, él rompió el silencio:
- Estática... - mintió.
- Ya veo... - respondió Laura con una pequeña sonrisa antes de girarse hacia el retrato de Cedric Kingsley, que descansaba al otro lado de la sala, aún cubierto con una tela blanca.
Nicholas se levantó lentamente de la silla, enderezándose con una postura más segura, aunque sus ojos seguían ligeramente sombríos. Sacudió la cabeza como si quisiera despejar los restos del mareo y extendió una mano hacia Laura, esta vez con mayor firmeza.
- Nicholas Kentwood. Es un placer, señorita Blackwood.
Laura aceptó el apretón de manos con una leve sonrisa, sus dedos firmes pero amables en su agarre.
- El placer es mío, señor Kentwood.
Por un momento, la sala quedó en silencio, interrumpido únicamente por el ruido sutil de sus movimientos. Laura dejó el vaso vacío sobre el escritorio y volvió a mirarlo, con un destello de curiosidad en su expresión.
- Me sorprende un poco que el señor Langley le haya enviado tan rápido. Supongo que es usted el historiador de la fundación.
- Así es. - Nicholas se cruzó de brazos, todavía sintiendo un vago malestar que no podía explicar. Sus ojos hicieron un breve recorrido por la sala antes de volver a los de ella- Aunque admito que me intriga el motivo. Según entiendo, es un retrato, no un documento histórico ¿Por qué necesitaría datos históricos para restaurarlo?
Laura dejó escapar una pequeña risa, el sonido ligero contrastando con la tensión que parecía rodear a Nicholas. Caminó hacia la mesa de trabajo, donde el retrato aún estaba cubierto con una tela blanca.
- No es algo común, lo admito. Lo hago con todas las piezas en las que trabajo. - reconoció mirando por encima del hombro hacia Nicholas mientras sus manos rozaban el borde de la tela - Pero este cuadro es especial. Su deterioro no solo es físico; hay algo en su historia que lo hace diferente. Es como si conservara algo que no logramos entender del todo.
Nicholas frunció el ceño, sus ojos azules volviendo a la mesa. Dio un paso hacia ella, con cierta cautela, mientras Laura retiraba la tela con cuidado, revelando el retrato de Cedric Kingsley.