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1009 Words
Laura Nicolas golpeó suavemente la puerta de la oficina de Laura después de guardar la copia del documento en su bolsillo. Se había tardado más de lo esperado en la oficina de archivos y la joven debía estar furiosa por lo que el joven se preparó mentalmente para ser regañado. Cuando la voz de Laura respondió desde el interior, sintió que su corazón daba un vuelco. No había enojo en su voz, nada. Se alisó el abrigo con manos temblorosas y entró. Esta vez, no se detendría hasta encontrar las respuestas que tanto necesitaba. Nicholas empujó la puerta y se detuvo en seco al ver a Laura. Estaba sentada en el suelo, frente al retrato de Cedric Kingsley, con los brazos alrededor de sus rodillas y la mirada fija en la pintura. Llevaba una sudadera grande y un pantalón de buzo, arrugados, con una gabardina ligeramente torcida sobre los hombros. Su cabello estaba revuelto, mechones cayendo descuidadamente sobre su rostro pálido y sus ojos… sus ojos parecían no haber descansado en toda la noche. El aire en la habitación se volvió denso, pesado con una mezcla de sorpresa y algo más que lo apretó por dentro: miedo. - ¿Laura? - Su voz salió más temblorosa de lo que esperaba, cargada de una preocupación que no pudo controlar. Dio un paso hacia ella, con cautela, como si un movimiento brusco pudiera romperla en mil pedazos. La joven levantó la mirada y la desesperación que vio en sus ojos lo golpeó como un puñetazo en el estómago. Se detuvo, un millón de pensamientos cruzando su mente. ¿Le había pasado algo? ¿La habían asaltado? ¿Había huido de algún peligro? - ¿Qué… qué ha pasado? ¿Estás bien? - preguntó, apresurándose a arrodillarse frente a ella. Su mirada pasó rápidamente de su rostro a sus manos, buscando signos de heridas o algo que confirmara lo peor. Laura negó con la cabeza, apretando los labios como si intentara contener un torrente de palabras. - Estoy bien. - murmuró finalmente, pero su voz era débil, apenas un susurro. No lo convenció. - No, no lo estás. - replicó Nicholas, casi con brusquedad, incapaz de ocultar la angustia que le retorcía el pecho. Se pasó una mano por el cabello, nervioso, antes de volver a mirarla - ¿Qué haces aquí así? ¿Por qué no me llamaste? Pareces… Pareces como si hubieras huido de casa. Laura soltó una risa amarga, un sonido quebrado que hizo que el corazón de Nicholas latiera aún más rápido. - Tal vez lo hice. - Bajó la mirada hacia el retrato, sus dedos tamborileando contra su rodilla- No podía quedarme quieta, ¿Entiendes? No después de lo que vi. Nicholas frunció el ceño, acercándose un poco más. Su voz bajó, más suave, como si estuviera tratando de calmar a alguien al borde del abismo. - ¿Qué viste? Laura alzó la vista de nuevo y lo que vio en su expresión lo dejó sin aliento. No era solo cansancio. Era confusión, desesperación y algo más profundo: miedo. - Nicholas… - comenzó, tragando saliva como si las palabras fueran difíciles de decir- Yo… he estado dibujando cosas durante toda mi vida. Cosas que no tienen sentido, que creía que venían de mi imaginación. Pero ahora… ahora estoy empezando a pensar que no es así. Su mirada volvió al cuadro, al rostro sereno y melancólico de Cedric Kingsley. - Este retrato… - susurró, señalándolo - Hay algo en él, algo que… No puedo explicarlo - ¿Cómo decirle que ella lo había pintado hace 150 años? Nicholas se quedó en silencio, observándola. Su propia confusión y miedo se mezclaban con la preocupación por ella. Extendió una mano, dudando, antes de colocarla suavemente sobre su brazo. - Laura, estás agotada. Lo que sea que crees que está pasando, lo resolveremos. Pero no puedes seguir así. Ella negó con la cabeza, su mirada fija en él ahora. - No lo entiendes. Esto es más grande que una simple pintura. Hay algo en esta historia, en Cedric… y en mí. Algo que siento en lo más profundo de mi ser, como si… Se interrumpió, sus palabras suspendidas en el aire como una confesión que no estaba lista para hacer. Nicholas apretó suavemente su brazo, intentando anclarla a la realidad, aunque él mismo sentía que se tambaleaba al borde de algo desconocido. - Laura, mírame. - Esperó hasta que sus ojos se encontraron con los de ella - No sé qué está pasando, pero estoy aquí. Sea lo que sea, lo enfrentaremos juntos. Por un instante, el silencio entre ambos fue absoluto. Solo el retrato parecía observarlos desde su lugar, una presencia muda pero cargada de significado. Nicholas no sabía qué lo aterraba más: la idea de que Laura estuviera perdiendo el control o la certeza de que, en el fondo, él sentía exactamente lo mismo después de lo que ver esos documentos y cartas. Nicholas extendió ambas manos hacia Laura, preocupado por su estado. - Vamos, levántate. Necesitas descansar. - Su tono era firme pero cargado de una delicadeza inusual, como si temiera que al tocarla pudiera romperse. Laura miró sus manos, titubeando por un momento antes de aceptar su ayuda. Apenas puso algo de fuerza en sus piernas y Nicholas sintió cómo todo el peso de su cuerpo recaía sobre él. - Por Dios, Laura, ¿Has comido algo? - preguntó, casi en un murmullo, mientras la estabilizaba. Sus brazos la rodearon instintivamente, sosteniéndola para evitar que se desplomara de nuevo. Ella negó con la cabeza, dejando que un suspiro cansado escapara de sus labios apoyando la cabeza en su pecho. - No he tenido tiempo… no podía parar. Tenía que encontrarlo. Tenía que entender… - Su voz se quebró y Nicholas sintió que algo en su pecho se apretaba. - Lo que necesitas ahora es sentarte y respirar. - Su preocupación lo superó. Con cuidado, la ayudó a enderezarse, deslizando una mano firme hacia su espalda para sostenerla mientras la dirigía hacia el sofá cercano en la oficina.
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