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1090 Words
Aroma Familiar Nicholas condujo sin rumbo fijo, el motor del auto zumbando suavemente en la quietud de la noche mientras su mente seguía tambaleándose entre la incertidumbre y la preocupación. Laura estaba tan callada, tan retirada en sí misma, que lo inquietaba aún más. La había visto así, perdida en sus propios pensamientos cuando trabajaba, pero ahora estaba sumida en una tensión que se palpaba en el aire y el miedo a no saber cómo ayudarla le atenazaba el pecho. En el asiento del pasajero, Laura se había encogido, como si quisiera hacerse pequeña para desaparecer. Su cuerpo frágil y tenso se acurrucó contra el asiento, el cabello despeinado caía sobre su rostro y sus manos descansaban inertes en su regazo. Nicholas, sin poder evitarlo, echó un vistazo fugaz hacia ella. Había algo en su postura, en la forma en que sus hombros caían, que le rompía el corazón. No estaba bien. No estaba ni cerca de estar bien. Apretó los dedos en el volante, con tal fuerza que sus nudillos palidecieron, pero el dolor no hizo más que aumentar su ansiedad ¿Qué le había pasado? El frío miedo que ella había reflejado, esa sensación de ser ajena a su propio cuerpo, lo perseguía. No era solo la confusión de sus dibujos o el relato enrevesado de los sueños. Había algo mucho más oscuro detrás de esa mirada perdida. Algo que Laura no quería enfrentar, pero él no podía ignorar. El viaje al edificio donde vivía fue corto, pero en ese tiempo, el rostro de Laura, con los ojos cerrados y la cabeza apoyada en la ventana, se le quedó grabado. Algo en su expresión lo golpeó como una revelación, pero lo apartó rápidamente, sacudiendo la sensación de su mente mientras estacionaba el coche. Una vez estacionado, Nicholas la ayudó a bajar del auto, guiándola lentamente hacia el edificio. No preguntó nada más, porque sabía que no tenía sentido forzar respuestas. Solo quería que estuviera a salvo. El apartamento de Nicholas era sencillo, funcional, con muebles de madera oscura y una ventana que daba al horizonte de la ciudad. No era lujoso, pero era acogedor. No quería que Laura se sintiera como una invitada, pero sí le daba el espacio que necesitaba, algo que no la presionara. - Descansa un momento. - le dijo suavemente mientras la guiaba hacia la habitación - Cierra los ojos, relájate. Yo prepararé algo de comer. Te hará bien. Laura no opuso resistencia. No dijo ni una palabra, solo se recostó en la cama, dejando que las sábanas oscuras la envolvieran como un refugio, su cuerpo hundiéndose en la suavidad de la cama. Nicholas la miró por un momento antes de salir de la habitación para cumplir con su promesa de preparar algo. Pero al irse, algo lo inquietó más que nunca, Laura parecía aferrarse a una pequeña libreta. Laura cerró los ojos, pero el cansancio no la alcanzó de inmediato. En su mente, los pensamientos corrían frenéticamente como un río desbordado, las piezas de los recuerdos flotando desordenadas en su mente, pero la fragancia de la habitación, el sutil aroma de las sábanas y de Nicholas que aún persistía en el aire, se mezclaba con la calma de la habitación, tranquilizándola. Con cada respiración, sentía una extraña conexión, como si todo a su alrededor lo estuviera envolviendo en algo inevitable, un destino que no podía entender ni controlar. La sensación de estar allí, de estar con él, la hizo sentir una familiaridad tan profunda, como si todo eso ya hubiera sucedido antes, como si ya estuviera destinada a estar ahí en ese mismo lugar. A veces, incluso en sus sueños, había experimentado la misma paz y conexión. Era un aroma que la envolvía, que la abrazaba como una protección. Como ahora, en esa habitación. Y entonces, mientras se sumergía en esa paz, una figura se formó en su mente. Cedric. No, no Cedric, él. Era la silueta que ya había visto en su mente, en sus recuerdos. El rostro de ese hombre que solo conocía a través de un retrato, pero que parecía haber estado con ella en otro tiempo. Nicholas. Sus ojos, su mirada era la misma, solo de un color diferente. De repente, algo la sacudió. Como si su cuerpo hubiera vuelto a ser consciente de lo que ocurría. El aire que había llenado su pecho se volvió denso, la habitación demasiado cálida y una sensación extraña la invadió. No era un sueño, pero las imágenes de la noche se enroscaban de nuevo en su mente. La luz se difuminaba en la oscuridad y la angustia volvía con fuerza. ¿Estaba él aquí por accidente? ¿Era solo un recuerdo del pasado, o algo más? La angustia la alcanzó en un espasmo, pero se quedó allí, quieta, acurrucada bajo las sábanas. Un suspiro se escapó de sus labios, y la ansiedad comenzó a nublar su mente, borrando poco a poco el equilibrio que por un momento había sentido. A medida que la calma parecía regresar, un susurro recorrió su pensamiento. “Elise” El nombre se repitió una y otra vez en su mente, más fuerte, más claro. Sin embargo, no estaba segura si era un susurro suyo, o si venía de un lugar mucho más profundo. En ese momento, algo se rompió dentro de ella y se sumió en el sueño profundo que estaba esperando. Pero mientras lo hacía, algo en su mente giraba, como un eco lejano, hasta que el descanso la cubrió completamente. Nicholas, al entrar nuevamente en la habitación, notó la quietud de Laura y la forma en que su rostro parecía más sereno, aunque la incertidumbre nunca desapareció de su mirada. Algo había cambiado. Pero él no sabía qué. Solo sabía que había una conexión que no podía explicar y que algo dentro de él empezaba a entender, aunque no estuviera preparado para aceptarlo. - Volveré a encontrarte... Nicholas... - la escuchó susurrar - No me dejes... Al escucharla, todo en él, sus pensamientos y emociones, se desmoronaron a medida que las sombras del pasado avanzaban, trayendo consigo un futuro que ya no podía escapar. Aturdido, Nicholas se sentó en su sillón frente a la ventana, el café en su mano ya frío mientras observaba el gris cielo de la mañana. Las gotas de lluvia se deslizaban por el cristal, reflejando la nubosidad que parecía envolverlo todo, incluso en su mente. El lugar estaba en silencio, solo el suave sonido del viento tocando los cristales rompía la quietud. Pero él no podía escapar de sus pensamientos.
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