La Mansión Tiene Vida Propia
Kingsley Hall parecía respirar con vida propia aquella noche, como si la mansión estuviera expectante. Nicholas permanecía en el vestíbulo, con las puertas aún entreabiertas detrás de él. Su corazón latía con fuerza mientras miraba hacia la majestuosa escalera central, sus ojos recorriendo las paredes cubiertas de retratos y la rica decoración que aún conservaba el esplendor de siglos pasados. Había logrado entrar. Después de tantas noches siendo rechazado, ahora estaba dentro, pero la tensión en el aire le decía que la mansión no lo aceptaba completamente.
Dio un paso al frente, sus zapatos resonando en el mármol y luego otro. Cada movimiento era como cruzar un umbral invisible, una barrera de recuerdos que parecían despertarse con su presencia. El vestíbulo le resultaba familiar, aunque no podía decir por qué. Las curvas de la barandilla de la escalera, las puertas dobles a su izquierda que llevaban al salón principal, incluso el suave crujido de la madera bajo sus pies... todo lo envolvía con una sensación de pertenencia y desasosiego al mismo tiempo.
Subió un escalón, luego otro. Sus dedos rozaron la madera de la barandilla y un torrente de imágenes lo invadió: risas suaves resonando en la mansión, el suave roce de un vestido de seda contra el suelo, un perfume floral que llenaba el aire. Su mente se resistía, pero las memorias insistían.
- Nicholas… - la voz lo sobresaltó. Se giró rápidamente hacia el final de las escaleras.
Laura estaba allí, envuelta en penumbras, iluminada apenas por la luz de un candelabro lejano. Llevaba el camisón blanco que Sonia le había puesto antes de acostarla. Su cabello estaba revuelto y sus ojos brillaban con una intensidad que lo dejó helado.
- ¿Qué haces aquí? - preguntó él, su voz firme, pero cargada de tensión.
Ella no respondió de inmediato. Bajó un par de escalones hacia él, sus manos aferrándose a la barandilla como si necesitara sostenerse.
- Cedric… - dijo con voz suave, pero cargada de una mezcla de anhelo y desesperación.
El nombre lo golpeó como un puñetazo en el estómago. Nicholas retrocedió un paso, sacudiendo la cabeza.
- No. - dijo, con la voz entrecortada - No soy él. Laura, escúchame. Esto… esto es un error. - mintió.
Nicholas dio un paso atrás, la confusión reflejada en sus ojos, aunque había algo más en su mirada, una sombra de reconocimiento que parecía luchando por salir a la superficie.
- No es un error. - replicó ella, su voz alzándose ligeramente, temblando al final - Lo sé. Tú lo sabes. Eres Cedric Kingsley. No puedes seguir pretendiendo que no lo eres.
Nicholas sintió que el pánico se apoderaba de él. Todo estaba desmoronándose. Había pasado toda su vida rechazando la posibilidad de algo más allá de lo tangible y ahora se encontraba ante una verdad que lo superaba. Pero no podía aceptarla. No podía. Menos si ponía en riesgo a la mujer frente a él
La tensión en el aire creció y Laura lo miró, un nudo formándose en su estómago. La referencia a Cedric no era solo una casualidad, no podía serlo. ¿Qué estaba pasando en Kingsley Hall? ¿Por qué la mansión parecía estar viva con ecos de un pasado tan lejano, y por qué todo parecía girar en torno a un hombre que había desaparecido hace tanto tiempo?
- Cedric... - murmuró, como si pronunciando el nombre abriera una puerta dentro de él. - Él... desapareció. Nadie sabe qué ocurrió. Mi abuelo nunca habló de ello. Solo... desapareció. La mansión, la familia, la propiedad... todo se desmoronó después de eso. Las deudas, los rumores... La desaparición de Cedric lo arrastró todo. Y aunque la fundación intentó recuperar lo que pudo, la mansión... la historia de los Kingsley... quedó marcada por su sombra. El no regresó.
Laura lo observaba en silencio, procesando todo lo que le estaba diciendo. La conexión entre la familia de Nicholas y Cedric parecía más profunda de lo que había imaginado. Y con cada palabra, con cada frase, algo dentro de ella comenzaba a temer lo que estaba a punto de descubrir.
- ¿Y tú? - preguntó, su voz suave, casi un susurro - ¿Por qué regresaste a Kingsley Hall ahora, Nicholas?
La pregunta flotó entre ellos, como una cuerda rota, esperando ser atada a alguna verdad que aún no comprendían. Nicholas se giró lentamente, sus ojos oscuros fijos en ella.
- No sé, Laura. No sé por qué regresé. Tal vez porque es mi lugar. Tal vez porque no puedo evitarlo. - Se acercó lentamente, como si el aire entre ellos fuera denso, pesado - Tal vez porque, de alguna forma, todo lo que pasó con Cedric, lo que ocurrió en este lugar... ahora me está alcanzando a mí.
Laura sentía el nudo en su pecho apretarse más con cada palabra que él decía. El nombre de Cedric, la mansión, el pasado... todo parecía un engranaje que comenzaba a girar, y lo que temía más era que todo esto tenía que ver con ella también, con su investigación, con lo que había descubierto y con lo que aún no comprendía.
La verdad estaba allí, en esas paredes que susurraban secretos. Y algo, una presencia que no podían ver, pero sí sentir, parecía aguardar en las sombras, esperando el momento adecuado para revelar lo que se había ocultado durante más de un siglo.
- ¿Y si lo que estamos buscando, lo que estamos tratando de comprender... ya no podemos deshacerlo? - preguntó Laura, casi sin aliento, como si las palabras mismas temieran ser pronunciadas.
Nicholas la miró, sus ojos fijos en los suyos, como si también estuviera buscando la respuesta a esa pregunta. Pero sabía que la verdad de Kingsley Hall, de Cedric y de la familia Kingsley, era algo mucho más grande y aterrador de lo que ellos podrían manejar. Y en ese momento, mientras las sombras se alargaban sobre ellos, entendió que tal vez ya era demasiado tarde para evitar lo que se avecinaba. El relicario y la pequeña libreta en su bolsillo se lo recordaban.
- Laura, por favor, detente. - pidió, su voz más firme esta vez - No soy Cedric. No sé quién te hizo creer eso, pero es absurdo. Tú no eres Elise y yo no soy un fantasma del pasado.
Ella lo miró fijamente, sus ojos llenos de lágrimas.
- ¿Por qué lo niegas? - susurró, su voz quebrándose - ¿Por qué no puedes aceptar quién eres, quiénes somos?
- ¡Porque no lo soy! - gritó él, su voz reverberando en el silencio de la mansión. Su furia era una mezcla de miedo y negación, dirigida tanto a ella como a sí mismo - Soy Nicholas. Nicholas Kentwood. No soy Cedric Kingsley, no soy parte de esta locura y tú tampoco deberías serlo. Nunca debí traerte a este lugar.
Laura retrocedió un paso, como si sus palabras la hubieran golpeado físicamente. Luego, sin previo aviso, se giró y comenzó a correr escaleras arriba, perdiéndose en la oscuridad del pasillo.
- ¿Por qué? ¡Este es mi hogar! - le gritó.
- ¡Laura! - gritó Nicholas, persiguiéndola, pero algo lo detuvo.
Un golpe invisible lo frenó en seco. Se tambaleó, sus manos buscando apoyo en la barandilla, pero no pudo avanzar. Era como si una barrera se hubiera levantado frente a él. La mansión misma lo estaba rechazando.
- ¡Laura, espera! - gritó, su voz cargada de desesperación mientras forcejeaba contra la fuerza invisible que lo arrastraba fuera de la casa. Pero era inútil.
Un crujido resonó detrás de él. Se giró justo a tiempo para ver cómo las puertas principales de la mansión se cerraban con un estruendo ensordecedor.
- No… - susurró, su voz ahogada por el miedo. Dio un paso hacia las puertas, pero se detuvo al sentir cómo el aire a su alrededor parecía volverse más pesado, más frío. La mansión lo estaba expulsando.
Luchó contra la fuerza que lo empujaba hacia atrás, sus manos arañando la superficie de la puerta cerrada.
- ¡Déjenme entrar! - gritó, golpeando el sólido roble con sus puños- ¡Laura está ahí dentro! ¡No puedo dejarla sola!
Pero no hubo respuesta. Solo el eco de sus propios gritos resonando en el vacío. La mansión no lo quería allí.
- ¡No pueden hacerme esto! - rugió, golpeando las puertas nuevamente.
Finalmente, exhausto y derrotado, se dejó caer de rodillas frente a la entrada. La mansión lo había rechazado completamente. Sus ojos se llenaron de lágrimas mientras apoyaba la frente contra la madera fría.
Dentro, podía sentirla. Laura estaba allí, enfrentándose sola a un destino que él no comprendía completamente. Y no podía hacer nada para protegerla. La impotencia lo consumía, pero algo más crecía en su interior: una determinación nacida del miedo más profundo. No la perdería. No otra vez.