La Mansión Protege A Su Corazón
Laura corría por los pasillos de Kingsley Hall, sus pasos resonando en los antiguos suelos de madera como ecos de una vida pasada. El aire parecía volverse más denso con cada respiración, como si la mansión misma la estuviera absorbiendo, haciéndola parte de su historia olvidada. Sentía el peso de la confusión aplastando su pecho, una sensación extraña y desbordante, como si todo lo que había conocido hasta ese momento fuera una mentira que se desmoronaba ante sus ojos.
“Él ha regresado…” pensó, pero no podía encontrar la fuerza para aceptar que todo lo que había sentido en sus sueños, todas las imágenes y sensaciones que la habían perseguido estaban ahora frente a ella en carne y hueso. “Es él. Es Cedric.”
La mezcla de desesperación y miedo la empujaba a huir, a alejarse de él, a escapar de esa verdad tan amarga que sentía, tan inalcanzable. No podía mirarlo más, no podía enfrentarlo mientras todo lo que había conocido se desvanecía como una sombra en la niebla. ¿Qué significaba todo esto? ¿Por qué él se resistía a aceptarlo?
La joven no podía soportarlo. Ya había sufrido demasiado en su vida anterior y ver cómo esa verdad comenzaba a desmoronarse sobre ellos, la acercaba demasiado a la tormenta. La tormenta de dolor y sacrificio que nunca había terminado de entender.
Sus manos temblaban, sus lágrimas ya no eran solo por la confusión. Se sentía traicionada por el destino, como si el pasado y el presente se hubieran entrelazado en una telaraña de recuerdos rotos. “¿Y si lo pierdo otra vez?” se preguntó mientras corría, sin importarle las antiguas pinturas y los ecos que parecían seguirla a lo lejos. “¿Y si esta vez no regreso?”
“Elise...” El nombre atravesó su mente como una daga. Ese nombre, esa mujer del pasado, la misma mujer que había amado a Cedric, que había vivido el dolor y la tragedia con él. ¿Cómo podía ser él, y al mismo tiempo, algo completamente diferente? La confusión la ahogaba.
“No puedo decirle que soy Elise.”
La idea le parecía imposible. El miedo la paralizaba.
“No quiero ser quien fue ella. No quiero enfrentar el dolor que ella sufrió, el abandono...”
Recordaba la soledad de su corazón, ese vacío que siempre había estado allí, como si la historia que se había repetido una y otra vez ya no tuviera fin.
“¿Por qué no lo recuerda?” sollozó. “¿Por qué se resiste a la verdad?”
La angustia de esa pregunta la quemaba por dentro.
“Si solo pudiera decírselo... Si solo pudiera decirle que soy Elise.”
Un eco de su propio llanto se perdió en el viento, y con ello, la sensación de que la mansión misma la observaba, como si Kingsley Hall tuviera conciencia de sus pensamientos, de sus miedos, como si la historia estuviera tomando forma una vez más, y ella solo fuera una pieza más en un tablero de ajedrez.
Entonces, sus ojos se cerraron y un susurro se le escapó de los labios, como una oración que nunca había tenido la valentía de pronunciar antes.
“Por favor, no me hagas vivir esto otra vez.”
La historia de amor, de traición, de reencuentros y despedidas, la historia de Elise y Cedric, la historia de Nicholas y Laura, se fundían en un solo grito en su pecho. Pero no sabía si podía soportarlo. No sabía si podía volver a amar al hombre que había sido, el que había regresado para arrastrarla a su dolor.