Buscando Respuestas
Laura ajustó su bufanda mientras salía apresurada de su apartamento. Su cabeza seguía dando vueltas con las imágenes de los dibujos, cada una más perturbadora que la anterior. Justo al cruzar la puerta, su mirada se detuvo en el pequeño rincón de su sala donde tenía varios caballetes y lienzos a medio terminar.
El caos del espacio, con pinceles secos y tubos de pintura esparcidos, le pareció extraño. Siempre mantenía su lugar de trabajo organizado, pero en las últimas semanas había estado demasiado absorta con el retrato de Cedric como para preocuparse por sus propios proyectos.
Caminó hacia los cuadros. Uno de ellos mostraba una copia de un retrato victoriano que le había encargado el director del museo como parte de un proyecto de catalogación. Se suponía que esas copias debían llevar marcas específicas, algo que permitiera diferenciarlas claramente de los originales. Laura, meticulosa como era, siempre incluía un detalle único: un pequeño relicario escondido en algún lugar de la pintura.
Su mirada recorrió la tela. Allí estaba, en la esquina inferior derecha, casi imperceptible a menos que supieras dónde buscar. Un relicario ovalado, con un diseño casi idéntico al que había dibujado en sus cuadernos desde niña. El mismo diseño que ahora aparecía en su mente cada vez que pensaba en el retrato de Cedric Kingsley.
El aire a su alrededor pareció congelarse.
- Esto no puede ser... - susurró, con la voz quebrada.
Se giró hacia otro cuadro, una copia de un paisaje bucólico. Y allí estaba de nuevo: el relicario, esta vez escondido entre las ramas de un árbol. Cada vez que hacía estas marcas, lo hacía inconscientemente, como una especie de firma personal, pero ahora, después de lo que había encontrado en sus cuadernos el diseño, la hacía temblar.
Su mente corría. ¿Por qué ese diseño? ¿Por qué siempre ese relicario? Lo había incluido en docenas de pinturas y dibujos sin pensarlo, como si fuera algo natural, casi automático. Pero ahora parecía un símbolo cargado de un significado que no podía descifrar.
Laura retrocedió un paso, tropezando ligeramente con una caja de materiales. Su respiración era rápida y sentía el peso del descubrimiento cayendo sobre ella como una losa ¿Qué tenía ese relicario? ¿Por qué aparecía en todas partes?
No podía ignorarlo más. El relicario no era solo un detalle estético. Era un eco, una conexión con algo más grande, algo que iba más allá de su comprensión actual.
Tomó su abrigo y salió apresurada hacia el museo, con el corazón latiendo con fuerza. Necesitaba volver al retrato de Cedric Kingsley. Quizá, solo quizá, la pintura guardara más secretos de los que había imaginado. Y tal vez, si se atrevía a mirar más de cerca, podría encontrar respuestas sobre el relicario que, sin saberlo, la había perseguido toda su vida.
Laura encendió el motor de su auto, sus manos temblaban ligeramente mientras agarraba el volante. La imagen del relicario seguía grabada en su mente, como una chispa que no podía apagar. No había tiempo para pensar. Necesitaba ver el retrato de Cedric Kingsley ahora mismo.
El viento frío de la noche cortaba su rostro a través de la ventanilla entreabierta mientras pisaba el acelerador. La ciudad, envuelta en sombras, parecía moverse más lentamente que su propio corazón, que latía frenético. Cada semáforo en rojo era una pequeña tortura y cada segundo de espera la llenaba de una urgencia que no podía explicar.
El relicario. Los dibujos. Sus sueños. Todo parecía estar conectado, como hilos de un tapiz antiguo que por fin comenzaba a revelar su diseño. Pero ¿qué tenía que ver ella con todo esto?
Cuando llegó al museo, frenó bruscamente en el pequeño estacionamiento trasero, ocupando dos espacios sin importarle las miradas reprobatorias que pudiera recibir. Se bajó del auto sin siquiera comprobar si había traído las llaves de regreso a casa.
Su vestimenta era un desastre: sudadera gris holgada, pantalón de buzo y zapatillas desgastadas. Había intentado cubrir el desaliño con una gabardina que apenas llegaba a cerrarse. Laura sabía que era una imagen incongruente con el entorno impecable y profesional que siempre ocupaba en el museo, pero no le importaba. La necesidad de respuestas superaba cualquier preocupación por las apariencias.
Subió las escaleras de la entrada principal a toda velocidad, jadeando levemente por el esfuerzo. El guardia nocturno, un hombre mayor de rostro amable, la observó con sorpresa mientras ella se aproximaba a la puerta.
- Señorita Blackwood, ¿Todo bien? - preguntó, alzando una ceja al verla.
- Necesito entrar. - respondió Laura rápidamente, sacando su identificación sin darle tiempo a objetar - Es sobre el retrato de Kingsley. No me tomará mucho tiempo, lo prometo.
El guardia dudó por un momento, pero finalmente asintió, movido más por la urgencia en su tono que por sus palabras. Abrió la puerta y dejó que Laura pasara.
El interior del museo estaba en penumbra, iluminado solo por luces estratégicas que destacaban las piezas más importantes. Sus pasos resonaban en el suelo de mármol y el eco parecía perseguirla mientras caminaba por los pasillos desiertos.
Cuando llegó a la sala de restauración, dejó escapar un suspiro de alivio. Allí estaba, el retrato de Cedric Kingsley, aún cubierto por la tela protectora que ella misma había colocado al finalizar su jornada anterior.
Se acercó lentamente, su corazón martillando con fuerza en su pecho. Sus dedos temblorosos retiraron la tela con cuidado, como si estuviera desvelando algo sagrado.
La luz tenue de la sala resaltó los detalles del rostro pintado: los ojos penetrantes, el porte elegante y la expresión solemne. Pero Laura no miraba eso. Su atención estaba fija en el borde inferior derecho del cuadro, donde un pequeño relicario pintado descansaba, casi imperceptible. El mismo diseño.
Un escalofrío recorrió su espalda.
- No puede ser... - murmuró, sus palabras resonando apenas como un suspiro.
De repente, la sala pareció enfriarse y una opresión inexplicable se apoderó de su pecho. Era como si el aire alrededor del cuadro se hubiera vuelto más denso, cargado de una energía que no podía entender.
¿Por qué lo había dibujado tantas veces? ¿Por qué aparecía en este cuadro, que nunca había visto hasta ahora?
Llevó una mano a su bolsillo y sacó uno de los cuadernos pequeños que siempre llevaba consigo. Lo abrió rápidamente y buscó el último dibujo del relicario, el que había hecho días antes sin pensarlo demasiado. Era idéntico al del cuadro. Absolutamente idéntico.
Laura se llevó una mano a la frente, cerrando los ojos con fuerza. Sentía que algo, alguna verdad enterrada profundamente, estaba a punto de salir a la superficie. Pero al mismo tiempo, el peso de esa verdad la aterraba. Esto no era normal.
- ¿Qué me estás ocultando? - preguntó en voz baja, mirando directamente al rostro pintado de Cedric, como si esperara que él pudiera responder.
Por primera vez en su vida, el arte no era un refugio. Era un enigma, uno que amenazaba con desenterrar secretos que no estaba segura de querer conocer. Pero también sabía que ya no había marcha atrás.