—Ella me ayudó a entrar al apartamento. Sentía su pecho presionando con fuerza contra mis costillas a cada paso. Yo, en cambio, frotaba la palma de la mano contra el otro pecho con cada movimiento, ejercitando su pezón con mucha fuerza. O no le importó o no se dio cuenta. Para entonces, mi pene estaba duro como una piedra.
Me llevó a la habitación de la bebé. La cuna estaba en una esquina, con su bikini naranja colgando de la barandilla. Había una cama individual contra la pared opuesta. Se soltó de mí y colocó los trozos de tela de su bikini en su sitio como si nada. Apartó la cama de la pared y me dijo que me tumbara boca abajo.
Oí el microondas y me di cuenta de que había salido de la habitación. Me levanté, acomodé mi pene rígido en una posición más cómoda para cuando estoy boca abajo y volví a la cama. De repente, me echó una toalla doblada sobre la espalda y luego algo caliente. Me dijo que debía esperar a que se me pasara el calambre mientras ella revisaba al bebé, que había empezado a llorar brevemente.
El dolor había desaparecido casi por completo cuando regresó, supongo que unos quince o veinte minutos después. Me quitó la toalla y la bolsa caliente y me echó un poco de líquido en la espalda, extendiéndolo con las manos. Volvió a colocarme la toalla y calentó la bolsa caliente antes de volver a ponérmela.
El líquido que me echó en la espalda debió de ser una fórmula secreta, porque empezó a calentarme incluso antes de que regresara con la bolsa caliente. Luego se sentó a horcajadas sobre mis nalgas, vertió la loción mágica en la parte baja del cuello y empezó a masajear la zona. Pensé que no tenía sentido porque no sentía dolor, hasta que palpó un músculo o nervio tenso. Me estremecí de dolor, pero me tenía sujeto. Añadió más líquido mágico allí y encontró el nervio de nuevo. Esta vez estaba preparado y pude controlar mi reacción al dolor.
A medida que trabajaba y la zona se calentaba, pudo sentir cómo el calambre en mi espalda disminuía. Debió percibir que empecé a relajarme porque poco después, también me trabajó los lados del cuello.
Después de un rato, se sentó sobre mis rodillas. Me ordenó que me bajara el bañador porque también necesitaba trabajarme la espalda baja. Una vez hecho esto, me aplicó su loción mágica. Con las palmas de las manos apoyadas en mis nalgas, me exploró los músculos de la espalda baja hasta encontrar otro culpable.
Me tensé de nuevo, pero ella me ayudó a relajarme, excepto por mi pene, claro. Y el hecho es que luego procedió a masajearme las nalgas para quitarme los últimos restos de grasa. Tuve que levantar las caderas y recolocar mi pene, lo cual, obviamente, no pasó desapercibido, aunque ella no dijo nada.
Para el final, me vertió una generosa cantidad de aceite de masaje en la espalda y lo extendió por todo el cuerpo. No sentí ninguna molestia mientras revisaba los músculos que me habían causado problemas antes.
Cuando terminó, se levantó de mis rodillas y me dijo que debía reunirme con ella en el salón para darle tiempo a que la loción de mi espalda se absorbiera.
Tenía una erección que calmar, así que primero fui al baño. Casi no esperé a que la puerta se cerrara tras de mí para sacar mi pene del bañador. Una mancha húmeda donde había estado mi punta me indicó que ya estaba empezando a derramar líquido preseminal. Apreté mi m*****o y se formó una perla de líquido preseminal en la punta, confirmando mi sospecha. Seguí ejercitándome, limpiándolo con papel higiénico.
Hice pis y, cuando terminé, mi erección había desaparecido y ya no me tapaba los pantalones. Me sentí seguro para volver.
Había una toalla sobre el sofá, al otro lado de la habitación, para evitar que el aceite de mi espalda se manchara. También se sentó sobre una toalla, junto al bebé, que aún estaba cubierto por su pareo. Me sentí y la miré.
Todavía llevaba el bikini blanco y nada más, pero ¡joder!, ¡la parte de arriba del bikini ahora estaba empapada en aceite de masaje y era totalmente transparente! Sus pechos también estaban aceitados y brillaban con la luz, haciéndolos parecer aún más grandes que antes. Las copas se ajustaban a sus pechos y resaltaban sus duros pezónes. Me llamaron la atención las areolas oscuras, que eran enormes y se extendían más allá de las copas que se suponía que debían cubrirlas. ¡O sea, eran de este tamaño!
Steve hizo un círculo con los dedos de ambas manos para mostrar el tamaño. —Tres pulgadas, quizá más. Probablemente no lo vi antes porque se desvanecieron hacia el borde, donde no era tan oscuro ni pronunciado. Luego miré hacia abajo para ver si también se había derramado algo de aceite en la parte inferior del bikini.
Al principio, me decepcionó porque no había nada que ver. Tenía las piernas cruzadas y de espaldas a mí. Me preguntó si quería un refresco de cola y le dije que sí. Podría tomarme una copa si tenía que esperar. Cuando se levantó, giró las piernas hacia mí y las abrió. Aunque el trozo de tela era realmente diminuto, lo cubría todo, por lo que pude ver. Lo que sí estaba claro era que estaba bien afeitada ahí abajo.
Mi pene se puso rígido de inmediato y empezó a presionarse contra mi bañador. Debió de verlo porque sonrió y me besó con la boca. Se levantó y fue a la cocina. No pude evitar mirarle el trasero otra vez. Creo que lo sabía y caminó muy despacio a propósito, moviendo su trasero desnudo de forma seductora.
Joder, estaba aún más tieso que antes y no pude disimularlo. Se inclinó de forma excesiva y descuidada mientras buscaba una botella en la nevera. Tío, déjame decirte que esa imagen todavía está grabada en mi memoria. Durante todo el minuto, se quedó allí parada, con el culo apuntando directamente hacia mí y las piernas ligeramente abiertas. Y sus pechos colgaban tentadoramente, como un extra.
Encontró la botella y se levantó para sacar los vasos del armario superior. Me levanté con la excusa de recogerle la bebida, pero mi verdadera intención era verla de cerca cuando devolviera la botella al refrigerador.
De nuevo, se agachó deliberadamente sin cuidado. Desde cerca, pude seguir el tirante fino por la grieta entre sus nalgas hasta donde se conectaba con la funda de la v****a. Había un oscurecimiento en el pliegue de la pezuña de camello por donde se filtraba algo de humedad.
Cuando se dio la vuelta, me preguntó si quería un sándwich mientras esperaba. Acepté la oferta con sentimientos encontrados y volví a la silla. Mi cabeza me decía que corriera, pero mi pene me decía que me quedara. Cuando terminó, me dio el sándwich.
De camino hacia mí, noté que sus bragas formaban una especie de pezuña de camello más profunda y estaban casi completamente metidas entre los labios. La bebé empezó a moverse, y ella corrió a calmarla. Se sentó en el diván junto a su cabeza y le puso la mano sobre la cabeza para calmarla. Fue descuidada o deliberada, lo cual empecé a sospechar, por la forma en que se sentó frente a mí con las piernas ligeramente abiertas hacia mí.
Dijo que quería ponerme una de esas tiritas analgésicas en la espalda, pero que necesitaba ducharme para quitarme el aceite. Me pareció lógico, así que volví al baño. Cerré la puerta y puse mi toalla delante de la ducha como si fuera una alfombra. Abrí el agua y esperé a que se calentara.
Llamó a la puerta y me dijo que no usara la toalla porque podría tener aceite derramado. Iría a buscar una limpia y me la dejaría dentro. Cuando salió el agua caliente, ajusté la temperatura y me metí en la ducha. Oí que se abría la puerta y pensé que me había traído la toalla. Justo cuando hundí la cabeza en el agua, sentí sus brazos rodeándome para tomar mi erección. Sus deliciosas y firmes tetas volvieron a presionarme la espalda. ¡Joder, tío! Nunca pensé que mi erección pudiera ponerse tan rígida. Sentí como si mi piel se desgarrara.
Tomó una esponja de la rejilla de la ducha, le echó jabón y empezó a lavarme. Primero el torso y luego la espalda. Después, bajó hasta el trasero, los isquiotibiales y entre las piernas. Sus pechos estaban pegados a mi cuerpo. Cuando terminó con la espalda y la parte interior de las piernas, comenzó a lavarme la parte delantera de las piernas, desde los dedos de los pies hacia arriba.
Mi pene estaba obviamente duro como una piedra cuando empezó a lavarlo. Empujó el prepucio hacia atrás y lo limpió a fondo. Cuando terminó, metió la esponja entre mis piernas, me limpió los testículos y terminó con mi vello púbico.
Luego se giró y se levantó el pelo, dejando al descubierto el moño que llevaba en la nuca, invitándome a soltarlo. Una vez desatado, se giró y bajó lentamente los cordones para retirar las copas transparentes de sus hermosos pechos. Se detuvo el tiempo justo para que pudiera ver bien sus oscuros pezones. Las areolas eran oscuras cerca de los pezones y se desvanecían hacia el borde. Desató los lazos de la braguita del bikini, que cayó al suelo de la ducha.
Me puso la esponja en las manos, vertió jabón y se paró frente a mí, de espaldas a mí. Pateó la parte de abajo hacia un rincón e hizo un gesto para que desatara el lazo que le quedaba en la parte de arriba. Sus nalgas presionaron con fuerza contra mi erección. ¡Vaya! Si no era una invitación a lavarla, entonces no soy Steve. Decidí que la esponja era completamente innecesaria y pronto se unió al bikini en la esquina de la ducha.
La lavé con las manos desnudas. Joder, creo que ni siquiera usé jabón. Mis manos estaban sobre todo en sus pechos y sobre o dentro de su coño. Y sí, estaba bien afeitada y completamente suave. Sus pechos se sentían más firmes y pesados de lo que recordaba de mi anterior encuentro con una chica. No me importó y simplemente disfruté la oportunidad.