5- Demasiado egoista para intentarlo

2550 Words
Los faros atraviesan la niebla oscura y el coche acelera por la autopista. Miro mi reloj. No son ni las siete y está más oscuro que cualquier agujero n***o. Creo que lo que más odio de las fiestas es que los días sean tan cortos, y también el día de mi cumpleaños, la víspera del año nuevo y el aniversario del mismo día en que mi padre dió su último suspiro. Tal vez me siento nostálgico, o tal vez he perdido la cabeza, porque de alguna manera Lavinia me convenció de viajar a casa con ella para que pudiéramos hablar con CJ. Todavía no estoy seguro si dije que si para callarla o porque estaba borracho o porque realmente le creí: que mi legado está en peligro y necesita de mi ayuda. Claro que sé que no soy un salvador, pero tengo que intentarlo. Pero antes de intentar arreglar algo, tengo que entender a que me enfrento. Sintiéndome mucho más sobrio, reviso al conjunto de estados de cuenta que me habían enviado por correo electrónico antes de venir a casa. Nervioso, me froto la mandíbula desaliñada y trato de calcular cuánto dinero se necesita para pasar el primer trimestre. Es mucho. Demasiado. Vuelvo a tocar los números en mi pantalla. Nada cambia. las cosas estan mal. Realmente mal. Estan tan mal que no veo salida, solo veo el final. Apago la luz del techo del auto, le envió un mensaje a Evan para avisarle que mi pent-house está vacío en caso de que quiera usarlo y luego dejo mi teléfono en el asiento a mi lado y cierro los ojos. Estoy muy cansado y tengo el cerebro frito. Dormir. Necesito dormir un poco. Tal vez me ayude a ver las cosas de otra manera. Un poco más claro. Podría ayudarme a encontrar la solución. Un plan realista sobre como revertir esta terrible situación. Una que no implique vender Florence Cal en pedazos para cubrir los gastos operativos del próximo trimestre, y definitivamente uno que no incluya que venda mi alma a la diablesa. Los sueños me llegan en forma de pesadillas. Aquella noche, hace tanto tiempo. El hospital. Todo lo demás. Incapaz de soportar revivir ese momento, abro los ojos de golpe. El coche sale de la autopista 29 hacia la calle Adams y se dirige directamente hacia Healdsburg. Muevo la cabeza en dirección a la mujer mayor. —¿A dónde diablos crees que vamos? — pregunto furioso en la oscuridad. Así que cenar no era lo que Lavinia tiene en mente. Puede que Healdsburg, California, tenga tan solo cuatro millas cuadradas de superficie y este ubicada en el centro del mundialmente famoso valle vinícola de Napa, pero para mí es lo más profundo del infierno. Lavinia esta reclinada y tiene los ojos cerrados, pero sé que no está completamente dormida. Los demonios como ella nunca duermen del todo. Irritado, me estiro por encima del asiento y le sacudo el brazo. —Lavinia, despierta de una puta vez. Pensé que íbamos a cenar en San Mateo. Esto no es gracioso— Antes de que pueda despertarla de su sueño fingido, el auto asciende por la cima de la colina de tierra hacia la casa de la “ella” más joven, con su vista interminable de viñedos en el lado oeste más codiciado del Valle de Napa. Tan vasto. Tan grande. Tan jodidamente pretencioso. Esta tierra está al sur del viñedo de George Dalton. George era un hombre de setenta y cinco años que poseía más acres en el Valle de Napa que cualquier otra persona. Esta propiedad en particular tambien es el vértice que separa la tierra de los Castello de los King, la mía, la nuestra, la de ella, la de quien sea. Y no se ha visto afectada por el incendio en lo más mínimo. Estar aquí es una locura. No tengo intención de pasarme por France Castello para ver si podemos charlar sobre emparejarnos. Quiero decir, vamos. ¿Casarnos?. La idea en si me pone furioso. Es absurdo. Ridículo. Loco. El polvo se arremolina en el aire afuera mientras el coche gira alrededor de la montaña. Cada vez más cerca. siento que se me acelera el pulso y rápidamente presiono el botón de llamada. Al no recibir respuesta, toco el vidrio de privacidad. —Da la vuelta a este coche— ordeno, aunque sé que Felipe no puede oírme y, para ser sincero, sé que, aunque pudiera, solo recibe ordenes de la reina malvada Lavinia. Aún así, sigo golpeando, con la esperanza de que mi edad adulta o mi tamaño mucho mayor pudieran cambiar la situación en la que me había encontrado demasiadas veces en el pasado. No importa. Es como si todavía fuera ese adolescente en problemas y el me estuviera alejando para encubrir la mala acción. De repente, los muertos se levantan. Lavinia extiende la mano hacia mí y me agarra. —Detente, Andréi. No servirá de nada— Se me encoge el pecho y la ira me desgarra. Todos los nervios mientras la miro con enojo. —Tienes razón, no servirá— Ella sabe lo que quiero decir, pero aún así me dirige esa mirada que odio, la que dice que ella sabe más. Ella no lo hace. Ya no. —Además, dudo que todavía viva con papá— Su mano permanece en mi manga. —Ella no tiene mucho que regreso, Andréi, así que con el dinero escaso y con su padre solo, lo más probable es que lo haga— —No importa— murmuro. —Mi plan puede funcionar, Andréi, pero tienes que darle una oportunidad. Habla con Frances. Tantéala. Vinos Castello está muy vulnerable y su respuesta podría sorprendente— Me suelto de su agarre. —¿No hablas en serio? ¿Quieres que haga esto ahora mismo? — pregunto. —Es noche vieja y mi cumpleaños, por si lo has olvidado, e incluso si por algún milagro ella está en casa, no pienso desperdiciar mi noche con ella— Hmm… desperdicio me parece la palabra equivocada por mucho que quisiera que fuera la correcta. El coche se detiene y, en ese momento, Lavinia se acerca a mí y abre la puerta de golpe. Nunca la había visto moverse tan rápido. —¿Qué demonios? ¿no me has oído? — digo furioso. —No voy a hablar con ella, y menos esta noche de todas las noches— —Te escucho y no me importa que día del año sea. Podrá ser Acción de Gracias, Navidad y Pascua, todo junto en un día de fiesta espectacular, y eso no cambiará nada. Independientemente de la ocasión, vas a dejar de actuar como el imbécil egoísta que eres y al menos intentaras hablar con Frances— La ira se agita en el aire. Ella. Yo. Ella nunca me había hablado así. —Ahí es donde te equivocas— le grito. —No lo haré— —Si. Lo. Harás— Lo que pasa después nunca lo vi venir. Nunca lo habría imaginado. Lavinia me empuja fuera del auto y cierra la puerta de golpe antes de que pueda procesar lo que ha hecho. Y luego, como si hubiera sido orquestado. Felipe pisa a fondo el acelerador del viejo Mercedes. Así, sin más, se fueron a toda velocidad, las luces traseras se apagaron mientras descendían por la montaña y el polvo que quedo en el aire fue la única prueba de que alguna vez estuvieron allí. De ninguna manera eso paso. —Mi teléfono— grito sin dirigirme a nadie. Sobre mi trasero, suspiro con incredulidad. Genial. Estoy aquí, abandonado, sin medio de comunicación y sin coche. Mierda, genial. No es como si pudiera detenerla. ¿Qué podría haber hecho? No iba a empujar a la vieja ni a maltratarla. No soy tan vil. Nunca le pondría la mano encima a una mujer. No soy mi padre. Desde mi posición en el suelo, miro hacia arriba. La casa parece ruidosa. Los pilares, que antes eran audaces, es estan descascarando y las ventanas de la casa de huéspedes estan tapiadas. De repente, el lugar comenzó a iluminarse con un árbol de Navidad. Todas las bombillas que no estaban quemadas se encendieron como si estuvieran sincronizadas. Por un momento, olvidé que han pasado diez años desde la última vez que había puesto pie en esta tierra. Había estado aquí más veces que las que puedo recordar, pero nunca me había gustado realmente el lugar. Se debe al estilo del sur de Francia, que en su día puedo haber sido majestuosa, pero perdió su grandeza hace mucho tiempo. Mierda, el viejo Bernard ni siquiera es francés. No es que me importe. Lo único que recuerdo del lugar son las paredes de piedra, arcos y un frío glacial. No hay ni una pizca de calor en ningún lado. Por otra parte, no es que no lo haya. Hace calor cuando estas dentro del lugar porque normalmente ella estaba adentro. Había pasado mi tiempo en su habitación en su cama doble, o en el estudio en el sofá cama, y a veces en aquella vieja y espeluznante casa de huéspedes que olía como un ático viejo. El denominador común eran camas, camas y más camas. Si, Frances y yo habíamos follado como conejos durante más de tres meses seguidos. Intento borrar el recuerdo de aquellas noches locas en las que aprendimos el significado del sexo, pero antes de poder apartarlas de mi mente, la gran puerta arqueada de roble empieza a abrirse con un crujido. Esperando que fuera la ayuda o el infierno, incluso el mismísimo viejo Bernard, siento la sangre bombear por mis venas como un reguero de pólvora cuando aquella vieja puerta de madera se abre de par en par y puedo ver que no es ninguna de esas personas. Ese mismo cabello canela ondea al viento, y esos labios carnosos sin cambios fruncen el ceño al mismo tiempo en que su pequeña nariz pecosa se arruga. Mierda. Mierda, mierda. Y ese cuerpo, todavía está más sexy que la mierda. Bajo la mirada, pero lo único que puedo ver son esas tetas perfectas y esas piernas largas, largas. Dirijo la mirada hacia mis zapatos polvorientos y trago más de una vez para no jadear como un colegial por ella. Ella no ha cambiado. Su cuerpo sigue siendo más apetitoso que el de cualquier supermodelo y yo todavía quiero entrar en ella como siempre lo había hecho. Profundo. Duro. Y rápido. Pero no lo haré. No puedo. Ni aunque ella me rogara. Ella no es confiable. Y no lo será nunca. Quemarme una vez, es tu culpa. Quemarme dos veces, es mi culpa. O algo así dice el dicho. Incluso sabiendo eso, no puedo evitar que mis ojos se alejen. Que paren de mirarla. Esto fue un problema. No, ya no es un problema, estoy en problemas. Vestida únicamente con una bata de seda, se para en el porche bajo la luz brillante y me mira con esos grandes ojos color avellana que deben de ser tan grandes como los míos. Tan pronto como nuestras miradas se encuentran, la sorpresa congela su boca en una perfecta “O” —¿Andréi? — pregunta. Asiento como un idiota. Como si estar aquí no sea algo completamente fuera de lo común. —¿Qué demonios estás haciendo, acechando aquí en la oscuridad? — Su voz es fría, dura e incluso después de todos esto años todavía llena de ira. La tensión reina en el aire y esa atracción no deseada que me había perseguido durante diez años parece asfixiarme. Por un minuto, lo único que puedo ver son esas piernas largas, larguísimas y lo único que pude hacer es recordar cómo me rodeaban, como me la follaba, como la tocaba, como la besaba. Simplemente no se desvanece. Hasta que recuerdo nuestro fin, y solo entonces puedo obligarme a terminar con los sentimientos lujuriosos no deseados. Florence Cal esta en problemas. Ella es nuestra salida. Puedo hacer esto. Lo que pasó entre nosotros fue hace diez años. Un drama adolescente. Ya somos adultos. Puedo superar lo que había pasado si ella puede y tal vez podamos fusionar nuestras empresas, después de todo. Nuestras empresas. Nuestros cuerpos. Florence Cal está en problemas, me digo una vez más. Ella es la salida, me recuerdo. De todos modos, lo más seguro es que ya no me atraiga, especialmente después de lo que había pasado entre nosotros. Simplemente estoy cansado, con resaca y todavía caliente por lo de antes. Eso es todo. Podría ser un acuerdo comercial entre dos adultos; no tiene por qué ser absurdo. —¿Andréi? — pregunta por segunda vez, protegiéndose los ojos para ver más allá de las sombras vibrantes que proyectan las luces. —¿Qué estás haciendo aquí? — pregunta de nuevo. Se me erizan los pelos de la nuca y siento que el aire está cargado de una electricidad que no había sentido en años. ¿A quién estoy engañando? No puedo hacer esto. No haré esto. El amargo final todavía está. Demasiado vivido. Demasiado presente. Demasiado. Ella es una viuda negra, y estoy condenado si quedo atrapado en su red. Mi abuela adoptiva había hecho todo lo posible para mantener el control de Florence Cal, pero yo no puedo ser como ella. No puedo serlo. No así. No con ella. A pesar del odio que Lavinia sentía por mi padre, se casó con él en su lecho de muerte. Se caso con mi padre. Un hombre mucho más joven que ella. Un alcohólico con poca ambición y aún menos ética laboral. Un hombre lleno de ira y odio. Un hombre al que Lavinia despreciaba por razones que yo desconozco y que nunca me importó saber. Todo lo que sé es que después de la muerte de mi abuelo, mi padre hizo todo lo posible para declarar a Lavinia incompetente para dirigir la empresa y, de alguna manera, logró quitarle el control. Control que mi abuelo le había dejado a ella. El matrimonio con él era para ponerla nuevamente a cargo y mantener a Florence Cal fuera de las manos de la junta directiva, quienes estaban demasiado ansiosos por sacar la compañía del control de la familia King debido a su pobre desempeño. Lo entiendo. Para detener a los buitres, Lavinia tuvo que casarse con mi padre y, al hacerlo, se convirtió en su viuda y recuperó el control solo unas horas antes de su muerte. Al final logró mantener a Florence Cal en la familia. Así que si, supongo que podríamos llamarlo un acto desinteresado. Pero ese no soy yo. No soy quien soy. No habrá ningún movimiento de bandera blanca por mi parte. No con Frances Castello. Agobiado y herido, me pongo de pie sabiendo que nunca seré como la mujer que me crió. Limpio el polvo de mis pantalones y meto las manos en los bolsillos. Todo esto de “dejar el pasado, pasado” no es para mí. Tengo que salir de aquí, así que hago lo que cualquiera en mi humillante situación haría. Me arranco la corbata y le doy a Frances una mirada gélida antes de gritar: —Me voy— y luego le doy la espalda. En verdad, soy demasiado egoísta como para siquiera intentarlo.
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