
Adrián ha aprendido a sobrevivir solo. Desde niño, las calles son su único hogar: cartones, silencios y la indiferencia de una ciudad que no se detiene por nadie. No recuerda la última vez que alguien lo miró sin lástima. Hasta que un día, en la esquina de una cafetería, una chica lo ve de verdad.
Clara es todo lo contrario: estudia, trabaja con su tío, sonríe aunque por dentro aún arrastre la sombra de una pérdida que no ha sabido cerrar. Tras la muerte de su madre, se refugió en el arte y en un pequeño jardín abandonado que considera mágico. Allí dibuja lo que no puede decir.
Sus mundos no deberían cruzarse, pero lo hacen. Primero con una mirada. Luego con una conversación. Y después, con una promesa silenciosa: no dejar que el otro vuelva a caer.
Cuando Clara encuentra a Adrián una noche de invierno, temblando de frío en un banco, decide llevarlo a su casa. Lo que empieza como un gesto de compasión se convierte poco a poco en algo más profundo: dos almas rotas que aprenden a confiar, a sanar y a descubrir que el amor puede nacer incluso en los lugares más rotos.
Entre calles frías, dibujos, miedos y pequeños milagros cotidianos, “ La soledad tiene limites” cuenta una historia sobre segundas oportunidades, sobre lo difícil que es dejarse ayudar… y sobre lo hermoso que resulta, por fin, tener un lugar donde quedarse.

