CAPITULO 4 - EL REGRESO

866 Words
Capítulo 4 – El regreso Pasaron dos mañanas antes de que Adrián se decidiera. La primera caminó en círculos por calles alejadas de la plaza, luchando contra sus propios pensamientos. La segunda llegó incluso a acercarse a la esquina, pero cuando vio la fachada de la cafetería se detuvo en seco, como si un muro invisible lo obligara a retroceder. No se sentía preparado para descubrir que todo había sido un espejismo. Pero al tercer día, el frío era tan intenso y el recuerdo de aquella sonrisa tan persistente que no encontró fuerzas para seguir huyendo. A media mañana, con las manos enterradas en los bolsillos de su chaqueta gastada, se encaminó hacia la plaza. El corazón le latía con violencia, como si cada paso lo llevara a un destino inevitable. La cafetería bullía de vida. A través del cristal vio a varias mesas ocupadas: un grupo de estudiantes riendo, una pareja discutiendo en voz baja, un hombre mayor leyendo el periódico con gesto serio. El olor a café tostado se escapaba por la puerta entreabierta y lo envolvió en un instante, devolviéndole recuerdos de otra vida, de cuando aún era niño y lo llevaban a desayunar en alguna panadería los domingos. Se quedó quieto frente al escaparate, dudando. ¿Y si no estaba? ¿Y si ni siquiera se acordaba de él? Pensó en marcharse, pero en ese instante la puerta se abrió y Clara salió con una bolsa de basura en la mano. Lo reconoció enseguida. Sus ojos se iluminaron, y durante un segundo Adrián sintió que todo el ruido de la ciudad desaparecía. —Has vuelto —dijo ella, dejando la bolsa a un lado. Él se encogió de hombros, incómodo. —Pasaba por aquí… —mintió. Clara sonrió, como si no creyera en absoluto su excusa. —Me alegro de que lo hayas hecho. Espera un momento. Entró de nuevo y regresó enseguida con un vaso de café con leche y una tostada envuelta en papel. Se lo tendió sin ceremonias, como si fuera lo más normal del mundo. —Aquí tienes. Está caliente. Adrián dudó antes de aceptar. Cada gesto amable lo desarmaba, lo hacía sentir vulnerable. Tomó el vaso con cuidado, notando cómo el calor se extendía por sus manos entumecidas. —No deberías… —empezó a decir. —Claro que sí —lo interrumpió ella con firmeza—. No me cuesta nada, y tú lo necesitas. Él bajó la mirada, sin saber cómo manejar tanta naturalidad. Hacía mucho que no conversaba con alguien sin sentir que sobraba. Clara parecía no ver en él lo que los demás veían: un estorbo, un problema. Ella lo trataba como a una persona. Se sentaron juntos en el escalón, como la vez anterior. Clara se frotó las manos para entrar en calor y lo miró con curiosidad. —Entonces, ¿siempre estás por aquí? Adrián vaciló. No le gustaba hablar de su vida, pero había algo en su voz que invitaba a confiar. —Más o menos —respondió evasivo. Ella no insistió. Sacó un bolígrafo del bolsillo de su delantal y empezó a garabatear en una servilleta. Dibujaba sin mirar, como si eso le ayudara a ordenar sus ideas. —Me alegra que hayas vuelto, Adrián. Pensé que no te vería otra vez. El simple hecho de que recordara su nombre lo conmovió más de lo que estaba dispuesto a admitir. —Yo… tampoco estaba seguro de volver —confesó en voz baja. —¿Por qué? —preguntó Clara, levantando la vista. Adrián se encogió de hombros. —No suelo ser… alguien que la gente quiera tener cerca. Clara frunció el ceño, como si no entendiera esas palabras. —Eso no es cierto. Al menos, no para mí. El silencio se instaló entre los dos. Adrián bebió un sorbo de café, agradecido de tener algo que ocupar sus manos. La tostada seguía intacta en su regazo, como si aceptarla por completo significara cruzar una línea peligrosa. —¿Y tú? —se atrevió a preguntar de pronto—. ¿Siempre trabajas aquí? Clara asintió. —Sí. Es el negocio de mi tío. Yo estudio por las tardes y ayudo por las mañanas. No es el trabajo de mi vida, pero… me gusta estar aquí, ver pasar a tanta gente distinta. —Gente distinta —repitió Adrián con una sonrisa amarga. Clara lo miró fijamente. —Justo. Gente distinta. Sus ojos no se apartaron de los suyos, y por un instante Adrián sintió que ella lo estaba desarmando capa por capa, atravesando esa coraza que llevaba años construyendo. El murmullo de la ciudad volvió a invadirlos. Dentro, alguien reía a carcajadas; afuera, un coche frenó bruscamente y un claxon interrumpió la calma. Clara dobló la servilleta con su dibujo, la guardó en el bolsillo y se levantó. —Tengo que volver dentro. Pero… —hizo una pausa, como dudando— espero que mañana también pases “por aquí”. Adrián no respondió. Solo la observó entrar en la cafetería, con el corazón latiendo demasiado rápido. Y mientras terminaba el café, supo que lo haría. Que volvería, aunque le aterrara. Porque por primera vez en años, alguien lo había visto.
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