Ales Drovak no dejaba de mirar su móvil. Habían pasado varias horas desde que dejó a Natalia en su apartamento, y algo en su pecho no se sentía bien. Era una intuición, una punzada silenciosa que le susurraba que algo no estaba bien.
Recordó el brillo en sus ojos cuando habló de irse juntos, de escaparse a un paraíso, con la nana, con libertad… y pensó en lo bien que se sintió besándola en la puerta, dándole aquel dulce partido a la mitad.
Ella le había prometido dulzura incluso en la distancia.
Marcó su número. Una vez… dos veces… Nada. En la tercera llamada, alguien contestó.
—¿Natalia? —preguntó, sintiendo un alivio instantáneo.
Pero la voz al otro lado del teléfono no era la de ella. Era grave, firme, desconocida… y masculina.
—¿Quién llama? —dijo la voz con un tono seco pero edu
