La noche había caído sobre la ciudad, pero en el interior de la mansión de Ales Drovak, la calma no existía. El silencio era denso, cortante, como si el aire mismo pesara sobre sus hombros. Ales caminaba inquieto por la sala, incapaz de concentrarse en nada. La ausencia de Natalia lo estaba devorando por dentro. Entonces, escuchó pasos suaves acercarse. Era Ivana, su madre, quien lo observaba desde el umbral con una mirada que mezclaba preocupación y amor. —Ales, ¿puedo hablar contigo un momento? Él asintió en silencio y se sentó en el sofá, frotándose las sienes con las manos. Ella se acercó con cautela, sentándose a su lado. —Sé que algo no anda bien —dijo con voz baja—. ¿Dónde está Natalia? Ales tragó saliva, sus ojos cansados y llenos de una tristeza que le costaba ocultar. —Se fu

