El silencio de los comienzos

2222 Words
Natalia salió temprano aquella mañana. Se vistió según lo que Google le había sugerido que era apropiado en Praga: sobrio, práctico, discreto. Era su primer día sola en una ciudad que apenas conocía, aunque algunas costumbres no le eran del todo ajenas, gracias a los relatos de su padre, Janek Estévez, un viajero empedernido que le había contado tantas veces sobre los tranvías antiguos, los inviernos largos y las sonrisas que se esconden detrás del idioma duro de los checos. Caminó sin prisa hasta un supermercado grande y luminoso. Llenó su carrito con comida para un mes entero: arroz, café, mermeladas, sopas instantáneas, chocolate, pan n***o, frutas deshidratadas, enlatados y papel higiénico en exceso. Cuando llegó a la caja, la joven que la atendía la miró como si se estuviese preparando para el fin del mundo. Natalia solo sonrió con cortesía. Sabía que no era eso. Solo quería encerrarse un rato. Llorar en paz. Dormir sin sobresaltos. Comer sin miedo. Respirar sin sentir culpa. Soltar esas heridas que aún sangraban por dentro. Al salir, pasó frente a una tienda de electrónica. Entró, eligió un nuevo teléfono y, sin pensarlo mucho, apagó el viejo. Lo guardó en el fondo de su bolso como quien entierra una etapa. Richard no volvería a contactarla. Esa línea quedaría muda para siempre. Necesitaba cortar por completo. Solo había una llamada que le importaba. Marcó el número de su madre, Aurora Novoa, con manos temblorosas. Cuando escuchó su voz, cálida y dulce, por poco rompe a llorar en la calle. —Estoy bien, mamá —fue todo lo que logró decir. —Te creo, hija —respondió Aurora con firmeza—. Pero recuerda: estar bien también es llorar un rato. Haz lo que tengas que hacer, pero no te olvides de ti. Con esas palabras en el pecho, Natalia volvió a casa. Cerró la puerta con llave, bajó las persianas, se quitó los zapatos y se tiró en el sofá. Puso una serie de drama, encendió la calefacción, abrió una tableta de chocolate y dejó que las lágrimas hicieran su trabajo. Durante días comió a deshoras, durmió mucho o nada, y se preguntó si estaba demasiado delgada o si había engordado. Había olvidado cómo verse sin miedo al espejo. Recordaba las palabras de Richard como latigazos: "No quiero otro embarazo." "Estás más bonita así, delgada." "No puedes dejar de arreglarte, eres mi esposa." Decía que la amaba, pero luego la ignoraba. La miraba con desprecio y luego lloraba suplicando perdón. Fueron años de altibajos que la dejaron rota, confundida, casi sin saber cómo comportarse. Pero ahora tenía una nueva vida. En Praga, nadie la conocía. Y en ese anonimato, quizás estaba su libertad. Las primeras semanas fueron grises. Natalia caminaba por la ciudad como una sombra más entre la multitud. Apenas hablaba con alguien. Lloraba a escondidas en los rincones del tranvía, mientras sostenía una sonrisa impostada durante las entrevistas o al comprar el pan. Las noches eran silenciosas y los días largos, pero estaba decidida a resistir. Todo comenzó a cambiar una mañana cualquiera, gracias a un inesperado incidente perruno. Mientras preparaba café en su pequeña cocina, escuchó un escándalo afuera. Ladridos, golpes en la puerta y la voz de una mujer llamando frenéticamente a "Bambino". Natalia abrió la puerta con cautela y se encontró con una joven elegante, de cabello castaño rojizo y ojos vivaces, que sostenía con una correa a una chihuahua diminuta y gritaba: —¡Bambino! ¡Sal de ahí, por amor a Dior! Un instante después, un pequeño chihuahua con un suéter de rayas azules salió corriendo desde abajo del sofá hacia los brazos de su dueña, chillando como si hubiese estado secuestrado. —¿¡Lo encerraste!? —preguntó la joven, entre divertida e indignada. Natalia, confundida, levantó las manos. —¡No! Lo juro que no lo vi entrar. Solo salí unos minutos por el periódico. Estoy buscando trabajo, y me fui rápido para revisar los anuncios... ni cuenta me di de que había un perro en casa. La chica la miró unos segundos, luego soltó una carcajada y apretó a su chihuahua contra el pecho. —Bueno, Bambino es dramático. Lo alimentas tres minutos más tarde de lo habitual y te monta una ópera. Ambas rieron. Fue la primera vez en semanas que Natalia se sintió realmente humana. —Soy Maja Kováříková —se presentó, dándole la mano mientras sujetaba con la otra a la segunda chihuahua, vestida con un tutú rosa—. Vivo al frente. Y tú debes ser la nueva inquilina del 28B. —Natalia —respondió ella, sonriendo tímidamente—. Mucho gusto. —¿Y dices que buscas trabajo? —Maja ladeó la cabeza, pensativa—. ¿Puedo hacerte una sugerencia? Natalia asintió. —En el edificio donde trabajo están buscando personal. Es una compañía de exportación automotriz e ingeniería avanzada. Dorovak Engineering Group. Está aquí cerca. Yo te puedo pasar el contacto del director de Recursos Humanos. —¿De verdad? —preguntó Natalia, sorprendida por la amabilidad. —Claro. Y si no te funciona, te ayudo a buscar otra cosa. A mí me tomó meses encontrar un sitio que no fuera una pesadilla. Nadie debería pasar por eso sola. Natalia sonrió y le invitó a pasar enseguida. Esa tarde compartieron un café en el pequeño apartamento de Natalia. Hablaron de la ciudad, de los mejores sitios para comprar ropa de segunda mano, de las peculiaridades del idioma y de lo que significaba empezar desde cero, Hasta que llegó la despedida. Unos días después, gracias al contacto que le proporcionó, Natalia fue contratada como asistente administrativa en Dorovak Engineering Group, una de las compañías líderes en su rubro en Europa Central. Aunque el cargo era modesto, significaba estabilidad, nuevos comienzos, y lo más importante: un espacio donde volver a creer en sí misma. Un atardecer cuando, El sol caía lento detrás de los edificios cuando Natalia llegó al portal de su casa. Llevaba consigo una bolsa con un traje elegante: su primera inversión para el trabajo que empezaría el lunes en Dorovak Engineering Group. Aquel simple detalle le había devuelto una pequeña dosis de ilusión. Mientras buscaba las llaves en su bolso, una voz familiar la sacó de sus pensamientos. —¡Hola! —dijo Maja, acercándose con sus dos chihuahuas ruidosos y perfectamente vestidos con pequeños abrigos de lana—. Fui a tu casa, toqué la puerta, pero no estabas. Lo que pasa es que quería invitarte a salir. A pasear... quizás unos tragos. Ya supe que conseguiste el trabajo —añadió con una sonrisa picarona—. Y bueno, yo también estoy sola. Así que pensé... ¿por qué no? Tal vez podamos ser amigas. Natalia se detuvo, sorprendida por la franqueza de Maja, pero no tardó en sonreír. —Me parece genial. No he salido ni una sola vez de noche desde que llegué. Me encantaría. —¡Perfecto! —exclamó Maja—. Entonces iremos. Tú te arreglas y yo dejo a mis chiquillos, ya sabes, para que no me armen drama si llego tarde. —iremos entonces —dijo Natalia con una risa suave. Aquella noche terminó siendo mágica. Por primera vez desde que llegó a Praga, Natalia se permitió ser ella misma. Rieron, brindaron, caminaron por las calles iluminadas del centro, hablaron de todo y de nada. Era como si, de repente, una parte de su alma adormecida despertara. Mientras Maja hablaba, Natalia pensó en Azucena, su última gran amiga. Hacía años que no sabía de ella. Richard la consideraba “demasiado libre”, quizás incluso promiscua, y nunca la vio como una buena influencia. Poco a poco, casi sin notarlo, Natalia había dejado de llamarla, de verla… hasta perderla por completo. Pero ahora estaba allí. En un país nuevo, en una ciudad que aún no comprendía del todo, pero con una mujer espontánea frente a ella ofreciéndole algo tan simple y valioso como una amistad. Recordó entonces las palabras de su madre: "Haz lo que tengas que hacer, pero no te olvides de ti." Y por primera vez en mucho tiempo, Natalia no se sintió olvidada. Se sintió viva. El lunes llegó con un cielo gris, típico de Praga, pero para Natalia todo parecía bañado por una nueva luz. Se vistió con el traje que había comprado días antes, un conjunto sobrio, elegante y perfectamente combinado con su abrigo largo y su bolso sencillo. No quería destacar… pero sí sentirse segura. El edificio de Dorovak Engineering Group era imponente: cristal, acero, y una pulcritud que intimidaba. Desde que cruzó la puerta giratoria, sintió el peso del nuevo comienzo. La esperaba Maja en recepción, siempre carismática, con su estilo excéntrico y profesional a la vez. —¡Llegaste, guapa! —exclamó—. Estás lista para conquistar el mundo. Ven, te voy a presentar a alguien. La llevó hasta una oficina intermedia, moderna y cálida, en el sexto piso. No era el área ejecutiva, pero tenía buena vista y mucho movimiento. Allí, sentada frente a una pantalla curva y con un aire dulce pero determinado, estaba Eliska Horáková. —Ella será tu compañera, tu guía espiritual y, si se porta bien, tu cómplice de almuerzos —bromeó Maja mientras Eliska se ponía de pie para saludarla. —Mucho gusto, Natalia. Bienvenida a este zoológico con corbatas —dijo Eliska con una sonrisa amplia mientras la abrazaba con gentileza—. No te preocupes, todo parece más complicado de lo que realmente es. Yo te enseño. Natalia se sintió inmediatamente aliviada. Eliska tenía ese tono de voz que calma y una manera de explicarse que daba confianza. En las siguientes horas, le mostró el sistema de registros, las plataformas internas, la cafetería del piso cuatro y la sala de descanso que, según ella, era “sagrada”. Después, entre risas y hojas de ruta, le dijo en tono conspirativo: —Ahora bien… ya que estás oficialmente dentro, te voy a hablar de él. —Hizo una pausa dramática mientras bajaba la voz—. Ales Vojtěch Drorak, nuestro CEO. Natalia levantó la mirada, curiosa. —¿El director? ¿Lo conoceré? —Tal vez lo cruces, pero dudo que te hable —respondió Eliska sin perder la sonrisa—. Es hermoso como un diamante, con esos trajes que parecen hechos a su medida por ángeles, y esa mirada que podría derretir a cualquiera… si no fuera porque está hecha de hielo. —¿Es tan frío como dicen? —Más. Y eso que lo veo una vez por semana cuando subo a dejar informes. Es intocable, Natalia. Como una pintura de museo: bello, distante y absolutamente prohibido. —Entiendo —dijo ella con media sonrisa. —Pero no te preocupes por eso. Aquí hay mucho más que hacer que soñar con imposibles. Te presentaré a los chicos del área de diseño y al equipo de análisis. Te va a gustar este lugar. Además, tienes lo más importante… —la miró con complicidad—, ganas de empezar de nuevo. Natalia asintió. Ese día no hablaron más de Ales, ni siquiera se menciono. Pero cuando Natalia subía en el ascensor hacia el comedor del cuarto piso, la puerta se abrió en el nivel ejecutivo y, por un segundo fugaz, un hombre alto, impecable, de mirada dura y cejas marcadas, clavó los ojos en ella. Fueron solo dos segundos. Pero suficientes para sentir un escalofrío y una incómoda curiosidad. Un diamante helado acababa de estar frente a ella. Después de aquel leve cruce de miradas en el ascensor, Natalia sintió cómo su pulso se aceleraba de manera absurda. ¿Era por su mirada? ¿Por el porte elegante y distante de ese hombre? ¿O por la forma en que sus ojos grises, fríos como el acero, la atravesaron por un par de segundos? No lo sabía. Pero al salir del ascensor sí supo que necesitaba volver a respirar con normalidad así que. Corrió por las escaleras de vuelta a su oficina, fingiendo que buscaba algo en el bolso. Se sentó, tomó una libreta y comenzó a escribir palabras sin sentido, intentando calmar el temblor invisible de sus dedos. —¿Estás bien? —preguntó Eliska al pasar junto a su escritorio, notando su expresión. —Sí, solo... cosas mías —mintió, con una sonrisa débil. Desde ese día pasaron semanas sin que Natalia volviera a cruzarse con el hombre que ahora sabía era el CEO. Lo veía de lejos, en ocasiones, salir de la sala de juntas o caminar flanqueado por asistentes con trajes de diseñador y agendas apretadas. Parecía no tener tiempo ni para parpadear. Natalia apenas si lo había visto, pero lo suficiente para entender que su sola presencia alteraba el ambiente. Cuando él entraba a un pasillo, las voces se apagaban. Cuando salía de una sala, todos parecían exhalar al mismo tiempo. Era como si su figura llevara una capa invisible de tensión. Sin embargo, a Natalia le bastaba. Ella no estaba ahí para enamorarse de nadie, mucho menos de un hombre que parecía incapaz de sonreír. Tenía otras prioridades: sanar, avanzar, reconstruirse. Las semanas transcurrieron entre risas con Eliska, cafés con Maja y tardes tranquilas en su pequeño apartamento, donde las heridas aún palpitaban, pero ya no sangraban como antes. Había algo en esa rutina que comenzaba a gustarle.
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