Mientras Natalia bajó en el ascensor con una sensación extraña en el pecho. La sonrisa de Tomas, la copa, la broma... todo eso ya había quedado atrás. Lo que no podía apartar de su mente era la mirada de Ales. Esa sombra que cruzó su rostro cuando la botella fue abierta, como si en lugar de champán hubieran destapado una herida que jamás había cerrado. Salió del edificio y caminó unos metros bajo la brisa fría de Praga. Se detuvo frente a una florería cerrada, sin razón aparente. Miró su reflejo en el cristal. Una mujer joven, elegante, profesional… pero cargando con cicatrices que no se veían. Igual que él. “¿Qué fue eso, Ales?”, pensó. “No fue solo enojo. Era dolor. Era algo profundo, algo que no quiso mostrar delante de su amigo ni de mí.” Se abrazó a sí misma, como queriendo protege

