5. Los problemas siempre me encuentran

2533 Words
JAX Cuando salgo del trabajo conduzco directamente desde Half Moon Bay a San Mateo, la ciudad real más cercana. No es una ciudad grande, pero es lo suficientemente grande para lo que necesito. Me dirijo directamente al bar del sótano en las afueras de la ciudad. No creo que el lugar tenga nombre, o al menos si lo tiene, nunca lo he oído. Cuando abro la puerta, un hombre corpulento, barbudo y con un pañuelo se levanta de su taburete cerca de la puerta, me mira y me mira de arriba abajo, asiente y se vuelve a sentar. Asiento en respuesta. No fui a buscar problemas este lugar. No quería encontrarlos, pero toda mi vida los problemas siempre habían tenido una manera de encontrarme y nunca me ha importado exactamente. Hace unos meses, un tipo llego al taller con la transmisión rota de un auto casi nuevo. Era bastante obvio a simple vista que conducía como imbécil, probablemente hacia carreras de velocidad, y definitivamente no era muy bueno en eso. Lo arreglamos y, mientras le estaba devolviendo las llaves, finalmente me pregunto. —¿Sabes algo sobre cómo poner óxido nitroso en los coches? — —Se que es ilegal para los tranvías en California— dije. —Oh, claro— dijo el chico. Era bastante joven y todo en el gritaba padres ricos. —Debe ser por eso que me cuesta encontrar a alguien a quien le guste el dinero lo suficiente como para hacerlo— —La mayoría de los corredores lo hacen ellos mismos— señale. Lo que quise decir es que “la mayoría de los corredores saben algo sobre los autos que conducen, algo que tu obviamente no sabes”, pero no lo dije en voz alta. El simplemente se encogió de hombros. —Nunca me metí en esa parte— dijo. —Pero toma mi número y llámame si conoces a algún mecánico que necesite unos miles de dólares extra debajo de la mesa— Acepté el trabajo y el dinero. Luego tomé otro, y otro, y antes de darme cuenta, era el tipo que arreglaba cualquier auto, sin hacer preguntas. Si, sabía que no debía hacer cosas ilegales a solo seis meses de que salí de prisión con un historial limpio y todo eso. Pero se sintió bien trabajar en esos autos. Se sentía bien estar con gente que no siempre estaba del lado correcto de la ley, a quienes no les importaba ensuciarse las manos un poco. Que no siempre fueron ciudadanos íntegros. Además, solo eran algunas modificaciones del coche. En el peor de los casos, un tirón de orejas. Pero la cuestión es que a los niños ricos a quienes les gustaban las carreras callejeras no son los únicos que quieren autos rápidos. Mucha gente tiene motivos para querer alejarse de la policía, y no pasó mucho tiempo antes de que esas personas vinieran llamando. Todavía son solo modificaciones, pero como dije: los problemas tienen una manera de encontrarme. En el bar pido una cerveza, me siento en un taburete y espero. Salma suele llegar a esta hora del día y, fiel a su estilo, no pasa mucho tiempo antes de que oscurezca la puerta. Se toma su tiempo para ir de un cliente a otro, aunque en este momento solo somos cinco o seis. Si su vida hubiera sido diferente, habría sido una gran política porque recuerda nombres, caras, toda esa mierda. Salma se acerca a mi. —Ha pasado un tiempo, Jax— dice, sentada a mi lado en un taburete, con una copa de vino tinto en una mano, —¿Necesitas trabajo? — Tiene el pelo gris acero que se riza hasta los hombros, ojos azul hielo y una actitud agradable pero sensata. Nunca la he visto usar nada más que un chaleco de cuero para motociclista sobre una camisa vaquera de botones. —Necesito algo más— digo. Salma espera. —Necesito un arma— Ella suspira y mira su bebida. —Oh, Jax— dice, —¿Estás en problemas? — —No— digo. —Simplemente me gusta estar preparado— Salma entrecierra los ojos, luego asiente una vez, enérgicamente, y pregunta sobre algunos detalles. Cuando se levanta para irse, se vuelve hacia mí y me lanza una larga mirada evaluadora. —No sé en qué te has metido, pero eres un buen chico, Jax. No te metas demasiado en esta mierda— dice, y luego se va. Casi me río. Ella no tiene idea. Al día siguiente recibo una llamada. Me reúno con un chico que no conozco en el estacionamiento de un centro comercial. Me entrega una Glock, yo le entrego un fajo de billetes y nos vamos. Se acaba en dos minutos. Salma sabe cómo ocuparse de la mierda. > mi conciencia me dice mientras me alejo. > Miro la guantera donde guardé el arma. All menos no estoy huyendo *** ¿Y luego? Nada. No hay más grafitis, ni cristales rotos, ni incendios de coches. Empiezo a pensar que me preparé para algo que no sucederá. Demonios, empiezo a tener esperanzas de eso. Quizás fue una coincidencia. Quizás hay alguna pandilla local que use el mismo símbolo. Tal vez fui y compré un arma ilegal sin ningún motivo. El otro problema solo empeora. Escondo la tarjeta de la detective Morgan en el momento en que llego a casa, solo para evitar llamarla. Sigo levantándome temprano, pero me siento en la mesa de la cocina y bebo taza tras taza de café en lugar de ir a la playa donde podría estar ella. No puedo involucrarme con una detective de la policía, no importa lo sexy que sea. No solo estoy tratando de evadir a algunas personas muy malas, si no que descubrir la mierda es su trabajo. Tengo muchas cosas que no quiero que se resuelvan ahora. Me conformo con masturbarme y pensar mucho en ella. Finalmente, no puedo soportarlo más. No puedo tener a Breeze, pero aún puedo follar. Saco mi motocicleta del garaje y salgo a dar una vuelta por la autopista 1, a lo largo de la costa del Pacifico. La fresca brisa del mar que se cuela bajo mi casco y a través de mi chaqueta es lo primero en días que me hace sentir mejor, y me pierdo en las curvas y vueltas del asfalto, en el rugido constante de mi motor combinado con el océano abajo. Cuando llego allí, el bar casi esta abarrotado. Hay un pequeño escenario al fondo y toca una banda llena de hippies de pelo largo. No son buenos, pero he visto peores. Al menos son ruidosos y así evitaran que tenga que hablar demasiado. En una esquina hay un grupo de mujeres. Todas llevan lentejuelas, una lleva una corona y, me acerco, puedo ver su banda: de Despedida de soltera. Los dioses de echar un polvo me deben estar sonriendo. Pido un Jim Beam con hielo, y justo cuando estoy a punto de ir, una chica rubia del grupo se acerca a la barra y le recita una lista de tragos al camarero. Reviso su dedo, porque aprendí esa lección. Sin anillo. —¿Estás en la despedida de soltera? — pregunto. Ella me mira, casi molesta al principio. Luego sonríe. —Lo estoy— dice ella. —Aunque no soy la festejada— —Ya lo supuse— digo. —No llevas la corona— La rubia vuelve a mirar a sus amigas. —Ella insistió— la rubia confiesa, luego pone los ojos en blanco. —Esta no es una despedida de soltera a menos que todos en un radio de cinco millas sepa que se va a casar. Felicidades, encontraste a un chico para ponerte un anillo en el dedo. Excelente— Me inclino hacia ella. —Sabes, el cuarenta por ciento de las mujeres engañan en sus despedidas de soltera— digo, bajando la voz. Lo inventé, pero sus ojos se abren y levanta las cejas. Ella echa un vistazo furtivo a su amiga coronada y fajinada. —Ella no lo haría— dice la rubia, pero no parece que lo crea del todo. —Es una última oportunidad para tener una aventura loca antes de casarte, yo supongo— digo, y tomo un trago de mi Jim Beam. La rubia es bonita atractiva, en una especie genérica. Será suficiente para rascar esta comezón, al menos. —Ya sabes, vas a un bar, te vas a casa con algún chico. Quien hará cosas absolutamente sucias contigo y luego sentar cabeza— Le guiño un ojo y ella se muerde el labio. El barman se acerca con los tragos. —No lo sé— dice, entregándole al barman una tarjeta de crédito. —No estoy comprometida ni casada, ni saliendo con nadie en este momento— Sutil, creo. No es que la sutileza sea mi fuerte. —¿Alguna de esas es tuya o puedo invitarte una bebida? — pregunto, apurando mi whisky. La chica se ríe un poco, jugando con su cabello. —Claro— dice ella. —Déjame llevar esto allí— —¿Qué deseas? — —Una de esas cosas moradas en una copa de Martini— dice, y regresa con sus amigas. Pido dos cosas de esas moradas, porque ¿Por qué no? La chica pasa mucho tiempo con sus amigas y hay muchas risitas y chillidos, pero no estoy tan preocupado. El barman pone las bebidas en la barra. —Dos Golden State Aviation— dice, y se marcha de nuevo. La chica todavía no ha regresado, así que tomo un sorbo de la ridícula bebida, que en realidad es buena y observo a la multitud. Al otro lado de la barra en forma de C, una mujer con una melena larga de cabello oscuro se apoya contra la barra y saluda al camarero. Algo hace clic en mi cerebro. Luego se quita el pelo de la cara, justo cuando el camarero se hace a un lado y todas mis sospechas se confirman. Es Breeze. Detective Morgan. Lo que sea. Mierda, vine aquí específicamente para no verla. Lo que debería hacer es irme a otro lugar para echar un polvo, pero ya me acerco con una bebida morada en la mano. Puedo sentir los ojos puestos en mi, el chico alto y agresivo con una chaqueta de cuero y una bebida femenina, pero me importa un carajo. Me apoyo en la barra junto a Breeze y le doy un codazo a un tipo con chanclas y pelo largo. Me mira como si fuera a decir algo, pero cambia de opinión bastante rápido. Breeze no se da cuenta. —Tienes que dejar de seguirme— le digo. Ella se gira y me mira, su masa de pelo rebotando. Luego ella se ríe. —Si te tuviera bajo vigilancia, nunca lo sabrías— dice, mientras sus cálidos ojos azules bailan. —Dame un poco de crédito— Breeze está apoyada contra la barra con sus antebrazos, vestida con una camisa sin mangas y pantalones cortos, su piel pálida. Tengo que luchar contra el impulso de lamerle el hombro. —Aún es sospechoso, detective— digo. —Me miras durante meses y no dices nada, y de repente estamos hablando tres veces en una semana— —Te acercaste a mi— señala. Luego mira mi bebida y levanta una ceja. —Aparentemente después de intentar impresionar a una mujer casada comprándole un Aviation, solo para ser rechazado— Aunque nuestros ojos fijos, puedo decir que ella me está mirando de nuevo. Lucho contra el impulso de tirar del cuello de mi camiseta debajo de mi chaqueta, solo para asegurarme de que no se vea mi tinta. —Crees que compré una bebida para alguien que me rechazó — digo, y tomo un sorbo lento y deliberado. —Te había imaginado el tipo brusco de whisky con hielo— dice Breeze, señalando la copa de Martini que tengo en la mano. —Eso es realmente delicado— —Soy jodidamente delicado— digo, girando el pie de la copa entre mis dedos. —¿No lo sabias? — Ella se ríe. —¿Entonces arreglas autos, surfeas mal, usas chaquetas de cuero y prefieres tus bebidas moradas? — pregunta Breeze. —Soy complicado— digo. —Además puedo prepararme un whisky con hielo en casa. Ni siquiera sé que hay en esta cosa, pero esta delicioso— —Parece que el gato de Cheshire orinó en una copa de Martini— dice Breeze cierra los ojos con fuerzas por un momento, como si estuviera haciendo una mueca. Luego ella se ríe. —Paso demasiado tiempo con policías— dice. —Esos asquerosos imbéciles me están quitando la clase— —Estoy profundamente ofendido— dije inexpresivamente. —Me pareces del tipo que agarra perlas— bromea. —¿Escribes muchas cartas al editor sobre lo irrespetuosos que son los jóvenes de hoy? — —Miles—digo, —Vivo para eso, detective— El camarero se acerca y pone dos cervezas frente a Breeze. —¿Dos? — Levanto las cejas y luego tomo otro sorbo de la sabrosa bebida morada para disimular mi sorpresa. —¿A la misma cuenta? — el pregunta. Breeze simplemente asiente. —Si, tiene una deuda conmigo— dice, y el bartender se va de nuevo. Ella agarra las cervezas y se vuelve hacia mí. —Te dije mi nombre— dice. —No tienes que llamarme detective, ¿sabes? — No puedo dejar de preguntarme para quien es la otra cerveza, o si soy yo quien le debe a Breeze. —Tuve que sacártelo a duras penas— digo. Estoy tratando de sonar ligero pero mi voz suena como hueca, incluso para mí. —Pensé que tal vez preferirías tu título, Detective— —Bueno, nos vemos por ahí, mecánico— bromea. Luego Breeze camina hacia la masa de gente frente al escenario y la miro fijamente mientras se va. Lleva pantalones cortos y chanclas, los largos músculos de sus piernas prácticamente una flecha a su culo perfecto. Por un momento me imagino de pie detrás de ella, deslizando mis dedos debajo del dobladillo de sus pantalones cortos. Luego se acerca a un chico alto y delgado, le entrega una de las cervezas y las chocan. Lleva una camiseta teñida, tiene el pelo oscuro recogido en un moño y lleva chanclas. Estoy cien por ciento seguro de que podría patearle el trasero. Mierda, si lo golpeo no creo que se levante, se tirará al suelo y gemirá. Ni siquiera tendría que pegarle fuerte. Me obligo a volverme hacia la barra. No funciona así aquí. No puedo simplemente golpear a la gente y conseguir lo que quiero. Además, no que creo que consiga lo que quiero. Si marcara la cita de Breeze, tengo la sensación de que estaría más enojada que impresionada. Miro al otro lado de la barra. La rubia ha vuelto y de repente es mucho menos atractiva. Yo suspiro. Luego me acerco resignado.
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