No sé cómo llegué aquí. Hace unas horas, estaba en una gala donde no encajaba, jurando que escaparía de Luca Moretti y su sonrisa que promete problemas. Pero ahora estoy en su penthouse, con las luces de Manhattan brillando a través de ventanales que van del suelo al techo, y sus manos en mi cintura, deshaciendo cada pizca de sentido común que me queda. Mi corazón late tan fuerte que me duele, y cada roce de sus dedos enciende una chispa que no puedo —o no quiero— apagar.
— ¿Estás segura, cara mia? —pregunta Luca, su voz baja, con ese acento ítalo-americano que me derrite. Está tan cerca que puedo oler su colonia —madera, cítricos, peligro— y ver las motas doradas en sus ojos verdes.
— No estoy segura de nada —admito, mi voz temblando, pero mis manos ya están en su pecho, arrugando la camisa que probablemente cuesta más que mi renta—. Pero no quiero parar.
Sonríe, lento y peligroso, y antes de que pueda pensarlo dos veces, sus labios encuentran los míos. El beso es diferente al del balcón: más profundo, más hambriento, como si ambos supiéramos que no hay vuelta atrás. Me levanta sin esfuerzo, sentándome en la isla de la cocina, y mis piernas se abren para dejarlo más cerca. El vestido se sube por mis muslos, y sus manos recorren mi piel, dejando un rastro de fuego. Es una locura, una imprudencia, pero no puedo parar. No quiero parar.
— Eres un problema —jadeo entre besos, mientras sus labios bajan por mi cuello, arrancándome un gemido que no sabía que podía hacer.
— Y tú eres una tentación —replica, su voz ronca contra mi piel. Me baja de la isla, guiándome hacia un sofá de cuero n***o, y caemos juntos, un enredo de manos y respiraciones aceleradas.
La noche se desdibuja en un torbellino de sensaciones: su peso sobre mí, el roce de su camisa contra mi piel, los gemidos que no puedo contener. Es apasionado, intenso, pero también hay una ternura en la forma en que me toca, como si quisiera memorizar cada centímetro de mí. Sus manos saben dónde presionar, dónde acariciar, y sus labios encuentran lugares que me hacen arquearme contra él. No pienso en el mañana, en las consecuencias, en el hecho de que apenas lo conozco. Solo pienso en él, en este momento, en la forma en que me hace sentir viva, deseada, como si fuera la única mujer en el mundo.
Cuando todo termina, nos quedamos enredados en el sofá, jadeando, con la ciudad brillando a nuestro alrededor como un testigo silencioso. Luca me acaricia el cabello, su respiración cálida contra mi frente, y por un segundo, me permito imaginar que esto es más que una noche. Que él no es un multimillonario con una “cita real” esperándolo en alguna parte, que yo no soy solo una chica de Brooklyn que se dejó llevar. Pero la realidad me golpea como un balde de agua fría. Esto no es un cuento de hadas. Esto fue un error, uno que no puedo permitirme repetir.
Me deslizo de sus brazos, buscando mi vestido en el suelo. La vergüenza me quema, y no puedo mirarlo a los ojos. El penthouse, con su mármol reluciente y sus muebles perfectos, me recuerda lo fuera de lugar que estoy. Luca duerme, su pecho subiendo y bajando con calma, y una parte de mí quiere quedarse, acurrucarse contra él y fingir que esto significa algo. Pero no puedo. No después de saber que no era su cita, que esto fue un malentendido que nunca debí permitir.
— Tengo que irme —murmuro, más para mí que para él, mientras me pongo los tacones con dedos temblorosos. Mi voz es apenas un susurro, pero en el silencio del penthouse suena como un grito.
No espero a que despierte. Agarro mi bolso y salgo, el ascensor cerrándose tras de mí como una sentencia. Afuera, el aire frío de Manhattan me golpea, y un taxi me lleva a Brooklyn, donde el mundo real me espera. Las calles están vacías, y las luces de los edificios parecen burlarse de mí, como si supieran que acabo de cometer el mayor error de mi vida.
En mi apartamento, me dejo caer en la cama, todavía con el sabor de Luca en los labios. El techo agrietado me mira, recordándome quién soy: Elena Harper, analista de ciberseguridad, no la protagonista de una novela romántica. Mi apartamento es un caos de cables, tazas de café y libros técnicos, tan diferente del lujo del penthouse que casi duele. Me acurruco bajo las sábanas, intentando borrar la noche, pero no puedo. Cada toque, cada beso, está grabado en mi piel, y una parte de mí —una parte estúpida, traicionera— no quiere olvidarlo.
Me despierto con el sol colándose por las cortinas, y mi cuerpo se siente pesado, como si llevara el peso de la noche anterior. Intento retomar mi rutina: café, laptop, correos. Pero cada vez que cierro los ojos, veo a Luca, escucho su voz susurrando cara mia, siento sus manos en mi cintura. Me odio por dejarme llevar, por pensar, aunque fuera por un segundo, que alguien como él podría querer algo más que una noche conmigo.
Sofía me llama a mediodía, su voz alegre irrumpiendo en mi miseria.
— ¡Elena! ¿Qué tal la gala? ¿Ese tipo sexy te llevó a casa o qué? —pregunta, y su entusiasmo me duele.
— No quiero hablar de eso —respondo, cortante, y ella suspira.
— Okay, pero no puedes esconderte para siempre. Cuéntame algo, por favor —insiste, y su preocupación me ablanda un poco.
— Fue… una noche loca —admito, mirando mi taza de café como si tuviera respuestas—. Pero no va a repetirse.
Sofía suelta una risita.
— Eso dices ahora, pero apuesto a que ese tal Luca no te olvidará tan fácil. ¿Le diste tu número?
Niego con la cabeza, aunque no puede verme.
— No, y no creo que él quiera encontrarme —digo, y la mención de la “cita real” me quema—. Fue un error, Sofía. Fin de la historia.
Ella empieza a protestar, pero la corto, diciendo que tengo trabajo. No es mentira. Tengo un proyecto freelance que debo terminar, pero mi mente no está en los códigos. Está en Luca, en el penthouse, en la forma en que me miró como si fuera más que una desconocida. Me digo que es ridículo, que hombres como él no se enamoran, que probablemente ya está con otra en alguna gala. Pero una parte de mí, la misma que se dejó llevar anoche, no puede dejar de preguntarse qué habría pasado si me hubiera quedado.
Me obligo a abrir mi laptop, intentando concentrarme. Los números y algoritmos suelen calmarme, pero hoy no funcionan. Cada línea de código me recuerda a él, a su voz, a su toque. Cierro los ojos, y por un momento, estoy de vuelta en el penthouse, con sus labios en mi piel. Sacudo la cabeza, furiosa conmigo misma. Esto tiene que parar. Luca Moretti es un recuerdo, nada más. Una noche sin futuro.