Doce

1094 Words
La lluvia golpea mi ventana, un tamborileo constante que parece burlarse de mi caos interior. Estoy acurrucada en el sofá de mi apartamento en Brooklyn, con una manta raída sobre los hombros y la foto del ultrasonido en la mano. La imagen en blanco y n***o, con ese pequeño punto que late, es lo único que me ancla a la realidad. Ayer le dije a Luca que estoy embarazada, pero no pude decirle que es suyo. Su maldito teléfono sonó, y yo salí corriendo como siempre, dejando la verdad a medias. Ahora, el peso de ese silencio me aplasta, y no sé si tengo el valor para terminar lo que empecé. El apartamento está oscuro, salvo por la luz parpadeante de una lámpara que debería haber cambiado hace meses. Los cables de mi laptop yacen enredados en la mesa, un recordatorio de la vida que tenía antes de esa noche en su penthouse. Antes de Luca Moretti. Antes de este bebé. Me toco el vientre, todavía plano, y siento un cosquilleo que no sé si es miedo o esperanza. Quiero odiarlo por convertirme en esta versión de mí misma —asustada, perdida—, pero cada vez que pienso en sus ojos verdes, en la forma en que me miró ayer, algo dentro de mí se ablanda. Mi teléfono vibra en la mesa, y el nombre de Sofía ilumina la pantalla. No quiero hablar, pero sé que no me dejará en paz. Contesto, y su voz irrumpe como un rayo de sol en mi tormenta. — ¡Elena! ¿Qué demonios pasó ayer? —exclama, su tono una mezcla de preocupación y entusiasmo—. ¿Le dijiste al multimillonario que va a ser papá? — No exactamente —murmuro, hundiéndome más en el sofá—. Le dije que estoy embarazada, pero… no que es suyo. — ¿Qué? —chilla, y casi puedo verla agitando las manos—. Elena Harper, ¿cómo dejas eso a medias? ¡Tienes que terminarlo! — Lo sé, Sofía —respondo, mi voz quebrándose—. Pero no pude. Él tenía una llamada, y yo… me dio pánico. Hay un silencio al otro lado, y luego su voz se suaviza. — Okay, cariño, respira. Nos vemos en el café de la esquina en media hora. No puedes quedarte encerrada con esto. Cuelgo con un suspiro, mirando la lluvia que empaña la ventana. No quiero salir, pero Sofía tiene razón. No puedo seguir escondiéndome. Me pongo una sudadera y botas, agarro un paraguas que apenas funciona, y camino bajo la llovizna hasta el café. El lugar está lleno del aroma de espresso y murmullos, un refugio cálido contra el frío de octubre. Sofía ya está ahí, en una mesa junto a la ventana, con su melena rizada rebotando mientras pide un latte. — Pareces un desastre —dice cuando me siento, empujando una taza de té hacia mí—. Cuéntame todo. Miro la taza, trazando el borde con el dedo. — Le dije que estoy embarazada —empiezo, mi voz baja—. Pero antes de que pudiera decir más, su teléfono sonó, y salió corriendo. No sé si quiere saberlo, Sofía. No sé si le importa. Ella frunce el ceño, apretando mi mano sobre la mesa. — No puedes asumir eso, Elena —dice, su tono firme—. Ese hombre te miró en la gala como si fueras la única en el mundo. Y en el loft, ¿qué? ¿Eso no fue nada? Tienes que darle una chance. — ¿Y si no la quiere? —pregunto, mi voz temblando—. Es un multimillonario, Sofía. Tiene modelos, galas, una vida que no incluye a una analista de Brooklyn con un bebé en camino. Sofía suelta un bufido, inclinándose hacia mí. — Elena Harper, eres una genio que se abrió camino desde cero. No eres menos que nadie. Y si Luca Moretti no lo ve, es su problema. Pero ese bebé merece un padre, y tú mereces saber dónde estás parada. Sus palabras me golpean, pero no disipan el miedo. Quiero creer que Luca podría ser más que el playboy de las revistas, pero la imagen de Victoria Lang, con su sonrisa afilada y sus insinuaciones, me persigue. ¿Y si sabe algo? ¿Y si Luca es solo un espejismo? — No sé cómo decírselo —admito, mirando el té que se enfría—. Cada vez que lo intento, me paralizo. ¿Y si piensa que quiero su dinero? ¿O que fue un error? — Entonces déjalo decidir —responde Sofía, su voz suave pero firme—. No puedes seguir callando, Elena. Ese secreto te está comiendo viva. Asiento, aunque el nudo en mi pecho no se afloja. Terminamos el té en silencio, y cuando salgo del café, la lluvia ha parado, dejando un aire fresco que me despierta. Camino hacia el metro, con las palabras de Sofía resonando. Tiene razón. No puedo seguir huyendo. Pero mientras subo al vagón, mi teléfono vibra con un mensaje que me detiene en seco. Es de Luca: “Necesitamos hablar. Mi oficina, mañana, 9 a.m.”. Mi corazón se acelera, y el vagón parece cerrarse a mi alrededor. ¿Hablar? ¿Sobre el embarazo? ¿O sobre algo más? La imagen de su rostro ayer, congelado tras mi confesión, me persigue. No parecía enojado, pero tampoco feliz. Y esa llamada… ¿Qué era tan importante? ¿Su empresa? ¿Victoria? ¿O algo peor? Me siento en un banco del metro, apretando el bolso contra mi pecho. La foto del ultrasonido está ahí, un recordatorio de que esto no es solo sobre mí. Es sobre mi bebé. Y Luca merece saberlo, aunque me aterra su reacción. De vuelta en mi apartamento, me quito las botas y me dejo caer en la cama. La ciudad brilla a través de la ventana, un recordatorio de que Luca está ahí fuera, en su mundo de rascacielos y poder. Quiero odiarlo por hacerme sentir así, pero no puedo. Cada vez que pienso en él —en sus manos, en su voz, en la forma en que me miró en el loft— algo dentro de mí se enciende. Pero ese fuego viene con miedo, y no sé si estoy lista para enfrentarlo. Miro el techo agrietado, buscando valor. Mañana iré a su oficina. Mañana le diré que es suyo. Pero mientras la ciudad murmura afuera, una duda me carcome. ¿Y si no estoy lista para lo que él dirá? ¿Y si todo cambia?
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