3. La quiero a ella.

1281 Words
3. La quiero a ella. En la puerta del espectacular Harbout Tower, un Rolls Ryce Phanton me aguarda apaciblemente. Oculto tras unas gafas oscuras de sol, salgo de la torre, pensando que debí beberme la taza de café que dejé olvidado. —Hola Pepe. ¿Cómo va el día? —saludo al chofer. Pepe trabaja para mi familia desde que me gradué de derecho en la universidad más prestigiosa del país y del continente. —Todo bien, señor –contesta Pepe, que va pulcramente vestido y acorde al Rolls Ryce. —Ya te lo he dije que señor es mi padre, a mí solo llámame por mi nombre —busco entre mis bolsillos un cigarro, o algo que pueda llevarme a la boca, pero no encuentro ni un solo chicle. Los calmantes apenas y me alivian la tremenda jaqueca de la noche anterior, pero creo que ha valido la pena. La he pasado de diez. —Como ordene señor… —Pepe se da cuenta de su error y se retracta—. Le pido disculpas… Brian. —Perfecto. Así está mejor. Por eso me agradas, Pepe. En realidad, Pepe no se llama Pepe. Pepe es el nombre genérico que le doy a todos los choferes que he tenido a lo largo de mi vida. Aunque este Pepe es el que más ha perdurado en la familia, y eso hace que lo sienta algo cercano, como parte de la familia, o una mascota. Pepe me abre la puerta y yo subo, más bien me tumbo en el suave sofá. La comodidad que derrocha la limusina solo es comparable con la cama de mis noches de orgía. Estiro las piernas y extiendo los brazos buscando relajarme, y con suerte, darme una siesta el tiempo que dure el maldito viaje a la mansión de mi padre. La rubia sube por la puerta contraria y se acomoda justo al lado. No sé qué es lo que busca de mí, pero comienza a desagradarme. —Buenas tardes. —Saluda ella cruzándose las piernas. —Buenas tardes señorita Margaret —contesta Pepe, mostrando familiaridad, eso llama mi atención. —¿Cómo es que la conoces? —le pregunto de una—. Yo acabo de verla por primera vez. Pepe se limita a escucharme, sin atreverse a contarme que a diario lleva y trae a la rubia, que en más de una vez, a mi viejo y a ella los ha llevado a uno de los moteles privados de la firma. Pepe se lo calla porque su sueldo es suficientemente alto como para recordar voluntariamente ciertas acciones bochornosas de mi viejo. —Va, supongo que le estoy dando muchas vueltas a nimiedades… —suelto al no obtener respuesta alguna de ambos. Me siento tan cansado que el silencio comienza a adormecer el cuerpo, voy a darme una siesta, apoyo la cabeza en el respaldar que se amolda perfectamente a mi cuerpo. Cierro los ojos y dormito. —¿Qué está pasando —pregunta Margaret haciendo que a los pocos minutos, llevado por la curiosidad abra los ojos y descubra que estamos en medio de un embotellamiento. —Definitivamente esto no es mi culpa —suelto al aire—. Díganle al vejete. Afuera, un tumulto se reúne en torno a un condominio de cuarta, que a simple vista parce que en cualquier momento sus paredes irán a parar al suelo. —Pepe, ve averiguar qué es lo que sucede —le digo con la voz ronca. Pepe desciende del coche con dirección al grupo de personas que parecen estar al tanto de la situación. Y yo noto la mirada apacible de Margaret. —Debiste prevenirlo y llevarme en helicóptero —le digo a modo de ataque—. Si llego tarde haré que te despidan. Ante mis palabras, Margaret trata de ocultar por primera vez que le ha afectado mis palabras. Pepe regresa con noticias. —Hubo un robo. Dicen que la policía tiene rodeado al ladrón dentro de ese edificio –señala el edificio viejo que vi antes. Me dirijo a la rubia. —Haz que se muevan —presiono a la rubia. —No será sencillo. La policía es la que ha cortado el paso. —Entonces dales un buen incentivo monetario, si quieres preservar tu puesto –le digo sin darle tregua. Margaret permanece en silencio, buscando una salida al problema. Pasan los minutos, los que para mí se hacen eternos. —Si no lo haces tú, tendré que hacerlo yo —le digo. Llevado por la inercia y el aburrimiento bajo del Rolls Ryce. Afuera, el frío no coopera, meto las manos en los bolsillos del pantalón, y a pesar de todo avanzo hasta el tumulto de gente que se ve expectante a lo que sucede. Paso de largo hasta que llego a la esquina, a un costado del edificio, en el último piso, una ventana se abre y una chica, con el pelo azabache, recogido en una coleta, sale haciendo algunos malabarismos para no ir a parar al asfalto y quizás… no morir en el intento. Miro a mí alrededor, al parecer soy el único que se ha fijado en ella, los demás tienen los ojos sobre las patrullas y la policía que va planificando el ingreso armado al edificio. La chica ha conseguido bajar al cuarto piso, evitando mirar hacia abajo avanza de costado hasta llegar al marco del balcón, baja y cae bien. —Bien, ahora te falta unos tres pisos… —musito tratando de ver mejor a la chica. Desde su posición lo único que llega a ver es el largo pelo azabache que cuelga en la espalda, y las tremendas tetas que le cuelgan y se mueven en un vaivén hipnótico y sensual. Me saco las gafas, mi corazón se agita como nunca antes. En ese momento las cosas cobran sentido para mí, mejor dicho, mi vida entera cobra un nuevo sentido. Aquella chica que se esfuerza por zafarse de la policía es a quien estuve esperando en la vida. —Ella será mía –sale de mi garganta con toda la convicción de que así será. —¿No es algo tedioso ver un montón de policías? —dice la voz cansina que viene por detrás. Es la asistente de mi padre, Margaret—. Vamos. Ya tenemos vía libre. Será mejor que regresemos a la limusina. Mis ojos niegan a dejarla ir a la chica que se esfuerza por salir con vida, le falta un solo piso para la libertad, en ese momento deseaba tanto poder darle una mano y sacarla de ahí. —Brian —pero la rubia insiste con que volvamos a la limusina—. La cena —me recuerda. Maldición. —Ya voy. Mis ojos la dejan irse, deseándole que consiguiera su cometido. De repente mi cerebro dormido se ilumina y saco el celular del bolsillo y le tomo una fotografía, luego muchas, todas la que pueda en un segundo. En una de esas, la chica se da cuenta y mira hacia donde estoy. Sus ojos, llenos de un fuego arrasador han quebrado la muralla en mí, me ha visto el alma. Quedo doblegado ante ella. Su fuego me insta, y me excita. El único pensamiento que ronda en mi cabeza es que quiero conocerla ya. Pero ella retoma su huida, y yo trato de guardar en mi memoria su figura, sus curvas perfectas para mí… y ese fuego que veo en sus ojos, que dicen que a ella no la atraparán. —Brian. —La rubia perturba el mágico momento. Me baja a la tierra. La odio. —Ya va. Maldición. Debo dar la vuelta y cumplir con esa maldita cena.
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