Faltaban diez minutos para las 5 de la tarde y ya casi había llegado a la cafetería en la que había quedado con Lobo. Esta situación era extraña. Estaba nerviosa y sin saber muy bien qué iba a pasar o qué debía esperar de esta tarde. Así normalmente era como se sentían los sumisos con los que yo quedaba. Pero yo jamás. Claro que ahora, por primera vez en mi vida, estaba en el rol contrario al que estaba acostumbrada. No tenía ni idea de si me sentiría lo suficientemente cómoda en este rol de sumisa como para relajarme y disfrutar de la sesión. Pero estaba decidida a intentarlo al menos. Llevaba demasiado tiempo fantaseando con cómo se sentiría el ser dominada, y no quería echarla a perder por nada del mundo. Sin embargo, que Lobo fuera el que me fuera a someter me tenía en una encrucijada. Por un lado, desde el minuto uno me había llamado muchísimo la atención. Desde el principio había sabido que me sentía atraída sexualmente por él. Por otro, él y yo siempre habíamos tenido un pequeño enfrentamiento dentro del mundo del b**m por los sumisos manteniéndonos en una cuerda floja que nos tenía en una tensión permanente. Nos los robábamos continuamente. Pero ahora estábamos en un escenario completamente nuevo. Llegué a la cafetería y entré. Al momento lo vi sentado en una de las mesas del fondo. Me dirigí hacia él. Se levantó cuando llegué a su altura e intentó ofrecerme la silla, pero yo ya me había sentado. Se rio ante mi acción.
-Se me olvidaba que nunca te has comportado como una sumisa-comentó mientras levantaba la mano, llamando al camarero. Cuando éste llegó le pedí un café con leche. Una vez que se fue, nos quedamos mirándonos durante un minuto, midiéndonos. Hasta que él se incorporó y me ofreció la mano-. Álvaro. Encantado.
-Gabriela-respondí mientras le cogía la mano, presentándonos formalmente.
-Bonito nombre-comentó. Después dio un sorbo a su taza mientras el camarero colocaba ante mí la mía-. ¿Prefieres tener un poco de conversación banal o ir directamente al grano?
-No me va hablar por hablar.
-De acuerdo. ¿Podríamos tener la sesión hoy o estás ocupada?
-Hoy está bien. Podemos ir al club o a algún hotel cercano.
-Si vas a tener una sesión conmigo, tendrás que meterte por completo en mi territorio. Iremos a mi piso-me quedé congelada durante un instante, asimilando lo que me acababa de decir. Eso no me hacía demasiada gracia, pero si me iba a someter, mejor hacerlo del todo.
-De acuerdo. Me gustaría poner unas reglas básicas para la sesión.
-Adelante.
-La sesión no durará más de dos horas y no será grabada.
-¿Una sesión de solo dos horas? ¿Tan inexperto te parezco? Mínimo será de cuatro horas. Lo de no grabarla, es aceptable.
-¿Tan poca confianza tienes en ti mismo que necesitas más tiempo para intentar conseguir que me corra?-dije con una sonrisa sarcástica revoloteando por mis labios.
-No vas a hacerme caer con eso. Ninguno de los dos sabemos lo que va a pasar en la sesión. Tú no sabes como soy yo como Amo y yo no sé como puedes ser tú como sumisa. Pero una cosa sí puedo asegurarte. Voy a disfrutarte todo el tiempo que pueda. Y ese tiempo será de mínimo cuatro horas-sentenció con un tono de voz autoritario mientras se apoyaba en la mesa, mirándome fijamente a los ojos.
-De acuerdo-acepté a regañadientes. Al fin y al cabo, tenía razón en lo que había dicho. Una sesión bien hecha se tomaba su tiempo.
-Mi turno. Dime cuáles son tus límites.
-Scat, lluvia, agujas, sangre y exhibicionismo-recité rápidamente. Él asintió. Al parecer estaba conforme con mis límites.
-Fuera de eso, te dejarás hacer lo que yo desee. Todo lo que yo desee-remarcó. Lo miré desafiante. Si creía que me iba a amilanar, estaba muy equivocado. Asentí-. Perfecto. Pues, entonces, ¿nos vamos?
Me terminé lo que me quedaba de café de un sorbo y me levanté. Llegué a la barra antes que él, dejé un billete sobre la barra para pagar nuestra cuenta y me fui directamente hacia la salida. Una vez que estuve en la calle, lo esperé. Yo había llegado andando, porque mi trabajo quedaba cerca de la cafetería, así que no tenía un coche que coger. Escuché una risa a mi espalda.
-Vas a tener que dejar esa actitud dominante e independiente en breve-comentó mientras se dirigía hacia un coche deportivo azul eléctrico que estaba aparcado en la acera. Típico. Lo seguí y me monté en el asiento del copiloto.
-Solo durante cuatro horas.
-Ya veremos-respondió con una sonrisa satisfecha en el rostro mientras encendía el motor y aceleraba. Diez escasos minutos después ya estábamos ante su puerta, la cual abrió con gran parsimonia antes de apartarse para permitirme a mí entrar primero. Su piso era amplio y estaba ordenado y limpio. Me gustaba la distribución y decoración de su casa, pero no pude ver mucho, dado que nada más entrar me llevó por un pasillo hasta una habitación que abrió con llave. Nada más abrir la puerta descubrí su mazmorra. Una cruz de San Andrés en una pared, un potro en el centro de la estancia, una jaula de tamaño medio en una de las esquinas. Otra de las paredes estaba llena de ganchos donde colgaban cuerdas de distintas longitudes y látigos. Debajo, había un mueble de cajones. Tenía mucha curiosidad por saber lo que tendría guardado en ellos. Entré hasta llegar a la mitad del cuarto y me di una pequeña vuelta, evaluando lo que había ante mí mientras Álvaro entraba y cerraba la puerta tras él.
-Bonita mazmorra-comenté.
-Gracias. ¿La tuya es parecida?-me preguntó mientras se quitaba la fina chaqueta y la dejaba sobre el mueble, mostrando la camiseta de mangas cortas negra que llevaba debajo.
-No tengo mazmorra propia-él me miró con sorpresa en sus ojos, así que decidí explicarme-. Mi piso es muy pequeño para tener una. Además, no quiero que los sumisos sepan dónde vivo. Me gusta tener mi intimidad. Cuando quiero tener una sesión simplemente alquilo una en el club.
-Entiendo. Bueno, no sé como puedes comportarte, así que iré de menos a más. Te ataré las manos y el pecho y te haré un poco de spanking para hacerte entrar en el juego. Después, te...
-No hace falta que me cuentes todo esto. No soy una jovencita inexperta-le espeté, un poco molesta.
-En la sumisión, sí-me respondió él. Apreté la mandíbula al darme cuenta de que tenía razón. Esto, posiblemente, me iba a costar más de lo que pensé en un primer momento, pero no le iba a dar muestra de eso a él. Levanté la cabeza, retándole abiertamente.
-Haz lo que quieras hacer y al final de la sesión decidiré si me ha hecho gracia o no-él me miró durante unos instantes, y después sonrió. Tras ese momento, la atmósfera cambió totalmente entre nosotros. Tragué copiosamente.
-Muy bien. Desnúdate-me ordenó mientras se iba hacia una silla que había al lado de la puerta y se sentaba, observándome. Se colocó cómodamente sobre el asiento, esperando a que yo obedeciera. “Venga, Gabriela, esto es lo que querías desde hacía tiempo. Simplemente, lánzate y cumple tu fantasía”. Dejé mi bolso sobre el mueble y me quité los zapatos. Después comencé a quitarme la ropa. Sentí como la mirada de Álvaro me quemaba allí donde se posaba. Me sentí tremendamente deseada, pero no de la manera a la que estaba acostumbrada. En el club, era casi idolatrada por los sumisos. Me miraban con respeto, deseando ser sometidos por mí, pero sin atreverse a tocarme nunca. Pero él me observaba con un deseo carnal, de manera posesiva, sabiendo que en breve sería suya de una forma en la que no lo había sido nunca. Saber eso, muy a mi pesar, me puso más cachonda de lo que lo había estado en mucho tiempo.
Continué desvistiéndome hasta quedarme en ropa interior. Me giré hacia él lentamente, disfrutando de cómo Álvaro me comía con la mirada. Cuando notó que solo lo observaba, pero no continuaba desnudándome, arqueó una ceja y señaló mi ropa interior con su mano, aunque sin pronunciar ni una sola palabra. Llevé las manos a mi espalda y me desabroché el sujetador, dejándolo sobre el mueble y la montaña de mi propia ropa. El tanga le siguió al momento.
-¿Te gusta lo que ves?-inquirí con una voz ronroneante.
-Sí. Me gusta mucho-respondió mientras se levantaba. Se acercó a mí hasta llegar a mi altura, y después comenzó a rodearme, evaluándome por entero. Puso su dedo sobre mi brazo, subiendo lentamente hasta llegar al hombro y después bajando por mi espalda, terminando en mi cadera. Por el camino me fue provocando escalofríos de placer que alteraron mi respiración más de lo que quería admitir-. ¿Estás nerviosa?
-Un poco-respondí. Mejor ser sincera y dejar los juegos para más tarde.
-¿Un poco, qué?-susurró en mi oído. Miré al frente, sabiendo lo que quería que dijera. Si vas a hacer algo, mejor hacerlo bien. Cerré los ojos y cogí aire, soltándolo poco a poco. Abrí los ojos. Ahora me sentía preparada.
-Un poco, Señor.
-Bien. Empecemos-sentenció Álvaro.