Álvaro metió su mano en el bolsillo y me enseñó unas pinzas para pezones. No eran pinzas del tipo mariposa, sino unas recubiertas de cuero, siendo más suaves a la hora de ponerlas. Las colocó sobre mi estómago, haciendo que se me encogiera por el frío del metal de la cadena que las unía.
-Normalmente prefiero las pinzas mariposa para mis sumisas, pero tus pezones nunca han sido martirizados, así que por deferencia a ellos, te pondré estas-comentó mientras las cogía y las acercaba hasta mis pezones. Se detuvo unos segundos y, de pronto, sin esperármelo, me las puso las dos a la vez. Me impactó sentir esa repentina presión en ellos y solté un gemido, mitad dolor y mitad placer. Jamás imaginé que sentir ese aprisionamiento sería tan estimulante para mí. Me gustaba ver los pezones de mis sumisos pinzados y, normalmente, tanto a ellos como a ellas les encantaba. Pero sentirlo en mi propio cuerpo era completamente diferente. Él sujetó la cadena entre sus dedos y tiró suavemente hacia arriba provocándome un nuevo gemido-. Preciosa.
Soltó la cadena y se acercó de nuevo al mueble. Cuando volvió a aparecer en mi campo de visión llevaba una larga y ancha vela de color violeta junto con un mechero. Me miró de soslayo mientras encendía la mecha con mucha parsimonia. Después se colocó junto a mi cabeza y acercó la vela a mi costado, haciéndome sentir el calor. Estuvo un par de minutos moviendo la vela junto a mi cuerpo, creándome tensión y un poco de ansiedad por la espera. Entonces, cuando menos me lo podía esperar, la giró, vertiendo parte de la cera sobre mi vientre. Lo encogí por instinto, sintiendo la quemazón aunque fue solo instantánea, dado que la cera no tardó en enfriarse y empezar a solidificarse. Pero esto solo acababa de empezar. Comenzó a echarme cera sobre las tetas, haciéndome arquear la espalda cada vez que una nueva gota caía sobre alguno de mis pezones. Eran demasiadas sensaciones concentradas en un espacio muy pequeño. Realmente este hombre era capaz de llevar al límite a alguien en una sesión, y eso que estaba siendo suave conmigo.
Se fue moviendo hacia abajo, haciendo que la cera también llenara mis muslos. Se acercó a la parte baja de la mesa, colocándose frente a mis piernas abiertas. Mi respiración comenzó a alterarse cuando entendí cuales eran sus intenciones. Quise decirle que no lo hiciera, pero si tenía el rol de sumisa tenía que cumplirlo hasta el final. Debía soportar todo lo que me quisiera hacer, siempre y cuando no sobrepasara mis límites. No pensaba romper el trato. Tenía que aguantar. Podía hacerlo. Estaba convencida de ello, es solo que sentía cómo mi cuerpo se estaba acercando poco a poco, paso a paso al precipicio del placer. Tenía que soportar el resto de la sesión sin correrme para ganar la apuesta, sin embargo, en este momento no me veía con todas las de ganar.
Las cavilaciones se fueron a la mierda cuando sentí un candente chorro de cera cayendo sobre mis labios vaginales. Jadeé por el dolor, pero este pasó a ser calor puro en mi vulva. El resto de la cera que me fue vertiendo sobre la zona fue con pequeñas gotas, alternando siempre la zona, para no provocarme un dolor excesivo. Para cuando terminó sentía que mi coño estaba como a 50º de temperatura. Era demasiado para mí. Era una sensación que jamás había tenido antes. Y ésta solo se amplificó cuando volvió a coger el flogger y comenzó a darme con él sobre mi v****a. Con cada golpe la temperatura subía cada vez más. Sin darme cuenta comencé a soltar pequeños gemidos mientras mis lágrimas empezaban a salir. Mi cuerpo se removió por voluntad propia, aunque no sé si intentaba huir de los azotes o los estaba buscando. Ya no podía pensar en nada, solo sentir. Tenía una sobrecarga de sensaciones que me hacía tener una ligera capa de sudor que me cubría el cuerpo entero. En las sesiones, lo más habitual es que quisiera verlo todo, pero desde que empezó esta, había estado casi toda con los ojos cerrados. Esto es lo que hacían la mayoría de los sumisos. Todos me decían que era para poder concentrarse en las sensaciones que les provocaba mi dominación, y ahora los comprendía perfectamente. No necesitaba mirar para disfrutar de la sumisión, porque la que estaba siendo sometida era yo, por primera vez en mi vida.
Entonces todo paró. Él se alejó, supongo que para dejar la vela en algún sitio porque cuando volvió ya no la traía consigo. Se colocó entre mis piernas y sin avisarme, sacó el plug de mi culo. Me provocó un leve escozor seguido de una sensación de vacío y extrañeza. No estaba acostumbrada a tener ese agujero en particular lleno, pero algo me anunciaba que ahora me iba a resultar difícil tenerlo vacío. Quien me iba a decir a mí que me volvería anal por solo un par de horas de sumisión. Álvaro colocó sus manos sobre mis rodillas y apretó contra mi culo ahora un poco dilatado, su paquete. Era duro y grande y se sentía incluso un poco amenazador. Pero él no hizo nada. Solo se quedó ahí, oprimiéndose contra mi agujero.
-¿No me lo va a follar, Señor?-pregunté extrañada y con la voz ronca. Carraspeé un poco para tener la voz un poco más limpia pero creo que eso me iba a servir de poco. Él levantó la vista de mi entrepierna y la centró en mí. Tenía el rostro tenso y una ligera película de sudor le perlaba la frente. Al parecer, yo no era la única que estaba intentando retenerse durante la sesión y que estaba sufriendo por ello. Pensé que darme cuenta de eso me aliviaría un poco, pero no lo hacía en absoluto. De hecho, ver el deseo que él me tenía solo me estaba poniendo peor. Esto se estaba convirtiendo en un auténtico martirio.
-Solo me follo a mis sumisas. Y tú no lo eres aún-dijo con un tono susurrante.
-¿Aún?-cuestioné mientras me lamía el labio inferior.
-Sí. Tú de aquí no sales sin llamarme Amo-respondió, y seguidamente me introdujo otro plug anal, pero éste era más grande. Solté un pequeño quejido por la brusquedad con la que lo había hecho seguido de un gemido cuando comenzó a vibrar en mi culo. Casi sin darme tiempo a recuperarme de la impresión, sacó una varita vibradora y la acercó a mi clítoris. Un gemido salió directamente desde mi garganta, siendo totalmente gutural. Mi cuerpo se arqueó sobre la mesa, mi boca se abrió buscando aire. Mis ojos estaban fuertemente cerrados y mi cerebro solo se podía centrar en las sensaciones. Mis manos y brazos hormigueaban por el tiempo que hacía que estaba atada; mis pezones parecía que iban a explotar; mi v****a y mi culo estaban siendo atacados por los dos frentes, sin darme la más mínima tregua. No podría aguantar mucho más. Y, para ser sincera conmigo misma, había llegado a un punto en el que ya no quería hacerlo. Me daba igual tener que someterme a Lobo durante más tiempo del que había pensado en un primer momento. Necesitaba llegar al orgasmo y liberarme de una vez.
Dejé de retenerme a mí misma y comencé a correrme. Y sí, he usado el verbo “comenzar”. Porque realmente estaba siendo el orgasmo más largo e intenso de toda mi vida. Sabía que estaba gritando por el placer, pero mis oídos solo recibían el sonido de los latidos de mi corazón. Parecía que había pasado una verdadera eternidad cuando empecé a oír otra vez lo que había a mi alrededor. Y el sonido que llegó hasta a mí fue música para mis oídos. Eran los jadeos de Álvaro. Abrí los ojos lo justo para verlo. Tenía la cabeza medio agachada, con los ojos cerrados y los dientes apretados. Parecía que estaba sufriendo y teniendo en cuenta lo que me había dicho antes, creo que era porque no se había corrido. Se estaba reteniendo para no hacerlo. Parece que era aún más estricto consigo mismo de lo que lo solía ser con sus sumisas. Sin embargo, cuando centró su mirada en mí, solo había decisión.
-Hola, querida sumisa-dijo, mientras mostraba una sonrisa de satisfacción.
-Hola..., Amo-contesté, tomándome mi tiempo antes de aceptar lo que ahora ya era inevitable.