Respiro profundo antes de entrar. Observo a Fran caminar en la distancia rumbo a su clase, y las ansias de gritarle que regrese y me tome de la mano hasta que deje de temblar me abruman. Pero dobla en una esquina y desaparece de mi vista antes de que tome la decisión y pierdo mi oportunidad. Ahora no me queda de otra, debo hacerlo por mi cuenta.
Acomodo mi cabello un poco, enderezo mis hombros, y levanto el mentón. Son las tres reglas que siempre cargo conmigo cuando voy a un lugar desconocido. Porque creo que la primera impresión es la que cuenta y te define por el resto de tu tiempo en determinado lugar. Y así es como quiero que me recuerden…
Atravieso el umbral de la puerta, entonces, observo a mi alrededor, y lo recuerdo. Este es el salón que usaba mi padre. En esa silla a mi izquierda se sentaba mi madre para tomar las clases.
Esto es definitivamente el destino, habiendo tantas salas vacías en una universidad como esta, mi primera clase, será en el mismo lugar en que puse mis pies, por primera vez, hace casi quince años.
Siento los ojos de las personas posarse en mi a medida que mis pies caminan por sí solos, a cualquier lugar que sea que me lleven, y solo espero que mis hermosos zapatos me estén llevando a un hermoso lugar. Porque, no estoy viendo absolutamente nada.
Camino con confianza hasta que encuentro un asiento vacío, dejo mi cartera en mi regazo y me siento lo más derecha posible. No hago contacto visual con nadie, y sé que probablemente me vea como una engreída que se cree superior a los demás, pero, mi mayor temor, es que noten el temblor de mis manos si me prestaran demasiada atención. Así que, ruego por dentro, que dejen de observarme.
O tal vez, estoy tan acostumbrada a ser el centro de atención, que nadie me observa y solo tengo un gran delirio de persecución. Sea cual fuere la razón, estoy incómoda. Mis manos no dejan de sudar, mi corazón late salvajemente dentro de mi pecho. Tengo miedo de estar sufriendo taquicardia…
Pero no debo avergonzarme o ponerme nerviosa, porque realmente necesito hacer amigas esta vez. Mi padre estará presente en algunas de mis clases, los rumores llegarían a él más rápido que cuando estaba en la escuela. No me atrevería a avergonzarlo.
— Bueno… hola por allí— dicen unas manos que se posan sobre el respaldo del asiento frente a mí. En esta sala, solo hay butacas con unas pequeñas mesas adheridas a la parte de atrás. Más que mesa, pareciera barra de tragos. Pero supongo que para apoyar un cuaderno y una lapicera es suficiente espacio.
Observo con detenimiento las manos venosas y el brazo dorado e inmediatamente pienso que no, no lo conozco. Y no me interesa tampoco. Mi hermano me dijo que “cero amigos hombres” esta vez, y voy a intentar cumplir con mi palabra. “Intentarlo” es la palabra que define todo.
— ¿La Barbie no habla? — murmura pasando por delante de mi y sentándose a mi lado.
— Esa silla está reservada…— digo con toda confianza mirándolo al rostro.
Es uno de los chicos más hermosos que he visto hasta ahora, supongo que de allí viene la confianza en si mismo. Pero automáticamente un rostro conocido viene a mi mente. No es Michael. Y si no es Michael, no me incumbe si se enoja y se marcha, o si decide quedarse a mi lado y continuar molestándome. Solo quiero que sepa que no estoy interesada.
— ¿Ah, sí? ¿Y Quién lo reservó? — murmura cerca mientras pasa un brazo por detrás de mi asiento.
— Michael.— Afirmo.— Michael lo reservó— espeto mientras me enderezo para que su mano no me toque.
Digo el primer nombre que se me viene a la mente.
Todos en mi casa saben dos cosas. O; que tengo un crush con alguien llamado Michael, o que tengo un novio imaginario llamado Michael. Y es gracioso, hasta cierto punto, claro. Porque incluso si voy de fiesta, de vacaciones o salgo por un café, y alguien me molesta, de la forma en que sea… siempre es Michael.
Michael reservó el lugar; Michael ya está llegando. Sé que sueno un poco loca, pero es el nombre que más seguridad me da en este tipo de situaciones. Es tan normal para mi pensar en él en este tipo de situaciones que su nombre abandona mis labios naturalmente. Es mi mentira más perfecta.
Y, aunque no quiero armar un escándalo el primer día de clases. ¿Qué decir de ser el primer día? Ni siquiera comenzó la clase y ya estoy en una pésima situación. Pero no puedo quedarme callada.
— No veo a ningún Michael…
— Yo soy Michael. —reverbera una voz. Alzo mi vista instantáneamente con el mayor miedo que he sentido hasta ahora.
Miedo de que no sea él. Otra vez. Las esperanzas no menguaron con los años, pero muy en el fondo, estaba resignada.
Cuando era niña, cada vez que escuchaba a alguien decir su nombre, volteaba como la niña del exorcista para ver si se trataba de “Mi Michael” del que yo conocía, y cada vez que era un error, un pedazo de mi se resignaba a no encontrarlo nunca. Lo que es extraño, porque siempre tuve la esperanza de volver a verlo viva y ardiente como fuego, pero al pasar de los años, cada vez que era una “falsa alarma” dolía menos que la vez anterior.
Pero entonces lo veo.
Su cabello n***o ya no se ondula a la altura de su cuello, ahora está corto, pero arriba permanece un poco ondulado, sus anchos hombros ocultos detrás de un delgado sweater azul marino con rayas blancas, su jean oscuro y algo que antes no tenía, gafas de montura negra contrastando con su piel bronceada. Conozco esa mirada…
— Demasiado tiempo sin verte princesa…— dice sonriéndome. —Ese es mi lugar…— repite y el otro chico automáticamente se levanta y se marcha.
Todavía estoy sentada como idiota, observándolo como idiota.
En mis imaginaciones, Michael se ve exactamente como ahora. Pero ni loco sería el primero en acercarse a mí. Mucho menos me saludaría como si fuéramos amigos de hace años. Ni pensaría en él defendiéndome en este tipo de situación.
Tal vez, si cambió. Espero que sea un cambio bueno…
Pero, si lo pienso mejor, una vez me defendió. No me defendió “defendió”, pero por lo menos, le comentó a mi hermano lo que estaba pasando.
— ¿No vas a contestarme? —murmura mientras se sienta a mi lado.
— Sí, o sea… todavía estoy procesando todo esto— murmuro volteando a observarlo. —No pensé encontrarte aquí, quiero decir… te pasaron a una escuela avanzada, creí que para esta altura serías alumno de segundo o tercer año. Pero estás en la bienvenida… de hecho, creí… No. Deseé encontrarte en algún momento, pero no pensé que seríamos compañeros…—. Comienzo a delirar y me freno cuando noto que me mira con una sonrisa de "todavía es la misma" en la cara.
No soy la misma, o por lo menos, eso espero.
— Sí… de hecho. Es mi segunda carrera.
— ¿Cómo? —pregunto abriendo aun más los ojos.
Esto está saliendo mejor de lo que esperaba. Hay varias cosas fuera de lo normal. La primera… la naturalidad con la que estamos hablando.
Nunca esperé esto de él. Aunque lo saludaba en la escuela primaria, nunca contestaba más allá del “buenos días”. Y eso que me aseguraba de hablarle todo el tiempo. Era una niña de 6 años enamorada de su compañero de clases que actuaba como si fuera mayor. Lo saludaba, lo invitaba a mis cumpleaños, le regalaba dulces. Hice lo imposible por hablarle, pero nunca me prestó atención.
Y cuando decidí ser porrista a los 10 con la ilusión de llamar su atención, solo atrajo a otro tipo de niños que me estorbaban intentando obtener algún beneficio y niñas precoces que querían acercarse a Fran. Y luego se volvió más complicado acercarme a él.
Cuando por fin inicié la vida en la escuela secundaria y pensé que iba a esforzarme más y a decirle directamente que me gustaba, desapareció sin dejar ni un rastro.
Fue cuando me di cuenta de que no sabía nada sobre él más que su nombre. Y ahora estaba aquí, sentado a mi lado, conversando abiertamente conmigo, como si hubiéramos sido mejores amigos en la escuela. Como si nos conociéramos de toda la vida.
Es una sensación extraña, ¿es normal cambiar de esta forma?
— Porque, al final de cuentas, soy casi tres años mayor que tú princesa. Y sobre todo, soy muy inteligente…— sonríe otra vez, y no puedo evitar devolverle la sonrisa.
— Inteligente, y soberbio al parecer…— añado mirando mis dedos con una nueva vergüenza que no sabía que podía tener.
— Te faltó añadir: caliente e interesante.
— Sí. Y súper soberbio…—contesto riéndome de lo que dice.
— En fin, un placer volver a encontrarte. Nunca pensé que el mundo fuera tan pequeño…— susurra mientras extiende su mano en forma de saludo. El pícaro brillo en sus ojos me hace temblar las piernas.
La forma en la que sonríe presionando sus labios un poco, y levantando solo la comisura.
Los pequeños hoyuelos que se le forman en las mejillas, la forma en que sus ojos se cierran debido a la sonrisa… todo en él es perfecto para mí.
— Eres completamente diferente a cómo te recordaba…
— La gente cambia princesa— murmura con una sonrisa triste y dejando caer la mano que no tomé.
Y entonces, hago lo que siempre quise hacer. Envuelvo mis brazos alrededor de su cuello y lo atraigo en un corto, pero apretado, abrazo.
— Hay personas que no cambian…— digo apretándolo un poco más.
Su mano incómoda toca mi brazo, y me hace preguntar, a cuántas mujeres habrá sujetado con sus manos.
Cuantas mujeres tuvieron la oportunidad de abrazarlo, de sentir sus dedos jugando con su cabello y sus labios sobre su piel.
Cuántas cosas que debieron ser mías, aunque sea por compasión, le pertenecen a alguien más.
— Todavía te gusta el skinship, por lo que veo.
— Nunca está de más un abrazo cuando encuentras, de milagro, a alguien que no viste en años… de hecho, podría jurar que te extrañé— murmuro apartándome de él y dándole una última palmadita en los hombros.
— ¿Me extrañaste? — inquiere con los ojos como platos.
— Siempre me arrepentí de no haber sido más amable contigo…— Internamente me estoy gritando que cierre la boca.
Vas a decir cosas que no deberías Luce, cierra la boca. Vas a espantarlo con tu obsesión de niña malcriada.
Pero las palabras se deslizan de mis labios como si fueran suave mantequilla.
No puedo evitarlo. Es como si los sentimientos suprimidos, por fin encontraran a su receptor, y fueran libres.
— Eso quiere decir… que me tenías lástima.
— Por supuesto que no… fuiste mi primer amor Michael. Siempre me arrepentí de no haber intentado ser más cercana a ti.
— Wow…—. Listo. Definitivamente lo asusté. Es la primera vez que lo veo en años, y nunca conversé con él acerca de nada. Y lo primero que digo es “es que fuiste mi primer amor…” obviamente esta es la ultima vez que vamos a conversar.
— Sí… bueno. No es nada raro, ¿cierto? “enamorarte” a los seis años es lo más normal del mundo— musito graciosa intentando minimizar lo que acabo de decir.
— Por supuesto… sí. Eras una niña que soñaba despierta. Todavía recuerdo algunas cosas.
— Eso es algo bueno, que me recordaras. Pero no te preocupes, por más que quiera, me voy a controlar y no voy a perseguirte por todos lados como cuando estábamos en la escuela. Puedes estar tranquilo que no voy a molestarte esta vez…
— Rompes mi corazón princesa, ya no me amas…— dice burlándose de mis supuestos "antiguos" sentimientos.
Y supongo que solo está intentando aliviar la situación y hacer un chiste. Pero mi sonrisa se borra de mi rostro y no puedo hacer más que apartar la mirada.
Pensé que no lo amaba. Realmente creí que el primer amor nunca se cumpliría. Que no sería más que eso, un recuerdo de mi primer amor. Quería encontrarme con él pero no para entablar una relación, solo quería saber que estaba bien. Pero ahora, está sentado a mi lado y mi corazón se desespera por abandonar mi pecho.
Algo no esta bien…
— Espera Princesa… no me digas que sigues creyendo que…
— Bienvenida clase— interrumpe una voz que conozco y mis ojos automáticamente se encuentran con los suyos.
Las patas de gallo alrededor de sus hermosos ojos grises me recuerdan todas las veces que sonríe para mi. Los pocos cabellos blancos adornando sus sienes me hacen pensar en todas las travesuras y los malos ratos que lo hice pasar. Sus fuertes músculos que me sujetaban cada noche antes de dormir y me mecían cuando tenía miedo a pesar de que ya era grande y pesaba demasiado.
Mi papá me está dando la bienvenida. Comienza a hablar y a dar indicaciones y cuando sus ojos se encuentran con los míos me da una pequeña sonrisa que me derrite el corazón como siempre.
Papá me está viendo, quiero demostrarle que puedo lograrlo. Voy a hacer que esté orgulloso de mí.
— Muchos éxitos para esta nueva etapa de sus vidas. Realmente deseo que sea placentero para todos…— dice y se marcha por la puerta.
No voy a avergonzarte esta vez papá. Lo juro por el apellido que me regalaste.