Apenas el auto se detuvo en la entrada del rancho, Tito se bajó con rapidez, casi huyendo de la tensión que se había acumulado en el viaje. Acomodó su traje, se frotó los ojos aún irritados por el gas pimienta, y tragó saliva, el ardor persistente en su garganta. Salamandra salió después, con el bolso al hombro y los dos gatos bien resguardados en su interior, observando el nuevo entorno con sus ojos curiosos. Caminaba con su estilo altivo, el mismo que tenía cuando bailaba en el tubo, con la gracia de una reina que sabía de su poder. No dijo palabra, pero su postura lo decía todo. El rancho era una construcción imponente, una mansión silenciosa y rodeada por sombras majestuosas de árboles centenarios que se alzaban hacia la luna. El Nido del Halcón, como lo había bautizado Giovanni, tení

