Capítulo 4

1834 Words
Cecilia despertó y abrió las cortinas para que el sol entrara por la ventana, era domingo y regularmente ella y Diego, pasaban la mañana en el club, a Diego le encantaba jugar tenis y ella comenzó a tomar clases desde que lo conoció, no era un deporte que le apasionara mucho, pero ella estaba dispuesta a todo, para que su esposo pasara la mayor parte del tiempo con ella. El club campestre, era el punto de reunión de la más alta sociedad en Puebla, y Cecilia disfrutaba despertar la envidia de todas las amigas de Diego, que lo conocieron antes y no lograron “atraparlo” ser la señora Ferrer, era su logro más grande a ojos de su familia, sobre todo de su madre, que solía presumir a su yerno, como si fuera un trofeo. —¡Buenos días guapo! Ya despierta, vamos al club y desayunamos después de jugar. ¿Te parece? —¿Y si mejor nos quedamos y hacemos la tarea? El médico dijo que estaba todo bien y que nos podíamos embarazar en cualquier momento. —Ya sé lo que dijo el médico, pero no debemos forzar las cosas, llegará cuando tenga que llegar, anda vamos o nos van a ganar la cancha que nos gusta. —Mmm, si no tengo otra opción, iremos al club, pero antes ven, dame un beso de buenos días. La jaló del brazo para que quedara recostada sobre él y la besó apasionadamente, para Diego no había otra cosa más importante que su esposa, era su única familia, él había sido hijo único, su madre murió cuando era adolescente, y hacía dos años ya, que su padre se había ido, por eso el deseaba tener una familia grande, desde que se casaron, le dijo a Cecilia, que quería tener por lo menos cuatro hijos, él, siempre deseó una familia grande. —¡Anda ya vamos que se hace tarde!  Voy a llamar para reservar la cancha. —Ya voy, pero prepárate para perder…Otra vez, es más hagamos una apuesta. —¿Una apuesta? ¿Quieres decir de dinero? —¡No claro que no! De algo verdaderamente importante, si yo gano, pasaremos la tarde en un hotel, haciendo el amor hasta el cansancio y si tú ganas, comeremos en casa de tu madre, como todos los domingos. —Amor, mi madre no nos perdonaría si no comemos en su casa, ya sabes que es tradición familiar comer juntos los domingos. —Entonces pierdo desde ahora. Llegaron al club y jugaron tenis durante una hora, Diego, dejó ganar a su esposa, aunque había aprendido bastante bien, no era muy buena jugando, al menos no era rival para él, pero al él, no le importaba dejarse ganar por ella. Afortunadamente casi siempre, coincidían con Mauricio Valladares, el mejor amigo de Diego, desde la infancia y su esposa Leticia, que había hecho una buena amistad con Cecilia, a pesar de que alguna vez estuviera enamorada del amigo de su esposo, cuando todavía no se casaban. Mauricio y Diego se fueron a jugar, mientras las señoras se ponían al día con las últimas novedades de sus respectivos viajes. —¡Querida! —Un doble beso al aire junto a cada mejilla era su forma de saludarse —¡Cuéntame! ¿Cómo te fue en tu viaje a Europa? —Preguntó Cecilia —¡Maravilloso! Estuvimos en la semana de la moda en Milán, no sabes qué maravilla, aunque déjame decirte que Mauricio, fue con toda la intención de encargar un bebé, pasamos más tiempo en los hoteles que en cualquier otro lugar, mi marido siente que si no es padre pronto, sus hijos le llamarán abuelo. —¡Pero qué exagerado! Si es muy joven, igual que tú. —Sí, Mau, es dos años mayor que Diego, y yo,  dos años menor, así que creo que todavía nos queda tiempo. —¿Tú si quieres tener hijos? Con ese cuerpazo que tienes, yo me la pensaría dos veces, además ya con hijos, no creo que Mauricio te lleve a todos sus viajes de negocios como hasta ahora. —No te creas que no lo he pensado, pero mis suegros, están presionando, quieren un nieto, aunque yo si quisiera esperar, al menos hasta tener tu edad— Cecilia hizo una mueca, a manera de sonrisa, odiaba que le recordaran que ella era unos años mayor, acaba de cumplir treinta, era cuatro años mayor que Leticia y dos años mayor que Diego, aunque no era mucha la diferencia, le molestaba que se lo recordaran. —Pues no deberías dejarte presionar, debe ser cuando tú te sientas lista, un hijo es una gran responsabilidad. —Es lo mismo que dice mi madre, ¿Y tú querida? ¿No tienes miedo con eso del reloj biológico? —Por favor querida, tampoco soy una anciana, apenas te llevo unos cuantos años, Diego y yo estuvimos en Houston, nos hicieron una revisión y el médico dijo que, en cuanto mi cuerpo se desintoxique por los años que llevo tomando anticonceptivos, no tendremos ningún problema, y Diego insiste en hacer la tarea todos los días, a veces creo que si no concebimos, es porque su producción de esperma disminuye por tanto esfuerzo. —¿Me estás presumiendo que tú y Diego…Diario? —¡Claro! ¿Ustedes no? —Bueno, si por mi fuera, sí, pero Mauricio a veces llega muy cansado del trabajo, y yo, lo entiendo. —Querida, ten cuidado, no vaya a ser la de malas que sea otra mujer la que lo esté cansando. —¿Quieres decir…Una amante? No, Mauricio, no se atrevería, sabe que tiene mucho que perder, sus padres me adoran, y ya sabes lo conservadores que son, no le permitirían un divorcio. —Bueno, yo que tú, estaría al pendiente, afortunadamente mi marido, no viaja mucho por trabajo y cuando lo hace siempre me lleva con él y bueno, el tipo de mujeres que hay en la textilería, no está a mi altura, pero Mauricio, con todas esas modelos y mujeres hermosas que trabaja, debe tener mucha tentación. Leticia, tragó saliva para enviar el veneno de “su amiga” al estómago, le dio un trago al jugo verde para quitarse el sabor amargo de la boca, su esposo le daba muchas muestras de su amor, pero efectivamente, no siempre la llevaba a los viajes, y ella trataba de no ser celosa y tóxica, por lo que evitaba presentarse en la oficina. La familia de Mauricio, tenía una casa de modas, y era por eso que, siempre estaba rodeado de modelos hermosas y ese era uno de sus temores, si se embarazaba, iba a engordar como una pelota, y corría el riesgo de no volver a recuperar su figura, pero tenía que darle un hijo a su esposo, o no tendrían herencia, ya que sus suegros, insistían en que su primogénito, sería el heredero. El tema se volvió muy incómodo, así que comenzaron a hablar de moda, de los zapatos carísimos que había traído de Milán y del bolso Prada, que Cecilia compró en Nueva York. Las dos intercambiaron una mirada de sorpresa cuando sus esposos regresaron a la mesa. —Leticia, amor, Diego y yo hemos hecho una apuesta, y espero que la ganemos. —¿Una apuesta? ¿De qué se trata? —Hemos apostado a ver quién de los dos se convierte en padre primero, le perdedor, le comprará al ganador, una camioneta familiar equipada con el asiento para el bebé. Cecilia se puso de pálida y frunció el ceño molesta. —¿Y por qué apostaron algo tan absurdo, sin tomarnos en cuenta? ¿A caso creen que somos máquinas de hacer bebés? —Amor, tranquila, no te enojes, somos parejas casadas, ya tenemos varios años de matrimonio, lo lógico es que en cualquier momento seamos padres. —Ceci, Diego tiene razón amiga, no te enojes, justo nosotras también estábamos hablando de eso, tarde o temprano tendremos un bebé en nuestros brazos, a menos que tú no quieras tener hijos, yo no quiero que sea tan pronto, pero si me ilusiona tener un hijo de Mauricio, algún día. —Lo siento, disculpen si me alteré, es solo que eso de la apuesta, me hizo sentir como una fábrica de niños. Cambiaron el tema y terminaron de desayunar, Leticia y Mauricio, fueron los primeros en despedirse y una vez que se fueron, Diego intentó contentar a su esposa, que se había quedado muy callada y visiblemente molesta con el asunto de la apuesta. —Amor, discúlpame, no pensé que te fueras a sentir tan mal por lo de la apuesta, es solo un juego, ya quita esa carita de puchero y dame un beso. —Está bien, pero por favor, no me presiones, el doctor dice que también el estrés puede provocar trastornos emocionales que me impidan embarazarme. —Te prometo que no voy a volver a hablar del asunto, pero sé que ganaremos esa apuesta. Ella sonrió y él la besó, realmente era muy feliz en su matrimonio, Cecilia, era la mujer perfecta para él. Volvieron a casa y se ducharon, después de descansar un rato, salieron hacia la casa de la familia de Cecilia, a Diego no le pesaba complacerla, y disfrutaba de la comida familiar, como él ya no tenía a nadie, se sentía bien convivir con la madre y hermanas de su esposa. Vanessa y Larissa, eran sus hermanas menores, Vane, como Cecilia la llamaba, tenía veinte años y era la menor de las tres y Lisa, tenía veintitrés, la diferencia de edades entre ellas y Cecilia que tenía treinta, era grande, porque su hermano, el único varón había muerto junto con su padre, en un accidente, hacía ya muchos años. Ese era el motivo por el cual Juana, le daba el lugar de Jefe de la familia a Diego, por que además, las apoyaba mucho económicamente, aunque la pensión que recibía de su difunto esposo, era suficiente para vivir muy cómodamente, aunque sin tanto lujo cómo el que ellas deseaban y que por supuesto, disfrutaban gracias a la generosidad de Diego. Después de comer, las jovencitas corrieron a su habitación, se aburrían con la conversación de su madre y Cecilia y su esposo, siempre se quedaban a tomar un café y a conversar con ella después de la comida. —Diego hijo, te dije que te iba a conseguir la mejor secretaria y ya la tengo, mañana va a ir a la textilería a dejar su solicitud en tu departamento de recursos humanos, espero que no me hagas la grosería de rechazarla. —No se preocupe suegra, pediré que le hagan las pruebas necesarias, y si cumple con el perfil, puede estar segura de que será contratada. ¿Cómo se llama? - Se llama Sofía, Sofía Ballesteros. Juana sonrió triunfante, el matrimonio de su hija, no iba a correr ningún peligro con una niña tan insignificante como Sofía, de secretaria […] 
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