La conejita estrella

1701 Words
++**ARIA**++ Después de salir de la ducha y envolverme el cuerpo con una toalla blanca, escuché cómo la puerta de mi habitación se abría de golpe. Ni siquiera me molesté en sobresaltarme. Solo Theo entra así. Sin anunciarse. Sin filtros. Sin miedo. —¡Nena! —exclamó con los ojos bien abiertos—. ¡La jefa está aquí! Y trae regalos. Muchos. Y… creo que tiene que ver con… —hizo una pausa dramática, esa que él ama tanto—. El CEO. Sonreí, sabiendo exactamente a qué se refería. Me sujeté mejor la toalla mientras lo miraba con media ceja levantada. —Estoy segura —le respondí, caminando hacia el closet para sacar una bata de seda negra—. Ven, acompáñame. Me la até con un nudo flojo justo por debajo del pecho, y justo cuando iba a salir, Theo me tomó de la muñeca, su cara es una mezcla de preocupación y emoción desbordada. —¿Qué vas a hacer? Lo miré de reojo. Él sabía perfectamente qué haría. Siempre lo sé. —Lo que me convenga —le dije bajito—. Tranqui, Theo. Yo manejo esto. Salimos al pasillo, y el sonido de nuestros pasos apenas rompía el silencio elegante del piso de arriba. Al llegar a la sala de estar, la vi. Barbie. La jefa. Sentada como una reina, piernas cruzadas, espalda recta, con ese aire de superioridad que solo se gana con los años… y con millones. Cincuenta años de poder, belleza, cirugía y mucho dinero. Su vestido de encaje n***o apenas tapaba lo suficiente, y sus tacones de aguja parecían cuchillas afiladas. Todo en ella gritaba "dueña del juego". Al verme, se levantó y abrió los brazos. —Mi conejita estrella —dijo con esa voz dulce y rasposa que siempre usa cuando quiere algo. Me acerqué y la abracé. Su perfume era fuerte, floral, elegante. Como ella. —Mira, nena —dijo separándose de mí y señalando una caja enorme sobre la mesa baja—. Ahí dentro tienes un vestido, unas bragas de cadena —sonrió, maliciosa—, y nada de sostén. Solo detalles decorativos. Cabello suelto, tacones... y ya sabes, actitud. Levanté las cejas con una media sonrisa. —¿Para qué es el regalo? Ella se cruzó de brazos. —Para esta noche. El CEO ha pedido una cena contigo. No en el club. En un Penthouse. Privado. Íntimo. Lujoso. Sentí a Theo tensarse a mi lado. Yo solo la miré con calma. —Hoy es mi día de descanso. Barbie suspiró, sabiendo que lo estaba haciendo difícil. —Lo sé, mi amor. Pero es un cliente importante. Firmó un contrato gordo. Puso tu nombre. Dijo que te quería a ti. Solo a ti. Miré a Theo, luego a ella. —Acepto —dije firme—, pero si me prometes que esto no volverá a pasar. No con otro. No me mandes con cualquiera. Ella se acercó rápidamente, aliviada. Me tomó de las manos. —Nooo, mi amor. No pasará. Sabes que eres nuestra joya. Nuestra conejita. No es a cualquiera a quien damos este tipo de encuentros. Este hombre… es distinto. —¿Distinto? —pregunté con sarcasmo. —No quiere verte en el club —dijo ella con una sonrisa torcida—. Quiere que los encuentros sean ahí. En el Penthouse. Exclusividad total. Sentí un escalofrío recorrerme la columna. —Eso no me tranquiliza. Se está saltando las reglas. No debería ser así. Ella me tomó de la quijada con delicadeza. Sus uñas largas, rojas, me rozaron la piel. —Nena… tú existes para romper las reglas. —Me miró con ternura fingida—. Has provocado muchas cosas en ese hombre. Demasiadas. Él no es un cliente cualquiera. Ni tú eres una chica cualquiera. Theo soltó un suspiro que parecía más un gemido de drama. Se dejó caer en el sofá. —Esto es un show, literal —dijo, mirando el techo. —Tienes pocas horas para estar lista. Él envió un chofer. Y una nota. Sacó un sobre n***o de su bolso de cuero. Me lo entregó sin decir más. Lo abrí con las uñas y leí en voz baja: "Te espero a las nueve. Penthouse Dorado 75, nivel privado. Cena servida. Vino listo. No lleves miedo. Solo deseo. —K." El trazo era elegante, inclinado. Un hombre que sabe lo que quiere. —¿K? —dije en voz baja. Barbie sonrió como si supiera mucho más de lo que decía. —Killian Hart. CEO. Dueño de todo lo que importa en este país. Y ahora… obsesionado contigo. Sentí un golpe en el pecho. No de miedo. De tensión. De algo caliente y agudo que bajaba lentamente hasta mi centro. Barbie me acarició el brazo con un gesto protector. —Vas a estar bien, nena. Nadie te va a tocar sin tu permiso. Nadie te va a forzar. Pero si tú quieres… él va a darte cosas que no has imaginado. Me quedé en silencio. Theo se levantó como un resorte. —¿Y si no regresa esta noche? ¿Y si no vuelve jamás? ¿Y si se la traga el deseo? Barbie soltó una carcajada. —Theo, por favor. Aria no se pierde. Ella se reinventa. Una y otra vez. Yo solo me acerqué a la caja, deslicé los dedos por la tapa y la abrí. El vestido era de seda negra, con aberturas laterales, espalda descubierta, y tan fino que debía usarse con piel recién lavada. Las bragas de cadena… bueno, eran lo justo para decir que llevabas algo. Y los tacones… imposibles y hermosos. ++++++++ Después de despedirme de Barbie —quien salió como toda una reina, con sus tacones sonando como disparos de autoridad contra el piso— me giré hacia Theo. Él estaba con los brazos cruzados, ese rostro de madre preocupada, con el ceño fruncido y los labios fruncidos más aún. —¿Estás segura? —preguntó como si estuviera a punto de confesarme que había una bomba debajo del vestido de cadena. Yo, sin decir nada, fui directo a sus brazos. Me acurruqué contra él, rodeando su cintura como si fuera mi único refugio emocional en el planeta tierra. Y sin darle tiempo a respirar, le solté: —Sí, perra. Estoy lista. Quiero ver a ese hombre otra vez. No me importa si me estoy haciendo ilusiones. Siento que me he enamorado a primera vista, ¿ok? Él se quedó en silencio un segundo. El drama, mi declaración, mi intensidad de telenovela… todo colapsó en una sola escena. Hasta que, claro, decidió arruinar la intensidad con su usual comentario: —PERRA INFELIZ —dijo mientras se alejaba y me daba una tremenda palmada en la nalga—. Casi muero del nervio, ¿tú me quieres matar? ¿Cómo que te enamoraste a primera vista? ¿Dónde estamos, en una novela de adolescente? ¡Dios mío! Yo solté la carcajada, esa con ronquido incluido. Porque Theo es ese tipo de amigo que te hace reír hasta cuando quieres llorar en posición fetal en una esquina. Caminé hacia el espejo mientras él hablaba, dramático como siempre, poniéndose la mano en el pecho como si estuviera a punto de desmayarse. Y justo cuando iba a contestarle, aparece Margaret. Con una taza de helado en una mano y una cucharita brillante en la otra. Como una aparición divina. Descalza, bata abierta, braless, y con esa cara de que se acaba de despertar de una siesta de dos siglos. —Nena —dijo con voz arrastrada y sensual—, tienes que cuidarte. Eres sexy, mujer. Pero sexy de esos que los hombres no olvidan. Eres como postre francés con picante tailandés encima. —¡Yaaa! —le respondí entre risas—. Eso no me preocupa. Lo que me tiene perdida es mamá. Quiere venir. Y si aparece aquí, me manda a encerrar con una biblia y agua bendita. Theo resopló. —De eso hablaremos con gusto, y con tequila, pero en otro momento. Ahora quiero que nuestra estilista oficial —o sea, yooooo, te arregle como una maldita estrella porno de lujo. ¡Vamos, perra! Y ahí empezó el show. ********* Theo sacó su maleta mágica. Esa que tiene brochas de todos los tamaños, labiales que parecen armas nucleares, sombras que podrían hacer llorar de emoción a una drag queen. Yo me senté en el tocador, él encendió la luz del espejo como si fuera una pasarela, y puso su playlist de empoderamiento: Beyoncé, Bad Bunny, y algo de Rina Sawayama porque somos eclécticas. —Primero que todo —dijo mientras me ponía una diadema para que el pelo no estorbara—, base. Vamos a ocultar esas ojeras de "me enamoré de un CEO millonario y ahora voy a una cena privada en un Penthouse como si fuera Pretty Woman versión OnlyFans". —¡Literal! —me reí—. ¿Qué tal que me pida que me quede a dormir? —¿Y qué vas a hacer? ¿Le dices que no? ¿Vas a resistirte a ese torso que parece tallado por ángeles en crisis existencial? No, mi amor. Si te lo pide, te quedas, te desvistes, y después hablamos. Reímos como si no tuviéramos traumas. Theo siguió trabajando en mi rostro como si fuera una obra maestra. Al rato, Margaret regresó con más helado y se sentó en la esquina de la cama, mirándome con su sabiduría de mujer que ha sobrevivido hombres, alcohol y dietas keto. —Solo te digo algo, Aria —dijo en tono medio serio—. Ese tipo... puede que no quiera solo sexo de nuevo. Puede que quiera algo más. No lo subestimes. —¿Y si yo soy la que no quiero nada serio? —pregunté, arqueando una ceja. —Entonces disfrútalo como una reina —respondió con una sonrisa—. Pero si te enamoras… ay nena, que no te duela como a mí me dolió cuando me enamoré del baterista ese sin dientes. —No vuelvas a hablar de ese trauma —interrumpió Theo con una risa—. Nos costó dos terapias y tres botellas de vino superarlo.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD