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Desde temprano salí de casa de Aria. Ella seguía dormida, profundamente, como si el mundo no pesara sobre sus hombros, aunque yo sé bien que carga con más de lo que aparenta. Me detuve un momento frente a su puerta antes de salir, observándola por última vez. Tenía el cabello enredado sobre la almohada, el cuerpo encogido como una niña y ese leve fruncir en las cejas que me decía que, incluso en sueños, peleaba contra algo. Algo que aún no me había contado.
Cerré la puerta con cuidado, sin hacer ruido y salí. El aire estaba frío, pero dentro de mí hervía una ansiedad que no podía ignorar. Todo lo que había descubierto en menos de veinticuatro horas me tenía con la mente acelerada. Aria y Calypso. La misma mujer. Dos rostros, dos nombres, una sola vida partida en secretos. Bueno,
