El amanecer llegó lentamente, teñido de un rojo profundo que parecía un presagio de lo que estaba por venir. Kael no había dormido en toda la noche. Estaba sentado junto a la ventana, observando cómo los primeros rayos del sol intentaban perforar la niebla que cubría el bosque. Su mente era un torbellino de pensamientos. Amelia seguía dormida, envuelta en una manta gruesa junto al fuego, su rostro relajado pese a todo lo ocurrido. Aun en medio del caos, ella encontraba una forma de irradiar una calma que Kael no comprendía del todo, pero que lo anclaba a la realidad. No podía negarlo más: ella era su debilidad. El sonido de un crujido en el piso lo sacó de sus pensamientos. Rurik estaba de pie en la entrada, con el rostro marcado por la preocupación. —Ronan no se detendrá, lo sabes —mu

