Capítulo 7

1133 Words
El Sr. Brown guardó el móvil en su bolsillo y trató de atraerme a su pecho nuevamente, pero me aparté. Jesús, ¿qué mierda estaba haciendo? No podía dañar el corazón de una persona que ni conocía. Si, podía ser estúpido a veces, pero no quería decir que me gustara ser un hijo de perra con personas desconocidas para mí. Además, la mujer morocha se veía bastante linda y conservadora. Creo que lo único bueno de todo eso, era que el Sr. Brown no tuviera hijos. ¿O sí? Jodida mierda. — ¿Tienes hijos? —La pregunta se escapó de mis labios sin poder evitarlo. — ¿Qué? —Su frente se frunció y pasó una mano por su cabello. — Jesús, no. Yo- sólo, odio los niños. — Yo soy un niño. — No lo eres, bebé. —Aclaró su garganta— Eres un chico grande y bueno, que se merece unos cariños por parte de su profesor de educación física. Eso sonaba como las historias que leía Seb y que una vez encontré en su teléfono. No pude evitar morder mi labio inferior, pensando en sus palabras. — Pero no está nada bien, Edward. — ¿Por qué? — Porque estás engañando a tu esposa, yo- me siento como un gigoló —respondí acomodando mi uniforme. — No lo eres, William —suspiró— Eres mucho más que eso. — Y merezco mucho más que esto —bufé. La boca del Sr. Brown se abrió un poco, pero luego volvió a recuperar la postura. — Eres tan egocéntrico, bebé. — Vete al demonio. Edward negó suavemente — Te ves mal diciendo groserías. Rodé los ojos y levanté mi dedo índice, llamándolo — Ven aquí y te digo algo. Su cuerpo rápidamente se posicionó delante mío — ¿Qué? — Acércate. — ¿Más? — Si, —cuando pude tener su anatomía bastante cerca, me incliné hasta su oído y musité: — Me vale una mierda. Chasqueó la lengua mientras yo comenzaba a reír. Ese era bastante bueno, creo que podía volverme cuenta chistes ya que la escuela no era lo mío. — También tienes que actualizar tus chistes. — Eso fue un golpe bajo, Sr. Brown. El rizado levantó una ceja cuando la campana sonó, dando por finalizada otra hora de clases. Ahora sólo faltaba una y podía irme a casa. — Te queda una hora de filosofía, ¿no? — Si. — Bien, —asintió— Yo tengo esta libre, así que... — No tendremos nada. —Volví a ponerme serio y escuché un bufido de su parte. — Mira, William. Me vuelves loco, lo admito. Pero tampoco puedo dejar mi vida por ti. —Sus grandes manos tomaron mi rostro y me hizo mirarle directamente. —Eres un chico muy caliente, muy tierno y todas esas cosas juntas, pero también tengo una mujer en casa que es aburrida hasta la mierda y que ya me está cansando. Quiero tener algo contigo, bebé. Pero esto es lo único que puedo ofrecerte, nada más. No puedo terminar con mi matrimonio, porque no es conveniente para mi familia ni la suya, ¿Entiendes? Asentí un poco asombrado por lo que acababa de decir y también furioso. No era que ya estuviera armando una vida con el Sr. Brown, pero fue cruel que dijera que nunca dejaría su matrimonio por mí. — Oh, bueno —carraspeé— Recordé que tengo que entrar obligatoriamente. — William no seas así, te estás comportando muy inmaduro. — ¿Inmaduro yo? No seas estúpido. Soltó un gruñido y en un abrir y cerrar de ojos me tenía acorralado contra su escritorio de caoba. Mierda. Mis manos fueron a dar a mi espalda y el rizado delineó la línea de mi mandíbula con su lengua. Me removí incómodo y claramente caliente, tratando de salir de su agarre, pero me fue imposible. O sea, solamente había que ver lo grande que era ese hombre a comparación mía. — Suélteme —apreté los dientes y dejé escapar un suspiro tembloroso cuando chupó fuerte en mi cuello. Tarareó y se apoyó un poco más en mi cuerpo, haciendo que su pelvis chocara con la mía. Cerré los ojos con fuerza cuando me sentó en el escritorio y tomó mis manos, amarrándolas a mi espalda. No sé con qué, pero al sentir la suave tela de la seda en mis dedos, me hice la idea. Una corbata. El Sr. Brown no usaba corbatas, él era docente de educación física. ¿Por qué tendría una en su oficina? Solté un jadeo casi inaudible cuando posicionó su mano duramente en mi entrepierna y empezó a acariciar. No podía detenerlo, estaba tan caliente. Era un auténtico idiota, pero es que solamente con ver sus músculos flexionarse y su mandíbula apretada, podía llegar a un orgasmo. Tenerlo casi encima de mi cuerpo dándome placer, era algo loco, pero sin duda sexy. Edward era sexy. — Más, —gimoteé tratando de soltar mis manos—. Más, más. Brown soltó una risa contra mi pecho y dejó un beso casto allí. Temblé un poco y sus manos se dirigieron lentamente a mi pantalón. Abrí nuevamente los ojos y su cabello estaba justo frente a mí, solté una risita y él levantó la mirada para después, darme una sonrisa. — ¿De qué te ríes? — Tu cabello. — Oh, mierda —musitó tocándolo y dándose cuenta de que estaba bastante esponjado— Yo compré estos productos estúpidos y sigue igual. — Córtalo —sugerí. Abrió los ojos un poco y negó efusivamente — ¿Estás loco? Nunca. Me encogí de hombros dando por finalizada la conversación y esperé pacientemente a que bajara mis pantalones. Mi ropa interior se mostró y me puse nervioso. Joder, iba enserio. Mis mejillas se tiñeron de rojo al ver como estaba de excitado. El Sr. Brown mordió su labio inferior con fuerza y se fue arrodillando lentamente. Ay, no. Cuando empezó a bajar mi bóxer, lo detuve. — Desátame, por favor. — ¿Enserio? ¿Ahora? —Gruñó. — Si. Rodó los ojos, pero hizo lo que le pedí, para después, volver a su trabajo. Mierda, estaba temblando y no por la calentura, tenía miedo. Era un poco inseguro al respecto. Visualicé mi mochila y solté un gemido fuerte cuando algo tibio se posicionó en la cabeza de mi polla. Me estaba haciendo sexo oral el Sr. Brown. Jesucristo. Su cabeza se movió un poco y no pude evitar enredar mis dedos en su cabello. Tomé algunas respiraciones profundas y volví a mirar mi mochila, estaba seguro de que me arrepentiría más tarde, pero podía pajearme y listo. Levanté el rostro de Edward y pegué sus labios con los míos, él usó la lengua y yo acepté sin pensarlo mucho. Mantuve mis ojos abiertos y cuando mi respiración faltó, me separé. — ¿Podrías pasarme mi mochila? — ¿Para qué? —cuestionó el rizado curioso. Pasé saliva — Tengo algo ahí para ti. A grandes zancadas el Profesor Brown llegó hasta el objeto y me lo trajo. Me levanté, acomodé mi pantalón y me puse la mochila en mis hombros. — Gracias por todo, Sr. Brown. — ¿Qué? —Chilló. — Me voy. —Espeté y troté para girar la perilla de su oficina. — Pero- William, yo creí que- Lo interrumpí — Creyó mal, le dije que sería difícil. — William..." gruñó. — Adiós. — Canturreé. Al fin de cuentas si era un chico inmaduro, pero lo bueno era que tenía un hombre mayor detrás mío.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD