NARRA EVANGELINE —Dulzura… Dulzura… La voz de Pam me llegaba desde lo lejos. Sentí sus manos sacudiéndome suavemente, pero sentía los párpados tan pesados, que no podía abrir los ojos y tuve que hacer un gran esfuerzo para lograrlo. —¿Q-Qué… sucede? —farfullé, pues me sentía aturdida y tenía la voz ronca por el sueño. —¿No te has dado cuenta? —exclamó Pam—. ¡Las puertas están abiertas y Fabien no está en el bar! ¡Puedes marcharte y tener tu libertad! Aspiré aire profundamente, antes de sentarme en la cama. Restregué mi rostro con mis manos y la observé, sintiéndome aún aturdida. —¿No me has escuchado? —cuestionó, tratándome como si yo estuviera atontada, y probablemente sí lo estaba. —Sí, lo sé —susurré, en medio de un bostezo y volteé a ver la puerta—. Ha estado así desde esta mad

