Hoy decidí escribir “buenos días” por última vez. Si no responde, este será el final. Ha pasado más de un mes desde aquella conversación en el pasillo del mall. Lo había visto un par de veces, de lejos, y aunque le envié dos mensajes cortos —dos simples “buenos días” sin ninguna intención de rogar—, nunca respondió. Así que hoy, la tercera sería la última. Si no contestaba, se acababa. Sabía que insistía solo por terquedad. No porque esperara un cambio. ¿Por qué habría de cambiar algo ahora, si yo seguía haciendo exactamente lo mismo? Esperar un resultado distinto era casi absurdo, pero ahí estaba, aferrada a una última esperanza, como quien sostiene una hoja seca esperando que vuelva a ser verde. Di varias vueltas en la cama, sin saber qué hacer con este sábado que promete ser demasia

