Virgen en apuros

1538 Words
Esa noche no dormí. Y no por la adrenalina del programa. Ni porque el set entero hablara de la química “explosiva” entre Nic y yo. Tampoco por el hecho de que el hashtag #RomanceVsSexo fuera tendencia nacional. No. No dormí porque pasé cinco malditas horas en Google buscando: "¿Cómo hablar de sexo sin parecer una idiota?" "Diccionario básico de prácticas sexuales modernas" "Qué significa b**m y por qué está en todas partes" "¿Puedo fingir que sé si nunca lo he hecho?" "¿Es posible que tu co-presentador te haga perder el control solo con la voz?" Sí, sí es posible. —¿Estás viva? —preguntó Maddie al entrar a mi departamento sin permiso, como siempre. Yo estaba en el sofá, ojerosa, envuelta en una manta como si fuera una víctima de guerra. —Más o menos. —¿Qué haces? Giré la pantalla de mi laptop. Ella leyó. Frunció el ceño. Me miró. Leyó otra vez. —¿“Cómo saber si tengo un punto G”? Emma… —Estoy en problemas, Maddie. Ella se sentó a mi lado, suspirando como si hubiera estado esperando este colapso emocional desde hace años. —¿No podrías… no sé… preguntarle directamente a él? —¿A Nic? —Ajá. Él es sexólogo después de todo, además de que trabajarán juntos de hoy en adelante. —¿Al gurú del sexo? ¿Al hombre que me mira como si ya supiera que nunca tuve un orgasmo real? ¿Al tipo que puede encenderme con una maldita ceja levantada? —Ese mismo. —Prefiero morir. —Emma… —¡Soy virgen, Maddie! —solté de golpe, cubriéndome la cara con las manos—. No sé nada. Nada. ¡Y tengo que hablar de sexo como si fuera experta! Jerry me puso un ultimátum, aprendo esta mierda del sexo o me largo del programa. Silencio. Cuando me atreví a mirarla, Maddie no se reía. Me miraba con cariño. Y lástima. Y un poco de... ¿culpa? —¿Sabes qué? —dijo—. Tal vez sea hora de que aprendas. —¿Aprender cómo? ¿Leyendo? ¿Viendo videos? Ella me sostuvo la mirada. —No. Aprender con él. Me atraganté con el aire. —Estás loca. —¿Estoy? Porque tú estás en un programa donde vas a hablar de sexo a diario, con un tipo que claramente sabe del tema, que está bueno como el infierno, y que—perdón por cómo suena esto—te quiere desnudar con la mirada desde que se sentaron juntos. —Eso no significa nada. —Emma... no sé si ese hombre puede enamorarse. Pero sí sé que puede enseñarte cosas que ni Google, ni tus libros, ni tus ideas románticas van a darte. —No puedo simplemente pedirle que me dé clases de sexo. —¿Por qué no? —¡Porque sería vergonzoso! —¿Más vergonzoso que preguntarle a internet si tienes clítoris? Silencio. Toqué fondo. Y lo peor… Es que no sabía si estaba más aterrada por aprender con él… O por lo que podía pasar si terminaba disfrutándolo más de lo que quería admitir. … El canal parecía una fiesta de fin de año. Globos, risas, brindis con café de máquina. Solo faltaban fuegos artificiales y una piñata con mi cara. Yo caminaba entre pasillos como alma en pena mientras todos me felicitaban por “el mejor programa de la temporada”. —Emma, ¡explosivo! —¡Ese enfrentamiento estuvo de lujo! —No sabía que tenías tanto carácter, Blake. Yo solo sonreía con cortesía. Por dentro, quería arrancarme la piel. Entré a la oficina de producción buscando a alguien que me diera un tranquilizante o, en su defecto, una excusa legal para renunciar. Y ahí estaba. Él. Sentado sobre el escritorio del jefe como si le perteneciera, piernas cruzadas, taza en mano, y esa sonrisa de "sé que me deseas aunque me odies". —Buenas tardes, princesa —saludó Nic, sin dejar de mirarme—. ¿Lista para nuestra próxima batalla? Lo ignoré. O lo intenté. —¿Dónde está el jefe? —pregunté, cruzándome de brazos. —En la sala de reuniones. Pero dejó esto para ti —dijo, levantando una tablet—. Quería que vieras algo. La pantalla mostraba el gráfico de audiencia del programa. Una línea roja que trepaba como si estuviera enloquecida. —Subimos 250% en 35 minutos —dijo Nic, con una voz que casi parecía impresionada—. ¿Te das cuenta de lo que eso significa? —Sí —respondí seca—. Que el público ama ver desastres en vivo. Él bajó la tablet, se acercó un paso. —O tal vez… que les gusta la química. Lo miré. —No hay química. Hay fricción. Fuego. Odio. —¿Y eso no es química, Emma? Mi nombre en su boca era un arma. Estaba demasiado cerca. Demasiado seguro de sí mismo. Demasiado... jodidamente atractivo. —Esto no es un juego para mí, Nic —le espeté—. Yo trabajo con respeto. Profesionalismo. No con escándalos. Él inclinó la cabeza. —Entonces deja que yo me encargue del escándalo. Y tú… solo sé tú. Funciona. Iba a contestar. Iba a gritarle. Pero el jefe entró justo en ese momento, aplaudiendo. —¡Blake! ¡West! ¡Están en boca de todos! El canal no había tenido esta visibilidad en años. Nos miró a ambos con esa sonrisa de tiburón que solo los ejecutivos tienen. —Desde ahora, su sección será diaria. Y exclusiva. Ustedes son el alma del programa. El romance y el sexo. El fuego y el hielo. Lo que todos quieren ver. Yo lo miré, aún en shock. —¿Está hablando en serio? —Tan en serio como su próximo contrato —dijo—. Si esto sigue así, nos van a comprar el formato para exportarlo. Ustedes son oro. Nic sonrió. Yo no. Mi carrera, mi integridad, mi paz mental... Todo ahora dependía de mantener el ritmo con el gurú del sexo. Y lo peor no era eso. Lo peor… Es que una parte de mí empezaba a disfrutarlo. … —¿Y por qué no puedo grabar mi parte por separado? —pregunté con los brazos cruzados, el ceño arrugado y toda la paciencia que me quedaba colgando de un hilo. El productor no levantó la vista del guion que sostenía. —Porque el jefe quiere naturalidad. Química. Reacciones reales. Y eso solo se logra juntos, Emma. Juntos. Esa palabra ya estaba arruinada para mí. Giré la cabeza. Y ahí estaba él. Sentado al otro lado de la sala de ensayo, con una pierna sobre la otra, el móvil en la mano y una sonrisa demasiado cómoda. —¿Disfrutando el momento, West? —Muchísimo —respondió sin apartar la vista del celular—. ¿Tú no? Me acerqué un paso. Él levantó la mirada. Los ojos oscuros, el mentón firme, y ese maldito tono de voz que parecía retarme a que lo besara o lo golpeara. —Sabes perfectamente que esto no es un juego. —¿Y tú sabes que fruncir el ceño así te marca una arruga aquí? —Señaló entre mis cejas—. Aunque igual te queda adorable. Le di la espalda. —No pienso ensayar contigo si vas a seguir con esa actitud. —¿Y cuál sería la actitud correcta, según tu manual? —Respeto. Profesionalismo. Un poco de madurez, quizás. Él se levantó. Sentí su presencia detrás de mí. No me tocó. Ni me habló al oído. Pero estaba tan cerca que podía olerlo. Ese aroma amaderado, limpio, masculino. El tipo de olor que no se olvida después de haberlo tenido sobre ti. Aunque yo, claro, no lo había tenido. Aún. —¿Quieres que sea profesional, Emma? —preguntó, con voz grave—. Muy bien. Ensayemos. Giré para enfrentarlo. Él ya estaba leyendo el guion. —Página 3 —dijo, sin mirarme—. Tema del día: “¿Por qué los hombres huyen del compromiso?” —Perfecto para ti —dije sin pensar. Levantó una ceja. —¿Vas a atacarme aquí también? —Solo si me das razones. —Tú me das una razón diferente cada vez que hablas —respondió—. Pero supongo que no debería comprometerme con eso, ¿no? No supe si lo dijo en broma. O si realmente me estaba probando. Pero en ese momento, no era una escena. Éramos nosotros. Chocando. Queriendo arrancarnos la piel a base de palabras. O de lo otro. Tomé aire. —¿Vas a tomarte esto en serio? Él me miró fijo. —Mucho más en serio de lo que debería. Silencio. Maddie entró justo cuando la tensión alcanzaba su punto máximo. —Listos para grabar en cinco minutos —anunció, sin notar (o fingiendo no notar) la electricidad flotando en el aire. Nos separamos como si hubiéramos sido sorprendidos desnudos. Nic volvió a su silla. Yo al guion. Pero mis manos temblaban. Y por primera vez desde que comenzó esta locura… Temí que el problema ya no fuera trabajar con Nic. Sino querer hacerlo.
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