Capítulo 4

965 Words
¡Ahhhh! ¿Quién rayos inventó la frase "al que madruga, Dios lo ayuda"? Seguro alguien que jamás tuvo una resaca ni una heladería que montar sola. Acababa de levantarme, o más bien, me había arrastrado fuera de la cama después de dormir medio siglo tras la partida de Hellen. Me sentía como si me hubiese atropellado un camión... o dos... y luego me hubieran rematado con un carrito de helados irónicamente. Pero en serio, ¿quién dice que unas horas de sueño bastan para levantarse "renovado"? ¡Mentira podrida! ¡Propaganda! ¡Calumnias! Miré al techo y me hab al techo y me hable a mí misma, como buena loca funcional: —¿Qué haremos hoy, Gaby? Me quedé unos segundos pensando hasta que una idea chispeante me hizo sonreír. —¡Ya sé! ¡Hagamos helado! Me senté de golpe como si hubiera descubierto la cura al aburrimiento crónico. Porque, seamos honestas, no todos los días tienes la suerte de levantarte con energía y una licuadora en casa. Y si lo puedes hacer en pantuflas, mejor. ### 1 hora después... —Ok... ya está todo listo —dije con las manos en la cintura, orgullosa de mi pequeña estación de trabajo casera. Pero entonces me detuve. —Un momento... ¿dónde dejé esa cosa? Me puse a buscar frenéticamente el tazón de dulces que había preparado antes. Miré a mis ingredientes alineados como soldados esperando instrucciones. —¿Lo dejé dentro? ¡Ahhhhh! Me dirigí a buscarlo, no sin antes advertir: —Ustedes se quedan quietos, ¿entendido? ¡Ni una gota fuera del lugar! —Sí, le hablaba a los recipientes. ¿Y qué? Es más divertido cuando el caos tiene personalidad. ### Unos minutos después... —¡He vuelto! —grité dramáticamente—. ¡Más les vale seguir aquí o conocerán la furia de Gaby! Hice una entrada de villana de telenovela, con mirada malvada incluida. Me encanta imaginarme como una villana excéntrica en mi propia cocina mágica. Ser adulta tiene que tener sus perks, ¿no? Mis ingredientes seguían allí, obedientes. Suspiré aliviada. —Bien, me alegra que hayan sobrevivido. Si no, habría sido su fin. Me pasé las siguientes dos horas en modo alquimista total: trayendo, mezclando, midiendo, derramando (accidentalmente, obvio), corrigiendo, y volviendo a empezar. Hacer helado es una mezcla de ciencia, arte y m********o, pero ¡ah! los resultados... Finalmente, había nacido una obra maestra. —Este helado se llamará… *Delicia de Almendra* —decreté mientras sostenía la cuchara como si fuera un cetro real—. No fue fácil. Cometí errores tontos: mezclé los ingredientes al revés, olvidé tamizar las almendras la primera vez y hasta me salpicó nata en la cara. Pero cuando di con la textura perfecta y ese sabor cremoso con notas sutiles de almendra... supe que lo había logrado. La leche de almendras *de verdad* (hecha en casa, no esa de caja con más agua que sustancia) fue el secreto. Nada de cristales de hielo, solo suavidad celestial. Y los trozos de chocolate oscuro con almendras granuladas... ¡uff! Crujientes, amargos y dulces al mismo tiempo. Una sinfonía fría para el alma calurosa. —Voy a hacer tres sabores —murmuré con ambición—: ▪ *Sabor original* ▪ *Chocolate* ▪ *Vainilla* Así nadie se queja. Son sabores que respetan al ingrediente estrella sin robarle protagonismo. Una colaboración, no una competencia. *Team Almendra Forever*. ### Unos minutos después... —¡Ahhh, mi3rda... está riquísimo! Me metí una cucharada en la boca, cerré los ojos y gemí dramáticamente como jurado de concurso culinario. —¡Dios! ¡Esto necesita ser probado por el mundo! ¡Por la humanidad entera! ¡Por alienígenas! Miré alrededor. —Aunque... sería bonito compartirlo con alguien. Mi sonrisa se volvió un poquito melancólica. Pero se desvaneció al imaginarme alimentando a futuros empleados con cucharadas de helado como una bruja buena y cruel al mismo tiempo. —Pronto, mis pequeños minions... pronto probarán mis creaciones —reí entre dientes. Llené un recipiente rectangular con helado para guardar, y el resto lo metí en un bote al congelador. Me estiré y un crujido de hueso me recordó que había estado horas de pie. —Ay, la espalda. Ya tengo el cuerpo de una abuela y el alma de una niña pastelera —me quejé entre risas. Fui al baño, me cambié por ropa cómoda y respiré profundo. —Hora de arreglar este caos. Recojí utensilios, limpié el mezón, barrí los restos de chocolate, lavé la mezcladora como si fuera mi hijo... y cuando terminé, sentí que me iba a desmayar. —Ok... he terminado. He sudado, he sangrado (metafóricamente), y he triunfado. Pero no he comido nada. ¡Estoy famélica! ¡Me he convertido en polvo! Bueno... exagero, pero casi. Decidí lo inevitable: —¡Comida china! ¡Fideos! ¡Enorme porción, por favor y gracias! ### ▪▪▪▪▪ Después de devorar como si el Apocalipsis fuera mañana, me recosté en el sillón con una panza redonda y feliz. —¡Ahhhh comí mucho! Pero no me arrepiento. Nota mental: no morder más de lo que puedes masticar... pero hacerlo igual si está rico. Puse un capítulo de *My Little Pony: Friendship is Magic*, que siempre me consuela con su dulzura y lecciones extrañamente profundas. Después, me metí a bañar, me puse pijama, lavé mi cara y cepillé mis dientes como toda adulta responsable con corazón de niña. —Hora de dormir —dije mientras me tiraba en mi cama con sábanas suaves como nubes—. Nos esperan días de sudor, lágrimas y helado. Estoy emocionada por ser esclava de mi propia pasión. Sonreí, cerré los ojos y me dejé arrullar por el cansancio. Mañana sería otro día de locura deliciosa… y no podía esperar.
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