capitulo 10

954 Words
El mismo día, antes de la reseña en otra parte de la ciudad... —Julián, déjame ver si entendí —dijo Maximilian, con voz incrédula mientras cruzaba los brazos—. Todos estos días has estado desapareciendo a la misma hora, ¿solo para ir a comer helado? —Haha, sí... —respondió Julián desviando la mirada, intentando escapar de aquel interrogatorio con una sonrisa nerviosa—. ¿Qué tiene de malo? —Imagino que eso tiene que ver con tu blog de reseñas —comentó Maximilian mientras se pasaba la mano por la barba— Recuerdo que lo empezaste por puro capricho. Nunca pensé que terminarías convirtiéndolo en un trabajo real... y mucho menos que tu página se volvería la más famosa de la ciudad, incluso con lectores en otros países. —Culpable —dijo Julián, levantando las manos en señal de rendición—. No fue planeado, pero parece que la gente disfruta leer mis opiniones sobre comida. Además, aunque me gusta ir al gimnasio contigo, tú sabes que lo mío es más… probar bocados, tomar notas y escribir en mi laptop con un café al lado. —Y con cada bocado estás más cerca de convertirte en una vaca, si sigues solo comiendo y escribiendo —bromeó Maximilian mientras se cruzaba de brazos—. No digo que esté mal, pero deberías cuidarte un poco. En fin… dime, ¿qué tal el lugar? ¿Piensas escribir una reseña sobre ese sitio misterioso que tanto te tiene ocupado? Los ojos de Julián se iluminaron. —Oh, Max… ese lugar es una joya. Se llama Dulce Locura. —¿Dulce Locura? —repitió con una ceja arqueada—. Suena a algo que tú habrías inventado después de comer mucho azúcar. —Puede ser, pero te juro que es real —rió Julián—. Es una heladería pequeña, nada pretenciosa, pero tiene algo especial. Desde el aroma hasta la decoración, todo se siente… vivo. Y los helados, Dios, los helados son una experiencia. No sé si es la textura, los sabores o la forma en que te los sirven, pero hay algo en cada cucharada que te hace sentir feliz. Maximilian lo miró con un gesto entre intrigado y escéptico. —Mágico, feliz… ¿acaso estás describiendo un postre o enamorándote de un cono de vainilla? —Ambas cosas pueden ser ciertas —respondió Julián con tono burlón—. Deberías ir. Tienen combinaciones que te recordarían a tus asquerosos frascos de proteína, pero dulces y decentes. Maximilian soltó una risa grave. —Qué gracioso, Julián. Me gustaría ver si esos helados son dignos de compararse con mis proteínas. Ambos se rieron un momento, dejando que el ambiente se llenara de esa complicidad de amigos que se entienden sin muchas palabras. —Además —añadió Julián después de un sorbo de agua—, las chicas que atienden ahí son... encantadoras. Maximilian lo miró con cierta desconfianza. —Encantadoras, ¿eh? —Sí. Son un dúo peculiar —dijo con una sonrisa que delataba que recordaba algo divertido—. Una es seria y meticulosa, la otra es pura energía y risas. Son tan diferentes, pero se complementan de una forma que hace que el lugar tenga alma. Y cuando las ves trabajar juntas, entiendes por qué esa heladería tiene tanto encanto. —Ajá… —murmuró Maximilian, sin querer admitir que estaba curioso—. ¿Y tú vas todos los días solo para… admirar su “encanto”? —¡Para admirar su esfuerzo y creatividad culinaria! —corrigió Julián con dramatismo fingido—. Aunque admito que una de ellas tiene una sonrisa que... bueno, uno no se olvida fácil. Maximilian lo miró en silencio, luego soltó una carcajada. —Tú estás perdido, amigo. —Tal vez —dijo Julián con una sonrisa traviesa—. Pero felizmente perdido. Por unos segundos, el silencio volvió a llenar el ambiente. La conversación ligera escondía algo más profundo: ambos hombres, de formas distintas, buscaban algo que ni ellos mismos sabían nombrar. Maximilian rompió el silencio, serio pero curioso: —¿Y vas a escribir una reseña sobre ese sitio? —Sí —respondió Julián, bajando la voz—. Esta noche, de hecho. Quiero que sea especial. No solo porque la comida lo merece… sino porque el lugar me hizo sentir algo distinto. —¿Distinto cómo? Julián sonrió, mirando a través de la ventana. —No lo sé. Como si detrás de ese mostrador hubiera más que solo helado. Como si ese sitio guardara una historia esperando ser contada. Maximilian lo observó sin entender del todo, pero asintió. —A veces hablas como si vivieras dentro de una novela. —Tal vez sí —respondió Julián con una sonrisa ladeada—. Solo que tú aún no has leído el capítulo donde apareces. Ambos se rieron, y después de despedirse, Julián caminó hasta su coche con una mezcla de emoción y nerviosismo. Horas más tarde, en su apartamento, abrió su laptop. La pantalla blanca lo recibió con el cursor parpadeando, invitándolo a escribir. Suspiró, tomó un sorbo de café y comenzó a teclear: > “Existen lugares que no solo sirven postres, sino momentos. Lugares donde cada sabor parece tener alma. Lo que diferencia a Dulce Locura no es solo el sabor, sino la calidez. Es el tipo de lugar donde la dueña te sonríe y bromea aunque lleve diez horas batiendo crema, y donde cada sabor parece tener una historia detrás de su preparación. Recomendado: caramelo salado (porque las locuras dulces también necesitan un poco de equilibrio).” Julián sonrió mientras releía lo que había escrito. No sabía aún que esas palabras cruzarían la pantalla… y cambiarían todo.
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